La rigurosidad científica de las encuestas encontró en la política el escenario por excelencia para prostituirse. Así, vendedores de ilusiones tienden a construir la posibilidad de inducir al ejército de ingenuos que, afortunadamente despiertan, en la intención de poder burlar el sentido común e intuición de los ciudadanos. Y los campos se deslindan hacia la oferta que prefieren segmentos muy reducidos, siempre dispuestos a “imponer” los suyos y/o invisibilizar al que detestan.
Ya los funestos precedentes marcan engaños alarmantes. Gracias al todopoderoso, la realidad va derrotando la mentira y sus propaladores: en 2016, Hillary Clinton se proyectaba como imbatible, el Brexit aparentaba victorioso, los defensores del Acuerdo de Paz en Colombia se entusiasmaron con resultados previamente definidos y en las elecciones andaluzas, la “certeza” no dejaba espacios a dudas. Del mismo modo, en 2017 Macron consiguió un triunfo sobre 30% de distancia y las mediciones proyectaban un 10%, Piñera volvió al poder, seducido por el 44%, terminó con 36%, en 2020 los números fueron distintos en los Estados de Arizona, Carolina del Norte, Florida, Georgia, Michigan y Minnesota. Aunque, satisfecho con su retorno, la cerrada contienda en Brasil nunca asoció a Bolsonaro pisándole los talones a Lula.
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Cada día se torna necesario cerrarle el paso al diseño de propaganda burda, utilizada por aspirantes, grupos económicos e instancias de la comunicación, propensas a confundir su arraigo y penetración con capacidad de transformar la voluntad de los electores. Por eso, el nivel de perversidad y retorcimiento de un instrumento de carácter académico, útil y creíble, siempre y cuando se asocie a la objetividad. Aquí, no terminamos de aprender. Dos décadas atrás, las páginas de un importante medio escrito sirvieron para impulsar las aspiraciones, no alcanzadas en un primer intento, pero fuente de descrédito que terminó reduciendo a su mínima expresión el otrora influyente periódico.
Como el reloj de lo electoral comienza a evidenciar niveles de desesperación, desde el oficialismo se intenta estructurar un sentido de popularidad y respaldo que no guarda relación con la realidad. Evocando a George Orwell, entre un Ministerio de la Verdad y policías del pensamiento, se invierten recursos astronómicos en el interés de establecer herramientas falseadas, con categorías de plataformas digitales independientes y espacios de comunicación, altamente comprometidos con el presupuesto nacional. El rufianismo de bots, cuentas falsas, opinadores de alquiler, no guarda relación con la noción del cambio que se prometió, esencialmente porque contra esas manifestaciones burlescas la mayoría de la ciudadanía votó favoreciendo la candidatura del PRM y fuerzas aliadas. ¿Por qué insistir con el mismo método?