Por: LAURA SZWARC (An Lu)
Poema con fines de humo (España, Eolas, Colección Lengua de Agua, 2023, Premio Nacional de Poesía 2021), título donde no están solo los fines sino también los confines que nos esparcen, nos llevan a esos límites ajenos pero también a los propios, a un no lugar, a un destiempo. Pero si se dice «con fines» se habla de un propósito, de un objetivo, de consumar algo. Y ese algo es humo que, como escribe en su fecundo prólogo Sonia Betancort, «emite a lo que asciende hasta desvanecerse, a lo que escala en el aire hasta evaporarse». Sin embargo, el humo del poema habla de algo más, de mucho más, y la escritura de León Félix Batista produce una irradiación, una emanación de signos.
Entramos al cuerpo del poema.
Antes de entrar por completo en él, está la letra a mano del poeta, un regalo para el lector, letra que nos deja fisgonear algo y dice de posibles cincuenta partes o cincuenta cuentas de rosario. Nombra ficción, el nacer como y de la ficción como si en ella estuviera lo más verdadero y lo real, y nombra el tiempo junto a Atila. Volvamos a esa palabra que va a aparecer varias veces en el poema. En la quiniela, el número cincuenta significa el pan. En la Biblia, el cincuenta es número de salvación, también una posibilidad de acceder al conocimiento. Sin embargo, no son (solamente) de estos cincuenta de los que habla el poema de Batista, y esto comenzará a aclararse con las citas que el autor elige, una de Tomas Tranströmer y la otra de Dante Alighieri, donde se habla de la mitad del camino de la vida, ubicado en «la cincuentena existencial» donde pareciera suceder una pérdida y con ella una suspensión. Estos poetas de fechas de nacimiento tan lejanas demuestran con su escritura un no tiempo o un más allá del tiempo.
Las medias vidas oscilan, el tiempo decide sin consultarnos en su esterilidad, así Atila va pisando el pasto que ya no veremos crecer; Un Atila, él sí, que avanza en su destrucción, en un presente continuo como quien detenta un poder despótico. En Poema con fines de humo, al llegar a la media vida se nos hace percibir ese «traje que se va cosiendo en silencio». Entonces no es cuestión de mirar para atrás con la gravedad que este gesto implica, si no de recordar, de interrogar a los hechos y a uno mismo. De presentificar aquello que ha sucedido, de volver sobre el mismo lugar.
El poema comienza por esa primera caída, salir del cuerpo materno siendo «odre pobre que descalabré del todo». Odre, esa piel, ese pellejo y ese lugar para guardar líquidos, vino, agua, leche ¿materna?, y nos avisa de que «una madre es comenzar / a vivir sin madriguera», es quien nos deja sin refugio ni escondite, sino en abandono. Qué gran y nueva definición de madre, para agregar a las definiciones reiteradas. Así, ir reconociendo lo ambiguo de lo que se va siendo, es decir, bestia individual, «una herida traducida a cuerpo humano». Traducciones somos, lecturas somos, cada vez nos habla más al oído este poema, nos susurra que podemos llorar, pero también reír. Si bien la voz del poema nos dice en su iniciarse «El abismo se luxó / y eclosioné / cuando salía solo de la casa», los poemas están en su casa con techo, con paredes entre el prólogo y el epílogo.
A través de una continua, bella y aguda aliteración, el poema nos da sus señales de humo. El baúl de los recuerdos, el baúl de la vida que contiene, como esas señales, más humo que no son, sin embargo, más de lo mismo. Baúl donde también guardaba Fernando Pessoa sus poemas de humo y decir humo es decir humareda y también humorada, un baúl mágico del que no dejan de salir páginas y humo. En este libro de un solo poema se recibe la polisemia de ese humo, sus derivaciones. El humo del cigarrillo, el humo al respirar los días y las noches de frío, el humo de una fogata, el humo de los hornos crematorios.
Así como en el inicio del Poema con fines de humo, aún lejos de la mitad de la vida, se anuncia la salida de la casa, la casa insiste como un pliegue y su despliegue, como las palabras, sin embargo «heme aquí en mi horma / como humo que no cuaja». Un humo sin textura, sin texto, sin casa todavía. Pero «uno debe demolerse cada día / subproducto saturado de sí mismo / sin importar los yunques / rampa arriba hacia la casa / ni el relámpago de un perro / entre las ruinas // a lo mejor aúlle / nunca ceses de escribirlo». ¿Quién es ese otro al que se dice que no cese de escribirlo? Hay en todo el texto la inclusión de los otros, esos, como sí mismos y por sí mismos, excluidos. Y se habla de la demolición, del arrasarse, de la destrucción y la reconstrucción.
En todo el Poema y su abundancia no hay descanso: «¿A qué edad prescribe el hombre?». Se pregunta el poeta, hombre, y que antes de «Residuales» también nos hace saber dejándonos un gusto amargo aunque también una sonrisa: «¡qué soez ensartar asociaciones / recreándolas después como poesía!».
Quizás sea necesario pasar media vida o aún más para saber de eso soez (J. L. Borges escribió en Los Conjurados a sus ochenta y tres años: «La dicha de escribir no se mide por las virtudes o flaquezas de la escritura. Toda obra humana es deleznable, afirma Carlyle, pero su ejecución no lo es».
La aliteración acompaña en cada verso los latidos del Poema, así, esos sonidos hacen vibrar los cuerpos sin refugio, tal vez eso sea necesario para la poesía que se escribe desde la madriguera pero sin la madriguera; se escriben desde el abandono las cincuenta emociones vueltas palabras. Poesía que da lugar al lector, a quien León Félix Batista transforma en escritor entre lo incesante polisémico. Libro que deja a la vista una cara y otra de la moneda o las contradicciones, los contrasentidos, oposiciones que fluyen amistosamente como el uso antitético de las palabras primitivas, y donde el autor pareciera complacerse en esa constante contradicción; un Poema paradojal y pletórico.
En el «Epílogo», Plinio Chahín, poética y bellamente, escribe: «Este libro es una puesta en escena de la desposesión. Quien habla de palabras, habla del vacío que lo lleva. Ser poeta es ser expuesto, es estar ubicado en el lugar donde no hay lugar, en el vacío que suena». Así, de sonidos (porque, como dice Jorge Luis Borges «En el poema, la cadencia y el ambiente de una palabra pueden pesar más que el sentido») y de ritmo es este Poema con fines de humo de León Félix Batista, un pulso del cosmos, de ese tiempo que nos inscribe a futuro. La pluma emprende su vuelo.
(Publicado en el #38 de la revista de poesía Nayagua, diciembre de 2024, Madrid. Laura Szwarc firma sus libros como An Lu. Es una poeta, artista escénica y activista cultural uruguaya).