A menudo no queremos admitir que tan ritualista somos. Robert Merton definió esa conducta desde el punto de vista científico, pero la sola definición, paradójicamente, revela que se trata de un pecado peligroso.
Según Merton, ritualismo es toda conducta que pone el medio como principal y echa a un lado el fin o propósito de una conducta. Le falto agregar que se parece a un automatismo, y a una manía.
Es lo que vemos cuando un oficinista o empleado de una organización pública o privada se aferra tanto a las reglas que ignora el propósito para el cual se elaboraron esas reglas. Obviamente, muchas veces se trata de un problema de personalidad del empleado burócrata.
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Muchísimas personas se sienten seguras y confortadas con práctica religiosas y con rutinas hogareñas, profesionales o simplemente individuales, que no cuestionan jamás el para qué de esas conductas rutinarias. Ocurre con los rituales, y con tradiciones y costumbres diversas que la gente sigue realizando mucho después de haber perdido su objetivo.
Pero también hay que resaltar que “lo que está de moda no incomoda, y que el hábito se hace ley”.
Toda conducta social es aprendida. Y en ello encontramos confort, ya que no hay que inventar conductas cada vez. Pero hay tipos de personas que son más ritualistas que otras, y las hay que detrás de dichas conductas, echan a un lado todo sentido crítico, perdiendo de vista la finalidad de su accionar.
La tradición bíblica nos muestra cómo los israelitas preferían tener un intermediario en vez de comunicarse con Dios. Lo cual temían. Como suelen también hacerlo muchos creyentes de las religiones actuales. Porque es más fácil desobedecer al sacerdote o al pastor que a Dios o la deidad.
Abunda sobremanera el caso de funcionarios, burócratas, agentes policiales y militares que suelen preferir estar lejos de los jefes, donde tienen mayores libertades para hacer sus propias interpretaciones de la ley. De hecho hay muchos que prefieren trabajar en zonas fronterizas, lejos de la Capital, donde actúan como jefes absolutos, decidiendo cuantos y cuales haitianos van y vienen y cuál es la tarifa, según el caso. Esto, supuestamente, con complicidad de las autoridades superiores; siendo acaso una manera práctica de manejar, aunque sea precariamente, un tránsito ilegal que tiene apoyo de muchos empresarios y ciudadanos dominicanos que se benefician de la mano de obra barata de los ilegales.
En todo caso, estar en contacto con el jefe tiene sus riesgos, especialmente para los que no tienen una hoja de servicio limpia. O tener contacto con Dios cuando su conciencia no está muy limpia.
Los israelitas no querían siquiera conversar con el profeta Samuel, porque este traía encargos específicos que los comprometía. Por eso pidieron “un rey, como las demás naciones”.
Posteriormente, religiosos de Israel, Roma y otros centros de poder, complaciendo intereses y gentes, propusieron formas negociables de perdón e indulgencia. Luego de Lutero, muchísimos decidieron sus propias iglesias. Cada cual con sus ritos y verdades propias; reclamando la verdad y exclusividad de sus vínculos con Dios.