La República Dominicana está bendecida con un enorme potencial para el crecimiento empresarial, pero un enemigo persistente frena su desarrollo: la burocracia. Desde una perspectiva de derecha, centrada en la libertad individual y el mercado, este exceso de trámites y regulaciones no solo entorpece a los emprendedores, sino, que socava la competitividad económica del país. Los dominicanos que sueñan con abrir un negocio enfrentan un calvario de procesos innecesarios, perdiendo tiempo y dinero que podrían invertir en innovación y creación de empleo.
El Banco Mundial ha señalado que registrar una empresa en la República Dominicana requiere múltiples pasos y días, mientras que, en economías dinámicas como Singapur o Estados Unidos, basta horas gracias a sistemas digitales eficientes. Esta lentitud no es solo un inconveniente; es un costo directo que desincentiva la formalización y empuja a muchos al sector informal, debilitando la base tributaria y el crecimiento sostenido. Un sistema digitalizado y ágil, con trámites en línea y menos intermediarios, no solo reduciría tiempos, sino, que también combatiría la corrupción, un lastre que ahuyenta a inversionistas nacionales y extranjeros. Además, los impuestos excesivos y las regulaciones asfixiantes castigan a los pequeños empresarios, quienes son el motor de la economía. Ejemplos como Chile, con su enfoque pro-empresa, muestran que menos Estado y más libertad económica atraen inversión y elevan el PIB. Menos burocracia es sinónimo de más oportunidades. Reglas claras, trámites simples y un Estado que facilite en lugar de obstaculizar son la clave para desatar el potencial dominicano. El futuro depende de confiar en los emprendedores, no en el Gobierno.