Por Ana Agelán, Curadora en Jefe Museo de Arte Moderno
El cronista de la “Zona”, José Sócrates Pérez Cestero (1937), ha dedicado sesenta años de su alma a la creación, dedicando su obra pictórica a representar personajes, interpretar amigos y recrear lugares fantásticos del entorno donde nació, ha transitado gran parte de su existencia y donde aún vive: la Ciudad Colonial de Santo Domingo, comúnmente conocida como “La Zona”, un lugar particular; un lugar primigenio, un punto de encuentro bohemio y alegre, pero también una zona amurallada, oscura, caliente, marginal. oluptatum 190.
Desde la Ciudad Primada de América, Cestero se conecta con el universo; realiza muchas pinturas inspiradas en la gente, en el diario vivir, en grandes obras de la historia del arte universal, en la realidad sociopolítica de su país, en la literatura y en la naturaleza. Crea series como la de los “Personajes de la Zona”, recrea a Magritte, inventa tertulias alucinantes, pinta innumerables escenas del Quijote y fluye con los humedales del Ozama.
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Los interpreta muy a su modo, con su trazo particular y en su trascendental estilo de pintar. Es decir, dando densas pinceladas de colores puros y brillantes, sintetizando los sujetos fácilmente con breves gestos sueltos sobre fondos monocromáticos. Caricaturiza con gracia todo lo que dibuja.
Lo más alucinante de Cestero es esa capacidad para reducir a pocas líneas el extracto imprescindible de formas necesarias para transmitir la idea y el movimiento.
Una de las series realizadas por él se inspira en el mundo de lo mágico real que nos revela Gabriel García Márquez (1927-2014) en su obra cumbre Cien años de soledad. Hito de la literatura latinoamericana y universal, refleja la idiosincrasia hispanoamericana; eterno referente y fuente de inspiración. Esta novela del premio Nobel de Literatura (1982), escrita entre 1965 y 1966, navega en las aguas de la escritura surrealista y por definición pertenece a la tradición del Realismo Mágico, un movimiento artístico propio, emblemático y autóctono del siglo XX en América Latina.
Cestero, experto en contar historias de corte onírico, extrapola la cultura universal que habita en el imaginario del mundo real y mágico de Macondo a su propia subjetividad existencial. Ilustra personajes, lugares y situaciones descritas por García Márquez; penetra en la historia del extenso imaginario identitario que contiene este libro, descrito por algunos como una historia bíblica contada desde Latinoamérica.
Y eso es así porque la travesía de José Arcadio Buendía que relata Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, pudo haber sucedido en Colombia, Panamá, México, Puerto Rico o República Dominicana. La familia Buendía bien podría haberse desprendido del árbol genealógico de cualquier isla del Caribe insular o de sus relajadas costas continentales. Macondo era de fundarse a orillas del Ozama, del Higuamo o del Artibonito. Por eso nos embelesa la mirada cesteriana sobre esta pieza de la literatura.
Macondo es la vida en el Caribe, un lugar donde lo surreal aflora en el devenir de esa historia llena de magia y de leyendas perturbadoras de la serenidad de los pueblos; leyendas que dan emoción y sentido al afán de vida, hechizando con palabras que describen una historia que va dando vueltas en torno a una larga cadena de eventos familiares, situaciones cómicas, tragos amargos, acontecimientos trágicos, hechos alucinantes, circunstancias inverosímiles, ahí están contadas con tanta realidad, como la claridad del mediodía, y con tanta ficción como las fábulas de Esopo.
Macondo se va descubriendo a través de la lectura de este maravilloso libro. Es un destino perfecto para escapar, para esconderse; lejos de todo, en el medio de nada. El lugar del origen, un lugar para venerar, como la cuna de una antigua civilización, Macondo, es donde todo comienza, pero también donde todo termina, con la certeza de que todo empezará de nuevo con el próximo sol.
