República Dominicana ya rebasó la línea de no retorno o Rubicón en el camino que la subordina demasiado al dinero prestado y no se puede esperar que el Estado acometa obras, mitigue daños por pandemia y conflictividad internacional al tiempo de estimular el desarrollo para hacer más productivo al país basándose solo en la fiscalidad.
Reconocido por el buen manejo de su economía y estabilidad en medio de los vientos huracanados que se entrecruzan en la globalidad, el país tiene que, con más urgencia que antes, recurrir a los financiamientos que más garantizarían capacidad para pagarlos y generen más efectos favorables a los funcionamientos productivos.
Parecería que las autoridades entienden que deben poner énfasis en allegar recursos externos que apuntalen estructuralmente la generación de bienes y creación de activos fijos, pero el crecimiento de los gastos corrientes, en desmedro de la inversión pública, explica en alguna medida la continua necesidad de endeudarse.
Las cuentas por pagar han ido en espiral con compromisos locales y externos a costa del ahorro nacional y los impuestos de la realidad cotidiana aportan muy poco a las realizaciones del sector público.
Eso sí: los bombos y platillos de la propaganda oficial conceden resonancia a las inauguraciones y comienzos de proyectos para imprimirle un color de rosa esperanzador al presente que ni tanto es, mientras los hechos rebaten las exageraciones.