No hay dudas de que la Junta Central Electoral (JCE) es una de las instituciones más importantes de la República Dominicana, y el rol que tiene que desempeñar cada cuatro años así lo demuestra. Aquí hay que estudiar lo positivo y lo negativo.
La Junta es la armadora y a la vez el arbitro de las elecciones, celebradas en un lapso de tiempo que permite a los partidos políticos del sistema organizarse y fortalecer sus estructuras partidarias, en todo el territorio nacional y la diáspora nuestra en los diferentes continentes.
Tomando en cuenta lo anterior, soy de opinión que en esta coyuntura en la que se está eligiendo las personas para ser los posibles futuros miembros o jueces de esa entidad, sean figuras con un perfil requerible para ser parte de ella.
Sí, es cierto que con Roberto Rosario la Junta Central Electoral tuvo y cogió otro matíz, sin embargo soy de opinión que dejarlo ahí o ratificarlo, sería una provocación, tanto a la oposición como al espectro político mismo.
Colocar otra persona al frente de esa entidad no significa que Rosario hizo un mal trabajo, es llenar un vacío que él deje, y claro está, quien llegue tendrá el reto de superar la gestión de su antecesor, sobre todo en la modernidad de la institución y seguir expandiendo sus servicios por todo el país, tal como ha estado pasando en los últimos años.
La parte que no le ayuda a Roberto, la que incluso ha dividido la posición de si se queda o no, es su vinculación con el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), el mismo que está gobernando y por lo que se le atribuye haber actuado con parcialidad en las pasadas elecciones del 16 de mayo.
Claro, es una utopía pensar que los que lleguen a la Junta, así a otras entidades como la Cámara de Cuentas y el Tribunal Superior Electoral, no tengan vinculación con la clase política del sistema o dominante, son ellos los que a la postre deciden, aunque sea lamentable escribirlo, pero es así.
Se hace evidente de que el mayor anhelo es que los que vallan a ocupar la Junta Central Electoral, sobre todo la cabeza o presidente/a, sean a partidistas y cuyo objetivo se vea de llevar un mensaje de transparencia a la sociedad y de excluir las principales instituciones del país de la tan criticada politiquería.
Pero como este es un país politizado en todo, es preciso recordar que una persona, sin vinculación con los partidos políticos, siempre tiene una mano amiga en el poder, en este caso con buenas relaciones en el Congreso, por cuya influencia se ve compelido a ponerse donde el capitán lo vea.
Todos los partidos con representación en el Congreso Nacional son co-partícipes, no así todos los políticos, de la desconfianza en la institucionalidad, porque son ellos los que quieren que el paster se les reparta, escudeándolo por el famoso “equilibrio”, pero queriendo todos tener aunque sea la mínima cuota, los mismos que se quejan cuando uno de ellos toma la mayor.
Para muestra, un botón. El PLD ha denunciado que el retiro de la oposición del diálogo encabezado por Monseñor Agripino Núñez Collado, para el consenso sobre la conformación de los organismos electorales y nuevas reglas en los partidos, se debió a que también querían negociar cargos para dicha conformación.
Esto no me sorprende, pero sí da mala impresión, porque algunos de ellos habían dicho que no estaban detrás de cuotas para esas entidades, lo que deja claro aquello de que donde dije dije, no es dije sino diego y que cada uno quiere tener al suyo en la JCE para las elecciones del 2020.