Romeo y Julieta y los mitos del amor

Romeo y Julieta y los mitos del amor

En una reciente visita a Verona, en Italia, en la Casa de los Capuleto, frente a una estatua dedicada a Julieta, pude tocar sus senos, expuestos y desnudos. Fue precisamente, a partir de esa tradición, que Shakespeare se inspiró para escribir su célebre libro, “Romeo y Julieta”. Allí precisamente, me perdí entre una multitud de turistas, que escribían sus deseos y peticiones, sobre las paredes de aquel mítico lugar, o subían al “Balcón de Julieta”, para ventilar su amor.

En estos tiempos de crisis, aquel gesto de entrega me pareció un síntoma inquietante, de búsqueda simbólica del otro. Un hecho aparentemente banal, que revela el grado de desgarramiento de nuestra sociedad.

¿De dónde surge la desazón amorosa que todos sufrimos, en mayor o menor medida, en algún momento de nuestra vida? Desde hace mucho tiempo, Occidente ha elaborado el tema del amor entre los sexos, pero, hoy en día, al tiempo que se encuentra en dificultades, se busca la pareja como contrapunto a las crisis políticas o religiosas que azotan este nuevo milenio. Ahora bien, ¿existe alguna posibilidad de amor en pareja? Tal vez el estudio de uno de los mitos más específicos, más tenaces, del imaginario occidental nos permita contestar esta pregunta. Este mito es el de la pareja de enamorados, unidos hasta la muerte y en la fidelidad por un vínculo indisoluble, vínculo que no solamente es la promesa mutua de los amantes apasionados, sino también su consagración gracias al matrimonio: una pareja fiel, pero, al mismo tiempo, una pareja legal.

La obra de teatro de Shakespeare “Romeo y Julieta” señala el apogeo del mito occidental del amor entre dos. Supone la culminación de otras avanzadas bastante famosas de nuestra civilización en la exploración del amor y del matrimonio, de sus idilios y sus dificultades.

La primera de estas exploraciones es, sin duda alguna, la pareja tal y como se presenta en el “Cantar de los Cantares”. Algunos comentaristas fechan el texto en 915-913 antes de la era cristiana o en tiempos del rey Salomón, que reinó en 968 a 928 a.C. Sin embargo, el texto no se incluyó en la Biblia hasta el siglo 1 a. C: un texto magnífico, sabroso y poético, cuya dimensión alegórica fue ampliamente desarrollada por los rabinos judíos, así como por los teólogos cristianos (la amante es la Iglesia, el amado es Jesús, por ejemplo), aunque no por ello deja de ser un canto a la pasión muy concreta, muy humana, entre el Soberano y la Sulamita, con una lengua sensual y una dramaturgia que asocia a los ritos nupciales, a los ritos del matrimonio, la tensión del “deseo” entre los amantes. En efecto, el hombre huye sin cesar, mientras que una mujer, quizás por primera vez en la historia de la humanidad, es quien toma la palabra para invocarlo y evocar su amor, así como su unión sellada por la ley.

Tampoco hay que olvidar la riquísima leyenda de Tristán e Isolda, de los siglos XII y XIII: la fuerza irresistible de la pasión amorosa, imaginada y materializada por el filtro, impulsa a los amantes a desafiar el orden social y, en primer lugar, el matrimonio. De origen celta, esta leyenda restaurada por Joseph Bédier nos presenta primero a un Tristán preocupado por no deshonrar al rey Marc y, después, a una Isolda que se presenta más bien como víctima, y todo se mezcla para finalizar en las aventuras de Lancelot y Palamedes y la búsqueda del Grial. De esta manera, los temas del adulterio y de la caballería vienen a enturbiar la verdad de la pareja en tanto que tal, en vez de aclararla.

La tradición cortés constituye, indiscutiblemente, una aportación fundamental para el imaginario de la pareja, en la cultura del mundo occidental. Sin entrar ahora en los detalles del arte y la mentalidad de los trovadores, del culto a la dama, de su deslizamiento progresivo que conducirá de la sensualidad a la espiritualidad, únicamente subrayemos la simultaneidad notable de dos corrientes amorosas del siglo XIII: por una parte, la corriente de la mística cisterciense, exigente y deseosa a la vez, con san Bernardo y su apología del amor como sustrato de la fe cristiana; y, por otra parte, el “gran canto cortés” laico del “fin amor”, que explora la inmanencia de la trascendencia, que no es otra que el vínculo entre el hombre y la mujer, siempre y cuando encuentre una lengua apropiada, capaz de reflejar el vínculo divino y el vínculo entre el hombre y la mujer. De entrada, el amor será una lengua de amor, que debe distinguirse de la lengua vulgar, hasta el esoterismo del “trobar clus” (cerrado) y del “ trobar ric”(rico); una lengua secreta primero y, más tarde, rica en connotaciones y sobreentendidos.

Heredero de esta triple memoria, el texto de “Romeo y Julieta” la depura y la humaniza y, al adaptarla a la mentalidad renacentista, a fin de cuentas, la hace muy cercana a la nuestra. La psicología de los amantes y, sobre todo, su conflicto con las reglas sociales ocupan una posición central en este drama que transcurre en cinco actos y que Shakespeare escribió en 1594-1595. En Verona, a pesar del odio que separa a sus dos familias, los Montesco y los Capuleto, Romeo y Julieta se aman y contraen matrimonio. La fatalidad les arrastra hasta la muerte. Shakespeare (hay muchísimas versiones cinematográficas muy libres. Yo prefiero, “Shakespeare in love” , del año 1998) toma prestado el tema de una novela de Bandello (1554), pero el tema mítico tiene su origen en un relato de Jenofonte de Efeso, que fue retomado especialmente por Bocaccio, en el “Decamerón”, y quedó fijado en la novela de Luigi da Porto hacia 1530.

La pareja de enamorados se halla fuera de la ley (del superyó, de la sociedad), esta ley le resulta mortífera: este es el hito de la obra teatral de Shakespeare. Ningún otro texto de la literatura occidental afirma de manera tan apasionada que, al aspirar a la unión sexual, así como a la legalización de su pasión, los enamorados solo disfrutan de una felicidad efímera. De hecho, la historia de nuestra famosa pareja es una historia de la pareja imposible: Romeo y Julieta pasan más tiempo preparándose para morir que amándose; además, solo se acuestan para morir, nunca para hacer el amor.

La pasión entre Romeo y Julieta es una pertenencia recíproca en la fidelidad que, lejos de vivirse como una transgresión o una reivindicación de libertad sin límites, es inseparable de su consagración por el matrimonio. Aunque el amor está fuera de la ley, urge de una cierta legalidad (digamos que ideal), que expresa la autoridad del vínculo. De este modo la utopía que constituye la realidad de la pareja no deja de hacernos soñar: ¿sería posible mantener vivo un matrimonio que, apartado de cualquier temible constricción social, en las antípodas de ese peso de las familias que mata la pasión, fuera simplemente un espejo social que reconociera y aceptara nuestros amores? Hoy en día, junto con el debilitamiento que afecta a la familia como consecuencia de los deseos liberados, se advierte una aspiración no menos intensa al matrimonio y a la búsqueda de la pareja ideal.

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