§ 7. Uno de los críticos más implacables de Santana y Bobadilla ha sido sin duda Balaguer, tal como se vio en la primera entrega y como se verá en las afirmaciones de esta última crónica, y sin perder de vista que Balaguer fue el primer sostén ideológico de la dictadura de Trujillo, más devastadora para nuestro país, atado hasta hoy a las estructuras económicas y a la cultura política que ella creó durante 31 años, desde el mismo 23 de febrero de 1930 cuando el militar movió, tras bastidores, los hilos del golpe de Estado que derrocó al propio Gobierno que apoyaba y del cual su familia misma, comenzando por su padre José Trujillo Valdez, en San Cristóbal, fue uno de los primeros sostenes del más despiadado régimen sufrido por el país desde su independencia en 1844: ni Santana, ni Báez, ni Lilís, ni Cáceres ni el propio Balaguer que encabezó una dictadura sangrienta durante su primer período de Gobierno de 1966 a 1978 y luego de 1986 a 1996, su segundo período en el que concentró tanto poder que, como un monarca, tuvo derecho a sucesión.
§ 8. La crítica visceral de Balaguer al despotismo del siglo XIX y al desorden creado por las guerras montoneras desatadas con el ajusticiamiento de Ulises Heureaux (Lilís) en 1899 hasta la primera ocupación militar estadounidense de 1916 a 1924 no es, en la prosa del implacable crítico de Navarrete, un discurso coherente y dialéctico que desemboque en un proyecto liberal o de liberación de las lacras del Estado clientelista y patrimonialista analizado hasta la médula por Américo Lugo y sus seguidores sucesivos desde la tesis doctoral de 1915-16, sino que son estos discursos de Balaguer son la preparación de su proyecto político, subrepticia y sutilmente diseñado para sustituir a Trujillo cuando este desapareciera del escenario político por muerte violenta, natural o abandono voluntario del poder.
§ 9. Para realizar un parangón entre la prosa mortífera de Balaguer y Emilio Rodríguez Demorizi, no hay en los libros trujillistas de Rodríguez Demorizi el matiz crítico, sino la confusión entre héroes y villanos, tal como queda demostrado con la simple lectura de la cronología de su libro Papeles del general Santana (Santo Domingo: Corripio, 1982, 7-26), obra que sustituye a una publicada en Roma en 1952 y que sirvió como justificación y racionalización de la dictadura de Trujillo en 1949 y como revalorización del caudillo seibano que llenó el país de sangre patricia, desde 1845 mismo, con el asesinato de María Trinidad Sánchez y los demás caídos en la trampa de la conspiración inducida por Bobadilla para atrapar a los que Santana consideraba un peligro y un estorbo para sus planes dictatoriales. He aquí el motivo y la causa de la publicación del libro sobre Santana expuestos por Rodríguez Demorizi: «Este libro es, sencillamente, una mera contribución a la esperada biografía del General Santana, y corresponde al actual movimiento de reivindicación histórica del Héroe, cuyo primer decidido patrocinador ha sido – no puede negarse– el Presidente Trujillo Molina.»
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§ 10. Pero Vida y hazañas de Antonio Duvergé. El centinela de la frontera, libro analizado en la primera entrega, posee un funcionamiento y una recepción distintos y menos estratégicos que el libro de Rodríguez Demorizi, porque el de Balaguer se publicó en 1962, ya caída y desbandada la dictadura de Trujilllo. Aunque, inconscientemente, en el libro justificador de Rodríguez Demorizi no hay en las 20 páginas de la “Ruta del general Santana”, con excepción de su desleída participación en la batalla del 19 de Marzo de 1855 en Azua, ninguna otra acción de guerra mediante la cual los textos históricos escritos con posterioridad se decanten por reconocer a Santana como un héroe guerrero que le dé por los tobillos al general Antonio Duvergé. Incluso el promotor del título otorgado a Santana de “Libertador de la Patria”, Buenaventura Báez, un ferviente partidario, al igual que Santana, de cualquier tipo de protectorado que subastara la independencia ideada por Duarte, y fraguada por Sánchez y Mella, se arrepintió más tarde de su desaguisado, según lo consigna Balaguer: «La fama de Santana como hombre de arma fue una invención de Buenaventura Báez, autor del título de ‘Libertador de la Patria’. Pero el propio Buenaventura Báez, al romperse la alianza formada por esos dos hombres igualmente ambiciosos para alternarse en el mando, se encargó de desenmascarar el mito admitiendo que el Congreso se excedió cuando recompensó a Santana con semejante título por ‘sus brevísimos días de servicio activo en el ejército en campaña’ y por su ‘simple asistencia a dos combates’.» (Op. citada, 179). Y luego de analizar el discurso de Báez, dice Balaguer que, aunque dictado por «un interés banderizo, el juicio de Báez en este caso tiene un indiscutible valor histórico» y concluye en este punto en que esos títulos y honores a Santana debieron otorgarse a los verdaderos héroes que salvaron la independencia con su lucha contra los haitianos en la frontera: «Fue Antonio Duvergé el verdadero caudillo militar de la Independencia-. Su figura, en contraste con la de Santana, encarna al héroe en toda su jerarquía representativa y simbólica. Fue él el tipo del héroe perfecto, del héroe sin lunares, sin sombras, sin errores. Del charco de sangre en que se fraguó la República, su figura emerge limpia como una enseña inmaculada.» (Op. citada, 179-180).
