En un mundo donde la autenticidad se ha convertido en la bandera que todos desean ondear, la realidad nos muestra otra cara: estamos rodeados de máscaras. En mi camino como comunicadora, y especialmente en mi labor como socia-editora de Encuentros Interactivos, he tenido que hacerme eco del trabajo de muchos profesionales. En esta semana escribía un artículo sobre la autorregulación en los medios de comunicación digitales. Esto me ha llevado a reflexionar profundamente sobre cómo se percibe el éxito en nuestra industria.
La verdad, sin filtros, es que duele. Duele ver cómo hoy en día se llaman empresarios y referentes de la comunicación a quienes llevan su vida personal a las pantallas. Y no es que esté mal, porque cada quien tiene su forma de conectarse con su audiencia y somos seres integrales. Lo que duele es pensar en los grandes profesionales que están haciendo un trabajo extraordinario en diversos medios, aportando valor real. Aquellos que utilizan su inteligencia, su creatividad y sus relaciones no para descalificar al otro o para protagonizar escándalos, sino para construir, para educar y para inspirar a la sociedad.
Esos son los verdaderos referentes. Y en un entorno donde lo viral parece importar más que lo valioso, mantener la mirada en este tipo de aportes puede ser desmotivador. Es difícil enfocarse en la preparación, en la honestidad, en decir «no» a las oportunidades que comprometen nuestros principios, mientras otros toman atajos. Es duro observar cómo los que no tienen la mejor intención logran quedarse con el mejor pedazo del pastel. Y sí, es incomprensible cómo un trabajo ético y responsable a veces queda opacado por el ruido de lo superficial.
Esto también me lleva a cuestionar el papel de las redes sociales como plataformas de proyección. Las redes han democratizado la comunicación, pero también han puesto en el centro el valor de la fugacidad. Los likes y las vistas se han convertido en moneda de cambio para determinar el «éxito». Sin embargo, ¿qué pasa cuando el contenido deja de ser relevante en unos minutos? Construir una carrera basada en tendencias pasajeras parece más un acto de desesperación que de estrategia.
A pesar de todo esto, sigo dispuesta a recorrer este camino. Porque creo profundamente en un ejercicio de la comunicación que no se base en mascaras; más bien, en valores. Porque sé que hay un impacto que trasciende las luces, las cámaras y los micrófonos. Ese impacto es el que permanece cuando las tendencias cambian y el mundo deja de mirar.
La comunicación también es un acto de responsabilidad social. Como profesionales, tenemos el deber de ser conscientes del contenido que generamos y de los mensajes que transmitimos. ¿Estamos contribuyendo a una sociedad más informada, reflexiva y consciente? ¿O estamos promoviendo una cultura de inmediatez vacía? Estas preguntas deben guiarnos al construir nuestra huella en el mundo.
Llamar éxito a lo efímero no es una opción para mí. Prefiero construir algo que dure, que inspire y que deje huellas reales. ¿El precio? A veces es alto. Pero no hay mayor recompensa que saber que lo que haces, aunque no sea lo más popular, aporta a un futuro mejor. Es una decisión que tomo cada día, sin filtros y con plena convicción.