Cestero vive en Macondo. Recoge su lugar encantado favorito y nos lo presenta en esta serie Cien años de soledad, Macondo en Santo Domingo” con veinticinco lienzos de mediano formato, garabateados con su trazo distintivo, a modo de dibujo más que de pintura. Y, claro, estamos hablando de un maestro del dibujo que a través de esas notas sueltas ha construido una dialéctica pictórica auténtica. Predomina el amarillo y los ocres en estas pinturas. Cestero representa la ilusión de Macondo como un pueblo de arcilla, como lo fue Sumeria, cuna de la civilización. Un llano cuasi desértico e infértil que debía trabajarse. Una tierra de nadie, perpetrada de penurias, pero con la certidumbre bíblica de ser el lugar donde debía echar la lucha por la subsistencia.
Cestero toma la narrativa macondiana, con sabor a tierra, a sexo, a pólvora, a estiércol, a guerra, a banana y con su estilo único muestra las diferentes etapas o escenas significativas para él, con las que además se vincula, pues él mismo se asoma en algunas escenas. En las pinturas trabajadas en acrílico sobre lienzo, el artista describe sus propias fantasías envueltas en una atmósfera que respira el sopor húmedo de la Ciudad Colonial.
En “Vista panorámica de la comarca de Macondo”, vemos una explanada donde difusamente se identifican elementos de la colonia. Esta pintura abre las puertas de una nueva dimensión, donde se unen los mundos de García Márquez y José Cestero. En “La llegada de José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán a Macondo, comarca rodeada de agua y de fantasías”, Cestero navega placentero en el mar de la imaginación, porque aquello que sucedía en Macondo no estaba todavía escrito en ningún libro. En esta imagen, Cestero representa toda la dignidad de los fundadores de Macondo, líderes de la movilización por la cual se forjó el progreso de todo un linaje familiar, y brindó esperanzas a toda una comunidad.
En “Melquíades llegando a Macondo con la gran idea del hielo”, el personaje parece llegar como un delivery en su motor, y claramente se destaca su flow. Está en “pinta”, porque es un personaje principal, indispensable; es el que al final del día sabe todo lo que ha pasado, lo que está pasando y lo que va a pasar. En “Los Gitanos”, esos que van dejando encantamientos y conjuros a su paso, aplica el tratamiento de pinceladas rápidas, gestos desorganizados, con toda la intención de no precisar las formas, dejando todo indefinido para que sea el espectador quien complete la ilusión con su propia imaginación.
Úrsula Iguarán, la gran matriarca de la familia Buendía, es uno de los personajes más importantes en Macondo. Retratada en varias de las pinturas de esta serie, Cestero la vislumbra como una dama de espíritu fuerte y temperamento tenaz. La viste con hermosas telas, collares y prendas. No es de extrañar, pues durante sus más de cien años sostuvo al clan. Mantuvo la casa en pie, la modificaba según las necesidades: anexos para el gentío, habitaciones para las visitas. Mantuvo vivo el ambiente de verbena y desde la cocina dirigía las grandes comilonas. Una mujer atenta a todos y a cada uno de los descendientes de su estirpe.
Ella aparece en cinco de los lienzos de este conjunto. En uno de ellos Cestero la retrata junto al Gabo, visitando la biblioteca del sabio catalán, quien fue gran amigo del penúltimo de los Buendía. Conjeturas extrañas.
¿Qué hacen Gabriel García Márquez y doña Úrsula Iguarán caminando juntos por las calles de Macondo? Pues, igual como lo haría nuestro artista, caminando y conversando con tantos personajes que son parte de su imaginario pictórico, como los habituales de la Ciudad Colonial y la calle El Conde.
El día en que llegó Rebeca, la niña huérfana adoptada por los Buendía, «tras recorrer muchos kilómetros desde Manaure con los huesos de sus difuntos padres en un saco”, ha sido plasmado por Cestero en uno de estos lienzos, cuyo fondo pintado en ocres, amarillos y rojos hace parecer que Rebeca llega traída por el fuego en una llamarada. Ciertamente, en el futuro ocasionará algunos estragos familiares y desaforos amorosos. Rebeca comparte su infancia con Amaranta, su hermana de crianza, hija de José Arcadio y Úrsula, también retratada por Cestero en dos de las obras.
En la primera, junto a su padre, quizás de compras por el pueblo, nos ofrece una panorámica abstracta de sus calles y edificios; en la segunda obra, nos la muestra en plena faena de costura: determinada a coser su vestidura mortuoria con santa paciencia; deshaciendo para luego rehacerla, en un bucle infinito y constante. Morirá cuando la termine.
