Hay libros cuya lectura provocan reflexiones que nos hacen volver como obligados a reconsiderar lo leído, a clarificar sus conceptos, a cuestionar su esencia. Pero al mismo tiempo que profundizamos el análisis, reparamos que nuestras opiniones parecieran igualmente cuestionadas, puestas a pruebas por el imponderable que resulta de las contradicciones entre la visión del autor y nuestros puntos de vista. Y esto es justamente lo que ocurre respecto. “Donde comienza el hombre”, poemario de Marino Berigüete (Barahona, 1962) publicado por el Círculo de Poesía de la ciudad de México, en el año 2024.
Los poemas de Marino Berigüete reflexionan sobre lugares-imágenes que provienen del mundo interior de los recuerdos y el olvido, la memoria y el tiempo, la vida y la nada, la plenitud y el vacío, la incertidumbre y la ensoñación. Estos temas al ser exteriorizados adquieren múltiples formas en el texto poético. Así aparecen y desaparecen la tierra y el mar, la ciudad y la naturaleza. Todo este material se apoya en un lenguaje que tiene por principio fundamental la precisión. Esta precisión nos llega limpia del polvo de la excesiva adjetivación y de la pomposa retórica repetitiva.
Este poeta dominicano, sin apurarse en publicar, ha venido demostrando la capacidad que tiene para practicar no el sólo el corte preciso en las codas, sino para lograr que tanto la primera línea como la última no rompan el ritmo de todo el poema. Recordemos que en poesía, el primer verso y el último son cruciales para decidir si el poema permanece o morirá.
Luego de establecido este canon, el poeta se recrea con las imágenes, deteniéndolas en el tiempo, haciéndolas suyas en la memoria, tornándolas presente, dejándolas desplegarse por el paisaje exterior para recordar y vivir. La precisión de su lenguaje es el centro magnético por donde circula toda esta gama de realidades y fantasías, los lugares-imágenes, las intertextualidades o lecturas bien asimiladas de Jaime Gil de Biedma, Joan Margarit, Luis García Montero, Benjamín Prado, entre otros.
Estas invocaciones nos cuentan las novedades de un viajero que pasa por ciudades (reales o imaginadas) para mirar y recordar, para remirar y olvidar, internándose en la fuente enfática de la memoria.
“Los ojos de la ciudad \son espejos/rotos reflejos ventanas/cerradas al misterio/puertas clausuradas al alma. La ciudad plagada de ojos ciegos/que en su ceguera encuentran/la verdad de una verdad/oculta en la penumbra/en el silencio de lo no visto.”
En “Donde empieza el hombre” reconocemos ya desde el título que la operación del poeta consiste en descubrirnos (desde lo más hondo del ser) su diario personal de vida.
De esta manera el recuerdo se convierte en distancia geográfica, a la cual se accede a través de la memoria. El matiz conceptual de estos poemas permite expresar categorías abstractas, mostrar el intento de volver hacia el sí-mismo, que está lejos de su lugar propio, extraviado en la distancia. Este intento estará siempre condenado al fracaso, puesto que, al correr hacia ese sí-mismo, el sujeto se percibirá constantemente en un lugar que no le corresponde, en permanente desplazamiento.
¿Y por fin, dónde empieza el hombre?
¿En las palabras que se ahogan/antes de ser pronunciadas?
¿En ese filo del silencio que corta la lengua y deja una herida invisible?
A lo largo de toda la poesía de Marino Berigüete el tiempo parece ir cayendo gota a gota, haciendo sentir su intensa presencia, y dando pie a la entrada de la otra gran línea de exploración que recorre toda la obra del poeta, la de la sensación de lejanía, de distancia. Un más allá que se instala, insidioso, en el tiempo presente, ampliando sus fronteras, creando una dimensión “otra”, constituyéndose en llamado, en expresión del pasado que ha quedado atrás, del mundo objeto de la nostalgia, de la perenne búsqueda de ese más allá que se asoma una y otra vez, para escaparse en cada oportunidad de nuevo.
Marino Berigüete tiende, con insistencia, a la idealización de la naturaleza a través de un lenguaje directo que crea y nos comunica imágenes de regreso a su infancia. Esta comunicación con la naturaleza, idealizándola estremecidamente y asumiéndola hasta la identidad, nos hace pensar con frecuencia en los románticos ingleses y en algunos simbolistas de ese mismo país. Los objetos reales entonces se cargan de una tensa y sutil atmósfera de subjetividad que diluye y borra sus contornos y que casi los extingue.
Este proceso de idealización o subjetivización conduce a una cerrada identidad entre la naturaleza y los estados de ánimo del poeta, en la que los términos de la relación pueden llegar a invertirse y confundirse, pudiendo, en consecuencia, los estados de ánimo pasar a ser atributos de los objetos físicos y las cualidades de estos a ser los estados de ánimo y no simplemente su reflejo o representación.
“Así se desenreda el tiempo/un hilo que se disuelve en el abismo/un grito sin eco/que se pierde en la inmensidad del ser. Se evapora la realidad/tras la sombra de lo que nunca fue/memoria amorfa en el espejo/que habita la ausencia.”
“Donde empieza el hombre” traza una poética en movimiento en la que se engarzan lenguaje y experiencia vivida (real o ficticia) sin contraponerse. El poeta desciende a su propio infierno que se va transformándose en un choque de contrarios, y los poemas luchan por resistir las plagas del silencio y permanecer en la superficie del presente. Este libro nos muestra un peregrinaje interior que descubre los lugares reales o imaginarios de la tierra y del sueño. El hablante de Marino Berigüete lucha contra los infinitos ríos de la comunicación, las ménades furiosas que lo persiguen son, en este caso, el olvido y el vacío, la vida y la muerte, el ser y la nada, y la supresión de la memoria.
“Y tal vez no soy yo el que regresa quizás nunca estuve /Cada regreso es un viaje al centro de mi mismo una búsqueda de lo que fui/y lo que soy”.
“Donde empieza el hombre” nos ha descubierto las figuras múltiples de su morada, la interioridad de un hablante que despliega su voz y sus alas hacia el mundo en busca de un recuerdo, del olvido perenne que vigila la memoria. Esta travesía hacia el pasado y el presente está matizada con la precisión de un lenguaje que continúa buscando su signo vital en la página en blanco, un lenguaje que se juega el todo por el todo en esta incesante búsqueda por la vida sonora del texto, por la misma pregunta que se pierde en el vacío de una sílaba y un nombre, porque después de todo ¿qué es lo que queda en la memoria? Ahí quedan los lugares impalpables, los sueños que devuelven la mirada al poeta que recuerda, que escucha los chasquidos de una escritura que viaja y va recuperando el tiempo perdido, y sobre todo, la morada del lenguaje que se escapa de la transitoriedad:
“El hombre es sólo un frágil aliento/un instante de un vuelo corto/un viajero de todos los tiempos/abrir y cerrar de ojos en la noche/una sombra en el firmamento breve/una nota efímera en la sinfonía cósmica/un resquicio entre la cuna y la tumba que aguarda/un destello de luz en el vacío que se apaga/el hombre es solo eso nada y todo/un eco solitario en el abismo del ser”.