El momento es propicio para alegorías. Agnósticos y religiosos, de alguna manera, recuerdan el calvario, también la resurrección. Urbi et orbi resuena el eco del júbilo inicial, esa entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, antes del suplicio. La glosa de las Siete Palabras será frecuente y esperadas las alusiones e interpretaciones de lo dicho por el Cristo exánime.
Durante los días aciagos de la pandemia, de la conmoción y el espanto, de la muerte presente por doquier, la indefensión provocó el fugaz deseo de ser mejores y acercó a muchos a la cruz con la esperanza de la salvación. Nada importaba más que la salud, un virus tenía postrada a la humanidad.
La desesperación multiplicaba plegarias, pero poco a poco aquel arrebato piadoso fue desapareciendo como desaparecían contagios y mascarillas. Fue el retorno de lo mismo y nada cambió, solo el susto produjo la pausa de la mezquindad. Y volvió el mismo afán, con las actitudes acostumbradas. La voracidad y la violencia reclamaron su lugar y “el delirio de omnipotencia propio de los individuos y la humanidad” desafiado por la pandemia, como dijo el predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, en la Basílica de San Pedro, aquel viernes santo del 2020, recuperó su espacio. Y sin disimulos, con desenfado propio de la época, comienza la semana de asueto, más profana que santa.
Tiempo para recordar procesos y errores judiciales, la sibilina evasión de responsabilidad de Poncio Pilatos, la imponencia de la turba enardecida dictando sentencia en nombre del populismo punitivo.
Y después de Cristo, aquí, coqueteamos con la posibilidad de inaugurar una era pretoriana, sin componte ni contén. La insurrección es de gentiles no de la gleba, aunque pierdan la compostura cuando piden a gritos crucifixión sin juicio. Y en nombre de la popularidad, los derechos son conculcados. La libertad queda atrapada en la telaraña del elogio y los alaridos del rencor dictan y deciden más que la Constitución y las leyes.
Peones empoderados apañan la sempiterna impunidad de algunos y, como en el ajedrez, no pueden retroceder. Lideran complacidos una ficción tramposa. Es tiempo de Sanedrín, miedo y desvergüenza. Aquella primera palabra de Jesús implorando al padre perdón para los que no saben lo que hacen, no procede en la era de la reconquista ética. Todos saben lo que hacen y porqué.
El sanedrín decidió que la nación se salvará cuando atrapen los corruptos. Ningún otro problema existe en el país y para castigar a los malos, todo está permitido. Pronto el territorio será ocupado solo por personas honestas. Los corruptos, por decisión popular y del sanedrín, estarán encerrados, no perturbarán la paz de los buenos. La honestidad paseará su pureza entre guasábaras, la virtud reinará en la isla sin bosques ni ríos, con el piripirope y los disparos sonando en cada esquina. Los corruptos desalojarán de sus celdas a los asesinos y violadores, a traficantes de personas y de sustancias prohibidas.
Y los tribunales estarán vacíos, porque nada más importará al nuevo orden. Sin corruptos, hasta las ratoneras tendrán fragancia de azucenas.