Existe en nuestra sociedad una manifestación cotidiana muy frecuente de violencia que afecta grandemente las relaciones interpersonales y la convivencia social que es el ruido.
“El ruido es una forma de violencia acústica, entendida como una forma de agresión que se ejerce a través del sonido, más propiamente a los efectos negativos que la potencia sonora produce sobre el cuerpo. Pero esta violencia no solo se ejerce a través del volumen sino como imposición, es decir, obligar a alguien a escuchar lo que no se quiere” (Narváez 2015:25).
Dentro del campo de la Antropología se ha desarrollado en los últimos años la “Antropología de los sentidos”, tiene como planteamiento fundamental que “los sentidos son habilidades que se educan, desarrollan y transmiten de generación en generación por cada cultura” (Narváez 2015:26) en una forma distinta.
En nuestra sociedad existe un vínculo con la música y el sonido con límites difusos llegándose al ruido y la violencia acústica con mucha frecuencia, en distintos espacios y estratos sociales. Esta violencia acústica no se reconoce como tal.
El uso de música en alto volumen es parte de una rutina diaria en muchos hogares de barrios, residenciales y pueblos. Se agudiza mucho más el ejercicio de este tipo de violencia en zonas comerciales, plazas y calles de centros urbanos donde compiten los comercios con diferentes tipos de música en alto volumen.
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-Muchos vehículos que tienen grandes bocinas llamadas popularmente “musicon” transitan en calles y avenidas sin reparo. Esta práctica de oír música en alto volumen en nuestra sociedad ofrece una lectura de la forma como se construye culturalmente la interacción social desde elementos como los siguientes:
–Imposición de un tipo de música que desconoce el derecho que tiene “el otro” a tener preferencias musicales distintas. Esta imposición muestra una gran debilidad en la interacción social que es la ausencia del “respeto”.
–Ejercicio de poder violento a través del alto volumen similar al intento de aplastar físicamente al otro desde una aparente forma simbólica.
–Resistencia al silencio y su valor para aprender a escuchar y crear un clima de paz.
–Poca conciencia de los efectos dañinos del ruido en los ámbitos psicológicos, fisiológicos y sociales.
La violencia acústica afecta notablemente la cohesión social y la convivencia armónica al interior de las familias, vecindarios, residenciales, barrios y centros urbanos.
Las medidas y sanciones contra el ruido en todos los ámbitos deben extenderse a todo el territorio nacional y ser efectivas sin discriminación ni complicidades. Junto a la aplicación de la ley deben desarrollarse campañas educativas que apunten a crear conciencia ciudadana frente al ruido como ejercicio de violencia y violación de derechos.