Se nos fue el año, se nos fue sin dejar huellas, se fundió el año como se funde el magma rocoso en la temerosa y caliente lava; se nos fue y nadie lo puede atrapar. Se evaporó como las aguas del océano, como los sueños que surgen de un corazón egoísta, que solo alcanza las vanidades disfrazadas de logros marchitados.
Se nos fue y no pudimos transformar una vida y mucho menos una comunidad. Se deslizó el año, de la misma forma que nos deslizábamos cuando éramos niños, nos escurríamos para esquivar una acción de ataque y de peligro. Ese año entró todo su cuerpo en la concavidad y se escondió de forma permanente, se nos esfumó hacia un lugar intangible e incontable, nos dejó perplejo y para subsanar nuestro dolor celebramos la victoria inventada de que hemos llegado a un nuevo año, como si fuéramos constructores de un destino seguro. Nos jactamos de vivir en aquel año que se fue, y se fue sin nuestras huellas, sin marcas, sin recados, sin trincheras para salvar a nuestro país de las barbaridades que nos golpean de forma consistente.
Santísimo, se nos fue, dejándonos una extraña sensación existencial, algo raro y difícil de articular. Su marcha generó un estancamiento en el discurso, percibimos las babas que nos hacen sentir grandes e importantes, pero que al final de la noche cuando estamos frente a nuestra sombra nos damos cuenta que el tiempo se nos ha ido y sigue marchando como si fuera una acción de espionaje. No pudimos marcar un acento diferenciador, el temor nos ganó, la mediocridad nos inhibió y la falta de visión nos esclavizó a vivir en lo corriente, en lo bajo, en lo cotidiano, en lo monótono, nos automatizó para operar de la misma manera y con los mismos resultados. Se nos fue, y nos dejó sin contexto, nos dejó con las manos arriba tratando de ser amables con un adiós forrado de lágrimas y heridas creadas por la postergación y nuestra indisciplina.
El se nos fue y no pudimos hacer lo que debíamos de hacer sin dejar de hacer lo que siempre hemos hecho. Usamos el año que se fue para darle la espalda al necesitado, para promover al funcionario más corrupto, para aplaudir las malas acciones de nuestros representantes en el gobierno, para posponer una palabra de ánimo, para no aportar soluciones en el Estado. Se nos fue sin usar nuestra voz profética, se nos fue sin sembrar un árbol, se nos fue sin hacer un plan familiar para mejorar nuestra relaciones familiares; se escapó el año sin practicar el silencio interno para poder escuchar el susurrar de Dios en la parte más misteriosa de nuestro ser. Se nos fue sin ejercer un poderío en una esfera de la sociedad, por temor a “perder nuestra reputación”, por miedo a que nos aíslen. Se nos fue y llenamos nuestras cuentas bancarias, nos saturamos de propiedades, y ahora sentimos miedo de dejarlo todo, de perderlo y traspasarlo. Se nos fue y sentimos que todo se nos irá.
Se nos fue pero hay esperanza; llegó otro espacio que nos brinda otra oportunidad para remendar nuestra negligencia. Se nos fue, pero llegó el nuevo año para convertirnos en un Antonio de Montesino, denunciando los males y defendiendo a los más débiles. Este nuevo año nos invita a usar parte de nuestros recursos y nuestros talentos para levantar a alguien que esté caído, usemos nuestra influencia para hacer justicia, nuestra posición en el gobierno para modelar lo correcto, usemos todo lo que tenemos para generar bienestar y seguridad. Intentémoslo y veremos que bien nos vamos a sentir. Es mejor dar que recibir. Un día nos iremos como aquel año, ¿y qué queremos dejar? Caramba, se nos fue, pero que bueno que ha llegado otro para hacer otra historia cargada de esperanza.