Tal cual serie apocalíptica la pandemia del Coronavirus (COVID-19) se ha propagado a nuevas latitudes como Nueva York y Madrid desde su génesis en la ciudad de Wuhan, China y su paso devastador por Italia, donde ha contagiado a nivel mundial, hasta la fecha 1, 787,766 y el número de decesos supera los 109,600 según los últimos datos publicados por la Universidad Johns Hopkins.
La pandemia también alcanza una nueva etapa crítica donde los sistemas de salud pública a nivel global están sobrecargados como consecuencia del incremento exponencial de nuevos casos confirmados como positivos, la falta de habitaciones en las clínicas y hospitales, el desabastecimiento de los principales insumos médicos, pruebas rápidas y de laboratorios, respiradores artificiales y contagios de los médicos y personal de enfermería los cuales resurgen como héroes anónimos, al mismo tiempo que se intensifican los esfuerzos por parte de los gobiernos locales y centrales, la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre otros, en contener y mitigar la curva de infectados.
Dicho esto, en el plano económico doméstico, la República Dominicana empieza a sufrir los impactos negativos que acarrea este nuevo contexto global del cual no estamos ajenos, fruto de la merma de las remesas que provienen en mayor proporción de los países que hoy son epicentros del virus mencionados al inicio de este artículo, el cierre de la mayoría de los comercios, empresas y las bajas recaudaciones tributarias del gobierno que opera de manera parcial y remota como consecuencia del estado de emergencia que fue decretado por el gobierno dominicano.
Hoy más que nunca las empresas y organizaciones tienen la oportunidad de utilizar los principios de la resiliencia hacia la sostenibilidad, según la definición del Centro de Resiliencia de la Universidad de Estocolmo, cito: “Como aquella capacidad de responder a los cambios inesperados y catalizar la innovación” para adoptar políticas disruptivas que contribuyan al establecimiento de un contrato social con soluciones de corto, mediano y largo plazo a través de sus propias capacidades frente a este nuevo desafío de cara a sus grupos de interés; inversionistas, gobierno, consumidores, clientes, proveedores, capital humano y comunidades donde operan, por lo cual, el modo en que estén abordando esta situación será crucial en el futuro inmediato.
La nueva generación de consumidores y las sociedades optan por empresas y productos socialmente responsables y amigables con el medio ambiente.
Pequeñas acciones en medio de esta gran crisis que nos afecta a todos, sin distinción, pueden incidir en mayor o menor medida en brindarles la licencia social para operar y a ser vistas como empresas socialmente responsables. En efecto, han sido varias las familias y grupos empresariales que han contribuido a la causa con grandes sumas de dinero y políticas de responsabilidad social empresarial (RSE) para ayudar a paliar y hacer frente a la crisis en sus respectivas áreas de influencia y ojalá que más empresas se sumen de manera voluntaria.
Las que aún no lo hacen, no existe un mejor momentum que ahora para apuntar hacia la sostenibilidad de sus operaciones a través de la integración de políticas, buenas prácticas de RSE y ciudadanía corporativa desde el ambiente interno con sus propios colaboradores y en sus planes de negocio.
El ethos empresarial exige del compromiso social. Lidiar con la incertidumbre nunca fue tarea fácil y ahí radica precisamente la capacidad adaptativa del sector privado en aras de seguir impulsando iniciativas y redes de apoyo que promuevan el triple impacto de la sostenibilidad en sus operaciones, la responsabilidad compartida y acción social frente a la sociedad en tiempos convulsos como los que hoy vivimos.
Las políticas y buenas prácticas de RSE que adopten hoy las empresas y organizaciones a favor de sus colaboradores, la comunidad y demás grupos de interés serán su mejor carta de presentación e incidirán positivamente en sus clientes, consumidores actuales, potenciales y sus estados de resultados; su imagen corporativa y la fidelidad de marca se verán favorecidas ante el mercado y la opinión pública, en tanto que consolidará la confianza de los accionistas, lo cual permitirá el acceso a nuevas fuentes de financiamiento por la adecuada gestión de su gobierno corporativo.
Tal y como señalara el economista Milton Friedman en su famoso editorial del 13 de septiembre de 1970 en la revista The New York Times, titulado: The Social Responsibility of Business is to Increase Its Profits, cito: “A los empresarios les gusta creer que defienden la libre empresa cuando afirman que su negocio no está meramente relacionado con las utilidades económicas, sino también con promover fines sociales deseables”.
A la vista de tanta información abrumadora por las redes sociales y demás medios de comunicación, pudiera llegar a parecer difícil vislumbrar cuando retornaremos a nuestra vida habitual, sin la zozobra de ser contagiados con el COVID-19.
Empero, les invito a no dejarnos llevar por la espiral de la desesperación y el pesimismo. Como ciudadanos debemos ejercer la férrea responsabilidad de seguir en cuarentena hasta que nuestras autoridades así lo indiquen, practicar el distanciamiento social como norma imperante, mantener las normas de higiene personal y seguir con el trabajo remoto, para los afortunados que gozamos de ese beneficio. De este modo estaremos ayudando a detener la propagación y cadena de transmisión del virus.
Lo que inició como un problema de salud a nivel global terminará repercutiendo con cambios profundos en nuestros estilos de vida y hábitos de consumo, al tiempo que tendremos un mayor cuidado por nuestra salud como nunca antes se haya registrado en nuestra historia reciente.
¿Que nos depara el futuro? Es un buen momento para repensar las cosas con optimismo y fe en Dios.
El autor es mercadólogo con maestría en responsabilidad social corporativa y sostenibilidad. Además, becario Fulbright del programa de políticas públicas y liderazgo gubernamental, SUSI.