Said Musa

Said Musa

Un gran artista con tres acentos diferentes: muralista, pintor de estudio y ceramista

Es casi imposible que hurgando en nuestra historia del arte, encontremos un caso similar. Por ejemplo, Jaime Colson, pintor de estudio y muralista, no es ceramista.

Paul Giudicelli, pintor de estudio y ceramista, no es muralista. José  Vela Zanetti, pintor de estudio y muralista, no es ceramista. Así varios otros artistas que nunca llegaron a conjugar estas tres diferentes maneras de hacer arte.

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Said Musa junto a Ramírez Conde fueron excelentes alumnos de Jaime Colson, maestro distinguido de varias generaciones de pintores.

Said aprendió de Colson el mágico decir del dibujo y la extraña pasión por el color, emblemas imprescindibles en el arsenal artístico de un buen pintor.

Como buen alumno, transitó un buen tiempo atrapado en las redes conceptuales, temáticas y formales del influyente maestro. Su pintura se desglosaba entre senderos colsonianos y los balbuceos de un joven artista que ya estaba dando sus primeros pasos luchando entre la jerarquía del influyente maestro y la rebeldía de un novel artista que ya casi encendía el crisol del espíritu con luz propia.

Así, como todos los grandes artistas, con su lucha a muerte por forjar su propio estilo, en jerarquizar su firme personalidad, en caminar sin muletas por los difíciles senderos del arte hasta al fin lograr su más caro deseo, con lumbre que encendía en su pensamiento y sus sueños. Así se forjó, se nos presentó con criterio de hombre de bien, criterio de hombre de arte, Said Musa.

Cuando nuestro artista empezó a expresarse con lenguaje propio, sus paisajes, retratos y bodegones, eran asideros de estructuras informalistas con un delineado dibujo que a veces asomaba entre el parco color, pardos, grises y algunas tonalidades pasteles sostenidos por gruesos apliques de pinturas táctiles y espatuladas que otorgaban al cuadro firmeza y sostén.

En su pintura ya asomaba la pasión como un mágico idioma, la pasión que tortura la vocación de hacer arte y ese lenguaje expresivo, extraño, confuso y cierto, idioma con que se dice y se canta la canción del alma y del espíritu.
Said transitó el tiempo suficiente en la ardua tarea de mejorar en su oficio de pintor. Su visión del tema y su resolución cada día se le hacía más fácil.

Largas horas de convivir en su taller, le otorgaban mayor seguridad en su quehacer. Colores más limpios y expresivos eran el premio a sus afanes, un dibujo preciso y grácil asomaba en sus diarios intentos de repetir y repetir en busca de la anhelada perfección.

El tiempo transcurría y Musa se reafirmaba como artista y la mejoría de su arte era una expresiva sensación de progreso.

La sociedad es un conglomerado de seres con disímiles formas de actuar y pensar. El hombre como el intelectual, el obrero, el artista, todos aunque con diferentes ópticas de apreciar la vida, poseen un común denominador: sienten en lo más profundo de su ser el aguijón insurrecto, irreverente y compulsivo de cambiar el rumbo de una vida estéril e insatisfecha.

Esa misma sociedad recibe el impacto de un “tiempo novo” que se acerca y se siente.

Es el grave sentir del cambio, de romper la inercia de espacios caducos por nuevos vientos que agiten el espíritu y el nuevo quehacer del hombre.

Es el artista, el más sensible y tierno comensal que aventura por este mundo, el que más se afecta con esta nueva actitud de la sociedad y es por ende el que deja la más honda huella como testimonio de un nuevo sentir, un innovador estado de cosas que empiezan a mostrarnos la nueva cara de cómo será todo de aquí en adelante.

En Said Musa, esa fascinante sensación de nuevos intentos, de trillar nuevos caminos y sentir el arte de una manera diferente, trastocó su paleta gris, parco de color y apagados bandos, en un brillante y hermoso espectáculo de firmes colores, reclamos deslumbrantes de rojos chinos, esmeraldas, carmín, tierras de Siena y de Sevilla, bermellones, azules de prusia, que convertían su nueva expresión de arte en una fascinante alegoría.

Sus cuadros, ya de mayor formato, reflejaban la más cara expresión de la vida, la magia del más encendido color puro y expresivo gritaba a los cuatro vientos el hermoso sentir de un nuevo artista, un reconocido pintor que encontró en el color del alma simple, sencilla, práctica, sensible poesía, su arsenal del alma para hacer su guerra a un mundo de sueños, encantada morada de gracia y congojas al mundo donde hace su vigilia y dormita la más bella expresión del hombre: el mundo del arte.

De su encendida ilusión surge la más pura expresión creativa y bucólicos ambientes, tertulia campesina con gráciles figuras que narran su ingenua cotidianidad, hermosas alegorías que cuentan de afanes y festivos encuentros, hermoso espectáculo de franca camaradería que vibra en el alma y el espíritu del campo nuestro, convertido en esplendoroso y auténtico arte, en hermosas narraciones que nos cuentan de la tirana ilusión que levita en ese mundo aunque rudo y viril reina el amor y la bondad.

Así fueron transitando por su estudio interesantes paneles de estampas pletóricas de color y buen gusto, donde el hombre en su actitud, jugaba un estelar papel. El hombre del campo, el hombre de la ciudad, de la comarca, del vecindario, de la loma y el taller, todos enjuiciados de buena fe en un esplendoroso escenario bello y hermoso, como el mismo hombre, exaltado al más alto sitial donde solo existe el afecto, sentimiento de pureza y bondad.

Los mosaicos bizantinos, maravillosos y elocuentes, son los más fieles testigos que nos han llegado de la grandeza artística y cultural del milenario Bizancio.

Said fue un apasionado de los estudios y admirador de los célebres mosaicos que fascinaron al mundo.

Estudió su técnica y la condujo en sus especulaciones hasta del más estricto conocimiento y fue el detonante para iniciar otra forma de hacer arte. Incursionó con ahínco en comprender y practicar lo que al final iba a ser su gran aventura: la cerámica, con la más depurada técnica calcinó barro y colores y empezó a diseñar las más atractivas formas abstractas en pequeños formatos.

Con el paso del tiempo su crisol de cocer al rojo vivo fue mayor y sus cerámicas deslumbrantes de luz y espléndidos glaseados tomaron otras mayores y mejores dimensiones. Su pureza y facultad en su quehacer otorgaron aceptación a su obra y nuestro artista sin lugar a dudas se convierte en el más depurado y solicitado ceramista de nuestro país.

Primero pequeños formatos para adornar paredes de coleccionistas, luego enormes murales que convirtieron las mudas paredes de hoteles, bancos, instituciones culturales, espacios en la ciudad, en vistosos escenarios de cultura, arte y esplendor.

Murales didácticos sobre nuestros orígenes, murales abstractos que nos cuentan historias confusas pero apasionadas, enormes murales testigos para toda la vida en franca convivencia con nuestra generación y las próximas que tendrán la guía y el reconocimiento de como fue el ayer.

Así proyecta nuestro pintor su vida en el arte, de vez en cuando los pinceles amortizando líneas, luces y colores sobre la tela, otras veces confirmando los grados de calor en su crisol para el tránsito de quemar el barro salpicado de colores y estructuras lineales para un pequeño formato, y otras veces desde el andamio, dando los toques finales a un panel con características de mural que alguna empresa financió o una donación del artista a la ciudad, a la cultura.

Esa misma sociedad recibe el impacto de un “tiempo novo” que se acerca y se siente.