§ 11. Al día siguiente de la independencia, ya se había conformado, para destruir la república y amarrarla al protectorado de Francia a cambio de la cesión a perpetuidad de la península de Samaná y el exclusivismo de las relaciones comerciales con el país galo, lo que Balaguer llamó el binomio Santana-Bobadilla, pero si tal acuerdo no fructificaba, la búsqueda de protección contra los invasores haitianos incluía cualquier potencia (Estados Unidos, Inglaterra y España, la que finalmente se alzó con el trofeo el 18 de marzo de 1861). Santana, el líder militar que dominaba la Junta Central Gubernativa a través de su presidente Bobadilla y los demás aliados (de los cuales hay que hacer un estudio político caso por caso), se impacientaba cada día más al no ver los resultados de las gestiones de Bobadilla y tenía sus emisarios que iban y venían a recibir sus órdenes y a llevar sus mensajes (su hermano Ramón Santana, Manuel Cabral Bernal y otros). Pero desesperado por apoderarse del Gobierno, no se contuvo y visitó personalmente al cónsul francés en su casa de la Capital para asegurarle, con su dominio militar, el éxito del protectorado. La visita de Santana está documentada por el propio cónsul Saint-Denys: «Santana me visitó para ponerse a la disposición de Francia, así como de todos aquellos que estaban bajo sus órdenes. Me habló con vivo entusiasmo de su devoción, adhesión y admiración por nosotros. Hoy partió hacia las fronteras del oeste donde se asegura que el enemigo no tardará en aparecer.» (Carta a Guizot, ministro de Relaciones Exteriores, del 13 de marzo de 1844. Correspondencia del cónsul de Francia en Santo Domingo. 1844-1846, t. 1. Santo Domingo: Colección del Sesquicentenario de la Independencia Nacional, vo. XI, p. 67, ed., notas de E. Rodríguez Demorizi y traducción de Mu-kien Adriana Sang).
§ 12. El único obstáculo a este plan de protectorado lo asumió Duarte al evidenciar ante Sánchez el peligro en que se había metido al firmar el documento de solicitud de protectorado redactado por Bobadilla y entregado al cónsul Saint-Denis. Sánchez, tal vez con una información tergiversada, incluyó a Duarte en el documento, pero al día siguiente el patricio se dio cuenta de la patraña, porque tal vez no leyó el documento y confió en la palabra de Sánchez. La reprimenda duartiana echó hacia atrás el proyecto de protectorado por un momento, pero a partir de ahí ya los trinitarios que estaban en la Junta Central Gubernativa, sin saberlo, se convirtieron en los enemigos a muerte de Santana y Bobadilla y el grupo de conservadores que integraban el organismo de Gobierno. A partir de entonces y hasta la redacción y promulgación de la Constitución de San Cristóbal, el 6 de noviembre de 1844, con la inclusión del célebre artículo 210 impuesto como condición para que el caudillo de El Seibo le diera su visto bueno, la Constituyente nombró a Santana primer presidente de la República, luego de este haber aplastado a los trinitarios en la Junta Central Gubernativa con el golpe de Estado del 12 de junio de 1844 que reorganizó dicha Junta y eliminó a Sánchez y todos los trinitarios de los puestos de mando. Apresados los trinitarios, fueron expulsados de la patria Duarte, Sánchez, Mella, Pina, Juan Isidro Pérez y otros adictos a la independencia pura y simple y Bobadilla gobernó solo junto a los santanistas de la Junta hasta que Santana se hizo elegir presidente. A partir de entonces el plan de Santana fue simple: gobernar como un dictador, hacerse conferir los honores de Libertador de la Patria y recibir la espada de honor, regalarse la casa de la calle El Conde donde vivía y obtener la explotación por 50 años de la isla Saona. Y, sobre todo, comenzar a finales de 1850 las gestiones en España para anexar la república a aquella monarquía. E inmediatamente, previendo la oposición que se iba a estructurar ante esta medida adoptada en secreto y aprobada solamente por los santanistas, el caudillo de El Seibo, con el apoyo del bastón del artículo 210, emitió el decreto del 18 de enero de 1845 que creó las Comisiones Militares para juzgar a los conspiradores prohaitianos y antisantanistas. El articulado, la formación y la forma de actuar de las Comisiones en la Capital y en las provincias, así como la composición del personal militar que las integraba, están contenidos en la obra La Constitución de San Cristóbal. 1844.1854. (Santo Domingo: Del Caribe, 1980, 241-245).
