Rosa Gómez de Mejía. Firme de carácter, nadie se engañaba con su mansedumbre de persona decidida, dispuesta, valiente, segura de sí, con claridad de miras y de objetivos. Era el tipo de gente que se coloca a un lado para permitir y ayudar a que la contraparte brille, para ello, es preciso abrir el campo, dejar el camino libre, respaldar, ayudar, actuar con la delicadeza de la brisa ligera y fresca de la primavera, para que haya cohesión, solidaridad y respeto a los principios fundamentales que constituyen una familia, tremenda tarea.
Eso y más fue el vivir de Rosa Gómez de Mejía, educada en la recia costumbre de antaño de ser el centro de la familia, supo desempeñar el rol señero que le permitió procrear, crear, educar, enseñar, ser ejemplo para hijos y familiares, inspiración para amigos, modelo de dama elegante, señorial, sencilla, atiemposa, solidaria, ayudó a nadie sabe cuántos con la mano derecha, sin que su mano izquierda se enterara.
Era un río de agua fresca y cristalina. Siempre vestida con una sonrisa, con la vista alerta para adelantarse a los peligros que pudieran afectar la razón de su vida: su familia, a la cual le dedicaba alma, corazón y vida. Toda su vida al lado, alrededor, en torno y dentro de su Hipólito. Lo respaldó en todos los escenarios en los cuales le tocó actuar, como productor, como experto, como funcionario en el sector privado y en el sector público.
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Conocedora y practicante de la más estricta moralidad, contribuyó con la mesura de su comportamiento a que su Hipólito se luciera en la efectividad de sus ejecutorias y en los resultados de su gestión, en cada oportunidad en la que tuvo la necesidad de su respaldo, de su comprensión. La rectitud de su conducta se notaba en la fina sonrisa que siempre adornaba su rostro, como antesala de la frase cariñosa, de aceptación, con la que recibía desde el vendutero que pregona sus frutos, hasta el diplomático o alto empresario que visitaba su residencia.
Sus finos modales siempre eran objeto de elogios de los visitantes y de quienes fuimos objeto de sus atenciones una y otra vez y siempre tenía la misma sonrisa sincera, la misma palabra dulce y cariñosa que tantos corazones ganó a lo largo de su vida. Mientras apuntalaba la tranquilidad de su Hipólito con un quehacer intachable y una dedicación absoluta, se ocupaba paciente y elegantemente de la crianza de sus hijos con el modelo de educar en modales, primero en casa y luego, seguimiento a las tareas escolares.
Ahí está la parte visible y conocida de su obra: el respaldo irrestricto al marido y la educación esmerada de los hijos.
Loor a su memoria: Rosa Gómez de Mejía, gran dama dominicana.
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