Ritos de eficacia

Ritos de eficacia

Guido Gómez Mazara

Construidos desde la mediática perspectiva de lo estrictamente creíble, la deriva por alcanzar los nuevos parámetros, tienen a todos actuando con la misma lógica. Empresarios, servidores públicos y líderes de opinión no parecen percatarse de otra dinámica que no sea la pautada por el nuevo orden de la percepción.

Y en el país, quizás con la altísima dosis de nuestras particularidades, andamos dislocados con una noción de la opinión, totalmente caracterizada por los factores que inducen e imponen criterios no necesariamente asociados con la verdad.

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En términos prácticos, el sentido de la eficacia no guarda relación con lo promocional. Es impactar favorablemente al ciudadano con políticas públicas transformadoras. Ahora, aderezadas con campañas publicitarias que no podemos reputar de malsanas, pero injustamente generan la sensación de que lo más importante es lo dicho y no lo hecho.

En la consecución de la meta eficiente existe todo un ritual que se apodera del actor público, colocándose a merced de una extraña encrucijada. Un arquitecto de la imagen, estructura de relaciones públicas, inversión en redes y la molestosa orquestación de líderes de opinión, casi siempre, financiados con dinero público. Insisto en lo ritual, sin garantías de transmitir la verdad.

Sin percatarnos, estamos apostando a verdades mediáticas y un demencial afán por las trincheras de opinión instaladas en múltiples circuitos de la comunicación, orientadas por exponentes sin auténticos vínculos con la comunicación rigurosa, e impulsados por los resortes politiqueros. Lo que importa es lo dicho y repetido, sin un ápice de racionalidad debido a que lo aparentemente anclado en los ciudadanos es una banalidad retratada en likes o desde el trampolín de los bots.

La comunicación está corriendo el riesgo de perder la noción de defender causas, abriéndole las compuertas al imperante sentido de lo insustancial. Así perdemos todos, por desgracia no estamos entendiendo el fenómeno caracterizado por el culto a lo que no debe ser, pero si lo hacemos tendencia, vale la pena.

Ningún país estructura un verdadero sentido del desarrollo cuando las avenidas de la comunicación están sustentadas en la vaciedad y lógica del absurdo. Por un instante, confírmelo: en las redes, prensa radial y escrita, súmenle el ejército de opinantes dispersos en todos los mecanismos comunicacionales.

¡Caramba, qué pena!

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