§ 13. Con ese instrumento de muerte y sofocación de toda disidencia que fueron las Comisiones Militares logró Santana gobernar como un dictador, sin límites ni freno y estrenarse con el primer asesinato de una mujer en las antiguas colonias españolas en 1845 al enviar al patíbulo a María Trinidad Sánchez y demás acusados de conspirar contra el Gobierno. A partir de ahí, la máquina mortífera quedó aceitada para siempre para liquidar a cuatro familias: La de Sánchez, juzgado en fusilado en El Cercado y fusilado en San Juan: la de Duarte, extrañados todos sus miembros en Venezuela; la de los Puello, en 1847; la de Duvergé en 1855, pero el decreto no se aplicaba a infelices, sino a los héroes vencedores de los haitianos en la frontera, en El Número, El Memiso, Estrelleta, Beler y en todos los pueblos menores donde los generales Antonio Duvergé, José Joaquín Puello, los comandantes a sus órdenes y sus familiares se construyeron en un estorbo a los planes totalitarios de Santana y sus secuaces. Solo Duarte no cayó en la trampa de la Boba y la Santa, como apodaba él a Santana y Bobadilla: tuvo la mejor estrategia que las víctimas de Santana: escribió que mientras Santana o Báez gobernaran el país, su vida no estaba segura en Santo Domino (Cfr. Rosa Duarte y Cecilia Ayala Laféeet alii, en sus Apuntes y Juan Pablo Duarte en la Venezuela del siglo XIX. Historia y leyenda. Santo Domingo: Bancentral de la R. D.,2014, 131). Antonio Abad Alfau pateó el cadáver de Sánchez en San Juan y Santana el de Duvergé en El Seibo. Alfau, luego de huir con los españoles, no volvió nunca a su país. Contrajo una deuda muy pesada al patear a Sánchez, muerto, y además gritarle en tono racista «Ríete ahora, negrito.» Balaguer señala con su dedo acusador a Tomás Bobadilla de ser quien urdía las conspiraciones y hacía caer en ellas a las víctimas que por sus hazañas heroicas empañaban la pequeñez militar de Santana, quien solo ganó una batalla: «El promotor de esos acontecimientos era un hombre ladino, pero de singular capacidad para dirigir entre bastidores los negocios del Estado: Tomás Bobadilla. Tenía a la sazón 59 años y había sido el más conspicuo servidor de los gobernadores Borgella y Carrié durante la ocupación haitiana. Como colaborador entusiasta de los planes preparados por el presidente Boyer para haitianizar la antigua parte española, llevó su cinismo hasta el punto de sostener, en documento que se hizo público el 3 de julio de 1830, los presuntos títulos de Haití sobre la porción de la isla descubierta y colonizada por España.» (Op. citada, 47). Y aunque volverá a escribir de Bobadilla en un libro donde mezcla a héroes y villanos, para agradar a todos (Los próceres escritores. Santo Domingo: Buenos Aires, 1971), Balaguer concluye con el estudio de este Fouché criollo con las siguientes palabras: «Nadie manejó en política, con la maestría con que él supo manejarlo, el estoque florentino; y nadie supo lucir tampoco, con la desenvoltura con que él supo hacerlo, el puño de encajes del cortesano.» (Op. citada, 48). Balaguer copió el juicio del cónsul Saint-Denys: «El Señor Bobadilla, un hombre astuto y fino, me conversó sobre los rumores que circulan en la ciudad…» (Correspondencia, t. I, 54).
Todos los miembros de las Comisiones Militares eran adictos incondicionales a Santana, pero solo uno, para aparentar imparcialidad y simpatía hacia el reo condenado de antemano la muerte, era “independiente”, “ético” y hasta “amigo de la víctima”: ese personaje era el fiscal de las Comisiones Militares. Así se hacía más creíble la culpabilidad del reo acusado de prohaitiano o de conspirar para tumbar el Gobierno de Santana. Pero los historiadores son los responsables de estas tergiversaciones que han ayudado a mantener la cultura a las dictaduras, a los totalitarismos y a la cultura y costumbres más conservadoras de la sociedad dominicana. Solo el tiempo presente nos oculta que los historiadores de hoy no obran de igual manera. Las acciones de los sujetos de la posteridad enterraron en Haití el cuerpo de Bobadilla, inencontrable hasta el día de hoy y el de Santana es al día de hoy un continuo bamboleo que tarde o temprano volverá a los predios de El Seibo de donde jamás debió salir.