Hoy tomo la voz de dos sufragistas dominicanas, quienes subvirtieron al clarificar las dudas sobre los avances de los feminismos y de los planes de reforma que buscaban dotar de derechos civiles y políticos a las mujeres, a la opinión pública, de hace un siglo atrás.
A las maestras normales Plácida Ventura y Leonor Martínez las encuentro, en pensamiento y discurso, unidas en Fémina, y de esta manera la publicación de Petronila Angélica Gómez Brea (1922-1939) adquiere nueva vez validez y permite instaurar la mirada de la catedrática de la Universidad de Vigo Mercedes Román Portas, sobre la trascendencia de los medios de comunicación como colaboradores en el rescate de la «historia de las mentalidades».
Y es que los anales de la historia oficial pasa por alto que en 1923, la mesa de redacción localizada en San Pedro de Macorís publica «El fantasma femenino» de Plácida Ventura, en el cual reafirma que al obtener su ciudadanía las mujeres «cooperarán con el levantamiento de nuestro status (sic) moral, ayudaros en todo lo que sea posible, en armonía de nuestro carácter de mujer, para la completa satisfacción de nuestros compatriotas»… Era la respuesta inminente ante los pensamientos escépticos sobre el alcance de los derechos políticos de las mujeres (el sufragismo) les restaría «características femeniles».
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Casi una década después, en 1932, Leonor Martínez solicita a las cámaras legislativas del país poner en acción la Ley del Progreso a fin de que impulse la labor de la mujer profesional, así como mecanismos de protección para ellas ante las personas que las calificaban como «falsas» y »deleznables», a quienes trabajaban en las oficinas. El comentario publicado se tituló «Dudas infundadas».
Ambos artículos resonaron en mi memoria ante el aluvión de críticas por el primer paso para saldar la deuda histórica con las trabajadoras del hogar del país; «dudas infundadas» que a diferencia de hace 100 años se potencializan con la rapidez de las nuevas plataformas de la información y se alimentan de las convicciones propias de los «fantasmas» de siempre que merodean cada paso de avance, de derechos de las mujeres, como las que han vivido marginadas dentro de un sector sumergido en condiciones precarizadas, sin un piso desde el cual puedan tener garantías.
Y así como Plácida y Leonor advertían que ni el voto ni el trabajo fuera del hogar, la ilustración, el ejercicio profesional, cambiarían a la mujer dominicana, que era el mayor temor de las personas incrédulas; dotar de derechos fundamentales a quienes ejercen el trabajo doméstico en el país -más de 200 mil en 2021-, lejos de caer en el temido limbo jurídico que desde ya advierten “los opinadores”, podrá visibilizar la contribución económica que hacen día a día.
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En Ecuador y México, por ejemplo, según datos de CEPAL, el trabajo doméstico no remunerado equivale entre un quinto y un cuarto del Producto Bruto Interno. Es decir, monetizar todas aquellas tareas domésticas, desde preparar una comida, cambiar los pañales, atender a una persona enferma…
¡Representa entre un quinto y un cuarto del PBI! ¿Quizás es ese el fantasma que nos negamos a ver? ¿Quizás todavía se duda de que este sector, mayormente feminizado, deba expandir sus derechos?…