La conclusión de todo balance, mínimamente serio, sobre la realidad que vive el mundo actual es que vivimos un momento de generalizada y profunda crisis. Difícilmente se encuentre un sistema político, sin importar su signo o continente donde este se encuentre que, con sus gradaciones, no dé muestra inequívoca de estar en crisis, siendo el sistema capitalista hegemonizado por los Estados Unidos donde más saliente es esta circunstancia. También, están en esa situación los diferentes bloques existentes, articulados o no y sin importar sus regímenes políticos. Pero lo que más me abruma es la crisis de alternativa en que discurre la acción de las fuerzas político-sociales que desde diversas posiciones se reclaman del cambio.
En Occidente, en esta época, la vía electoral es el escenario de la lucha política, y que desde la segunda década de siglo XIX ninguna insurrección, ni ningún movimiento de protesta, por más extenso que haya sido, se ha constituido en poder una primera constatación, y una segunda es que las llamadas experiencias de cambio en nombre del socialismo no han logrado escapar a la tentación autoritaria, excluyente y negadoras de valores básicos de la democracia y en el imaginario de la gente en todo el mundo asocia la izquierda a esas experiencias, un lastre que impide a la gente calibrar en su justa dimensión el papel de la izquierda en los procesos democratizadores de sus respectivas sociedades.
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De la constatación de ese hecho, y de la complejidad del mundo actual, se ha impuesto el aserto político que indica, hasta ahora, que la democracia constituye el escenario fundamental de la lucha política, lo cual, más que antes, obliga a tener un cuerpo de ideas que en línea general definan el tipo de sociedad que se quiere. Por consiguiente, las fuerzas que asuman esa táctica de lucha como estrategia tienen que ganar lo que Antonio Gramsci llamó: hegemonía, vale decir, el consenso, la aceptación de vastos y plurales sectores de la sociedad.
De ahí mi insistencia en que la izquierda tiene que darse una imagen realmente democrática, lo cual significa la defensa de los valores de la democracia, no importa dónde ni el color de régimen que los limites o suprima y hacer un balance exhaustivo de su historia, sus prácticas y sus asertos ideológico/políticos a la luz del presente. La crisis del capitalismo a nivel mundial es insoslayable y podrán presentarse coyunturas sumamente favorables para la izquierda, pero, como decía Séneca: “no hay viento favorable para el barco que no sabe adónde va”, de ahí mi insistencia en un balance para que las perspectivas de ese corriente deje de ser tan borrosa, tan desmovilizadora.