Ramón Francisco, mentor de la promoción de escritores de 1960

Ramón Francisco, mentor de la promoción de escritores de 1960

Ramón Francisco

Por: Guillermo Piña Contreras
Sobre arte y literatura, tercera y última colección de ensayos de Ramón Francisco que, a diferencia de las anteriores concierne las artes plásticas, la música y culmina con una extraordinaria síntesis histórica del mecenazgo además de un análisis de los factores que intervienen en lo que muchos convienen en llamar “crisis de la cultura” sin abandonar su asumido papel de crítico, historiador y mentor de la Literatura nacional de finales del siglo XX dominicano. A saber: 18 textos de los cuales dos, “Vidas marginadas… causas marginales” y “De la Traviata a la Bohemia” conciernen a su visión panorámica de la literatura dominicana y de reconocidos escritores que, por su temática, fueron víctimas de cierto aislamiento a pesar de la calidad de su obra en el ámbito nacional como sucedió con Juan Sánchez Lamouth, por ejemplo; y del reconocimiento que tenía la poesía de Manuel del Cabral en América del Sur.

Ramón Francisco adolece en sus trabajos teóricos, como se puede observar en las obras comentadas en esta presentación, de comunicar en donde publicó, dictó o pronunció su charla o ponencia como sucede con “Vidas marginadas… causas marginales”, por ejemplo. Su reiterada ausencia de rigor metodológico no tiene importancia en este trabajo cuyo tono tiene características de ponencia en un coloquio o congreso de literatura de los que solían organizarse a finales de los años 60 y 70 del pasado siglo XX.

Como de costumbre aborda los diferentes movimientos literarios que tuvieron una influencia importante en los escritores dominicanos de la última mitad del siglo XIX, verbigracia el romanticismo que influyó de manera notable en Manuel de Jesús Galván, entre otros, sobre todo en su exitosa novela Enriquillo; el modernismo hasta que el ingenio dominicano se hizo ver en el Vedrinismo y el Postumismo en los albores del siglo XX hasta empalmar con la literatura dominicana posterior a la dictadura de Trujillo y recordar que Sánchez Lamouth y Del Cabral fueron marginados por las capillas que dominaban antes de la caída de Trujillo en 1961. La “creación de capillas o grupos”, escribe Francisco, “con patriarcas a la cabeza, donde se practicaba la exclusión. (La Poesía Sorprendida tuvo su capilla con Franklin Mieses Burgos como patriarca, a la cual respondió el grupo de Contín Aybar, Héctor Incháustegui Cabral y Hernández Franco, en 1943, y más tarde con la mayoría de los miembros de la generación del 48” (p.445). Tanto Del Cabral como Sánchez Lamouth fueron objeto de marginalización por haber abordado con calidad literaria el tema del negro.

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El quinto ensayo, “De la Traviata a la Bohemia” aborda lo que convendríamos en llamar la “arritmia literaria dominicana”, que vendría a ser lo mismo considerar que nuestros escritores, debido al aislamiento que la dictadura de Trujillo impuso al país y su literatura, no iban al compás de lo que se hacía en Europa, por ejemplo. Considera que el éxito del romanticismo en los escritores del siglo XIX y del simbolismo de los poetas de los 40 era una muestra del desfase de la literatura dominicana. Hasta el surrealismo de los poetas de La Poesía Sorprendida es tardío, pues para entonces el movimiento de André Bretón estaba de capa caída cuando su líder y fundador visitó República Dominicana en 1941.

Nuestros escritores eran románticos cuando debían ser simbolistas y que solo el positivismo de Hostos significó una manera de paliar ese pronunciado desfase. A propósito de Fabio Fiallo considera que “en vez de encasillarlo en el incómodo cepo del romanticismo tardío y, por tanto, desfasado debemos calificarlo como el único poeta nacional que intentó una cierta forma de verismo (o lo que es igual, positivismo) durante los mismos tiempos en que esta forma literaria estuvo en boga en Europa. Léase bien: ‘Una cierta forma de verismo’” (p.486). Como se podrá observar, este trabajo va igualmente en la misma dirección de los temas abordados en Literatura dominicana 60.

A diferencia de Critic-a-demás que fue profuso en presentaciones de obras de autores posteriores a 1965 como Pedro Peix y Tony Raful, también se muestra abierto a otros escritores sin reconocimiento literario como Nemén Michel Terc, o la peruana Aída Alonso, sin olvidar las excelentes presentaciones de sus coetáneos Rodolfo Coiscou Weber, Marcio Veloz Maggiolo y Carlos Esteban Deive.

En la puesta en circulación de Vida y cultura en la prehistoria de Santo Domingo de Veloz Maggiolo, para no dejar de recordarla, Ramón Francisco sostiene que fueron las descripciones de Homero en La Ilíada las que permitieron, siglos más tarde, a Schliemann y Dörpfeld ubicar en dónde se situaban las diferentes Troya de la antigua Grecia. En esta excelente presentación, gracias al símil entre ambos pueblos, Francisco destaca la importancia de la arqueología para poder conocer cómo era la sociedad aborigen que poblaba la isla de Santo Domingo antes de la llegada de los españoles: “Y si alguien quisiera argumentar que aquella sociedad [taína] no podía dejar libro alguno en razón de su agrafismo pudiéramos nosotros recordarle que aquella sociedad, igual que los griegos, tenía también sus rapsodias donde recogía sus leyendas, su historia. La función de los areítos era casi similar a la función de la rapsodia griega: educar, transmitir la historia de generación en generación” (p.389). […] He encontrado en sus páginas [Vida y cultura en la prehistoria de Santo Domingo] lo que, en mi opinión, se acerca más a la descripción de lo que fue el sistema de aprendizaje en la sociedad indígena de esta isla. Esta descripción está cimentada sobre la función del areíto en la sociedad taína. Y pensé yo: exactamente como en la sociedad egea de aquellos tiempos. Rapsodia y areíto cumplían la misma función en cada una de las sociedades que crearon a uno y al otro” (p.390).

En Sobre arte y literatura asume sin modestia su función de crítico literario al analizar al Incháustegui Cabral “crítico” y la novela Materia prima de Veloz Maggiolo, así como al estudiar la poesía de Freddy Gatón Arce. Cerrando su obra con un estudio de Los despojos del cóndor de Pedro Peix, escritor posterior a la Guerra de Abril del 65 que, según Francisco, se inscribe en el surco de la nueva literatura latinoamericana, en particular en el realismo mágico.

En su homenaje a la obra crítica de Incháustegui De literatura dominicana siglo XX, lamenta que millares de libros como este sean desconocidos por los escritores dominicanos. Elogia su manera de hacer crítica y que descartara la función de enderezador de entuerto que por lo general se abrogan ciertos críticos de hoy: “Si hay que examinar obras literarias”, escribe, “deben ser nada más aquellas que tengan merecimientos completos. ¿Cómo? Fijando condiciones previas de dignidad. Y, por mi parte cuando hay que decir cosas desagradables cierro la boca. No solo por temperamento y por respeto, sino por mera prudencia, ya que nada es tan fácil como equivocarse con un escritor contemporáneo, a favor o en contra, y lo grave no es cuando uno se equivoca a favor, sino cuando lo hace en contra”. (p.504).

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