En la historia del autor colombiano se imponen el amor, la pasión, el erotismo, las riñas, el chisme y no faltan los triángulos amorosos. Entre Rebeca y Amaranta se interpone un personaje: el italiano Pietro Crespi, guapo, elegante, joven, y un poco afeminado, retratado también por Cestero. Llega al pueblo a instalar la pianola de los Buendía, y de paso enseña a bailar a las jovencitas que quedan prendidas e ilusionadas, …y enemistadas para toda la vida.
Otras mujeres de este abolengo también aprendieron a tocar la pianola y a sufrir intensamente por amor como Renata, que Cestero captura de espaldas tocando una melodía dedicada a su amado Mauricio Babilonia. Fue él quien trajo las mariposas amarillas, y tomado por un ladrón de gallinas le mataron a quemarropa cuando subía la ventana por donde entraba para amar a Renata.
Todo puede pasar en Cien años de soledad, quizás, pero no la soledad física del vacío. En esta historia son tantos los personajes, tantas las fiestas, las guerras, las visitas, las intromisiones, que la casa siempre estaba literalmente llena. Se ha recibido mucha gente en la vivienda de los Buendía y se han cocinado muchas comidas. Sofia de la Piedad, la madre de Remedios, la bella, se encargaba de ello. Solitaria y apartada, Sofia era un personaje secundario, relegado a la cocina.
Tres pinturas le dedica José Cestero a su hija. En una está acompañada de su tía abuela, Rebeca. Otra se le dedica puramente a su belleza en un retrato suave, con el fondo azul de un cielo intenso y envuelta en mariposas amarillas. En el segundo retrato Remedios, la bella, asciende a los cielos en cuerpo y alma envuelta en una sábana, una de las escenas de mayor misticismo en la novela. Se fue Remedios con la brisa sublime, Cestero la pinta flotando sobre Macondo, rodeada de mariposas amarillas.
Los años pasan, los personajes se rotan y los sucesos se repiten cíclicamente. Así lo notaba Úrsula, decía que la vida daba círculos alrededor de ella. Se repetían los nombres y con esto se duplicaban las personalidades que cometían las mismas imprudencias y desacatos. Se emprendían nuevas aventuras, pero con las mismas ilusiones que se hicieron en un principio. Igual que José Arcadio Buendía tuvo el coraje y la determinación de crear Macondo, su nieto Aureliano Triste trajo el ferrocarril al pueblo. Así también, como hay un coronel Aureliano Buendía de segunda generación, encontramos un general José Arcadio Buendía de quinta generación, con peor suerte que su tío bisabuelo, eso sí, y Cestero lo relata con la pintura de su fusilamiento en la plaza del pueblo.
Las novedades llegaban a Macondo, más tarde que temprano, pero llegaban. Melquíades y los gitanos visitaban siempre el pueblo, desde el principio de los tiempos, cargando artículos extraños y muchas cosas poco prácticas pero muy interesantes que despertaban la curiosidad de José Arcadio Buendía, como las bolas de vidrio para el dolor de cabeza, los imanes para encontrar tesoros a la vez que trajo el hielo y Arcadio lo vio por primera vez.
Este evento lo plasma Cestero en una obra abstracta excepcional, en la que desprende gestos y colores de una paleta complementaria amarillo y azul, algunos trazos verdes y rojos, aplicando también negro, un color muy poco usado por este artista. Las figuras se pierden, el hielo se inscribe en el centro de la composición, se percibe fracturado, derretido, frío y brillante como un espejo.
Cien Años de Soledad es la historia del principio del mundo, es la sagrada escritura del paraíso americano. Todo converge en ese lugar germinal desde el que todo surge, desde el cual todo es posible. “Gabo con Carlos Fuentes, de hecho, eran amigos. El Gabo con El Quijote, ¿por qué no?, son personajes amados por Cestero. Y asimismo, Gabo y Cestero “Pasean juntos por la ciudad de Santo Domingo en una guagua de dos pisos’. Cestero es parte de la leyenda interminable de Macondo y el Gabo sigue rodeado de sus mariposas.