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Si bien las comparaciones son odiosas me dediqué a leer a Irene Vilar, a recordar a Lolita Lebrón y a releer a Nadine Gordimer.
Hace semanas releí la novela “Un invitado de honor” y leí un libro de 2008, “Beethoven también tenía algo de negro” donde Nadine Gordimer con 89 años sigue escribiendo, “soto voce”, generosa, como la ola, sin alardes y participando casi diría de esa ola de la humanidad que va y viene, que es arena, mar y agua.
Escribe y vive y trata a sus personajes con piedad.
Me gusta de esa escritora ese lento crecer de una joven creadora que refleja el trabajo en las minas en los años treinta, a la joven escritora del apartheid de los setenta hasta esta anciana que escribe tierna, lúcida.
Escribe suavemente del pasado, de los hombres, del esposo, de los amantes, del posible falso padre, del ADN de una muchacha en “Laila es Laila”, irrevocable, puntual, serena pero escribe del pasado sin furia, con amor, con piedad, con una mirada de alivio y bálsamo sobre el dolor de cualquier grupo humano, de sus mayores, de sus ancestros.
No juzga, no acusa, no es inquisidora ni admonitoria. Solo narra. Es la ola recurrente, el mar, la arena, el sol. Su narración es la ola que siempre llega, lame y se va.
Hace algunos años Rosario Ferré fue invitada a la Feria del libro de Santo Domingo y en su conferencia citó el cuento de Juan Carlos Onetti “La novia robada” y desarrolló la teoría de que ese cuento es la metáfora para explicar a los hombres y como ellos nos construyen de acuerdo a sus demonios, prejuicios y miedos.
La historia de la Moncha Insaurralde, la vasquita de Montevideo enloquecida por los hombres de su vida que deambula con su traje de casamiento por las mesas de un bar es esa víctima recurrente, ese chivo emisario de los hombres, es “Maldito amor” de Rosario Ferré es en el medio del incendio en una finca en Ponce o Mayagüez, esa frase de ribetes bíblicos:
“Todos mentían y todos decían la verdad”.
Es el padre incestuoso e inválido, es la abuela terrible de la novela de Irene Vilar, o es la joven independentista que en el Congreso de los Representantes dice que ella no va a matar a nadie sino a morir por Puerto Rico, es la Julia de Burgos alcoholizada y muerta en las calles de Nueva York en los cincuenta o esa Silvia Rexach autodestruida a los 39 años por el cáncer y el alcohol en 1961, o la versión de la nieta de la patriota independentista, la joven autodestructiva con quince abortos en quince años que trata de endosar su autodestrucción a la abuela.
Dibujo atroz de todas esas mujeres que Rosario Ferré dijo son las construcciones que los hombres hacen de lo femenino. La pura o impura, la puta o la virgen, la callada o la vociferante, la arpía o la sumisa, la corrompida o la inocente.
Hace años me quedó en el inconsciente la historia de Rosario, su teoría de que todas somos una construcción monstruosa como la vasca Insaurralde y de que es un sino, un destino trágico ese posible blanco o negro de nuestra condición femenina.
Creo que cuando en mayo leí la entrevista realizada a la nieta de Lolita Lebrón en Buenos Aires debe haberse disparado la memoria de esas mujeres destinadas a la tragedia, signadas por eso que dice Irene Vilar cuando analiza la intrincada trama familiar que la sumió en una neurosis que la llevó a practicarse quince abortos, hacer un paralelo entre su adicción y el movimiento de resistencia de su país, a través del relato de su vida, la de su madre y la de su revolucionaria abuela.
El 6 de mayo de 2012, leí en Página 12 la entrevista que hizo Silvian Friera a la nieta de Lolita Lebrón.
“En el libro “Maternidad Imposible” narra quince abortos en quince años y dice que cuando el aborto se vuelve repetitivo y auto mutilante, deviene en adicción. Irene Vilar dijo en la entrevista que “encontró la llave para abrir la puerta de un testimonio literario en que intimidad y política están tan imbricadas, que la aspiración de diseccionar estas partes sería una empresa inútil”.
En “Maternidad imposible” (Lengua de Trapo), que presentó en la 38ª Feria del Libro junto a José Pablo Feinmann, un yo desgarrado escarba en viejas heridas de la infancia, secretos familiares y arraigados tabúes de la propia cultura de su país.
La madre de Irene Vilar fue esterilizada como consecuencia de un experimento siniestro dirigido por el gobierno estadounidense. Puerto Rico ostentó la mayor tasa de mujeres esterilizadas: entre el 38 y el 44 por ciento, hacia 1977. Esa madre vaciada de su sistema reproductivo y adicta al Valium, que no tuvo opción de elegir, se hundió en el pozo sin fondo de una depresión galopante.
Una noche se mató arrojándose de un coche en movimiento, mientras su hija intentaba retenerla.
La abuela materna de Vilar optó por un destino sacrificial. Lolita Lebrón estuvo 25 años en una prisión norteamericana por haber atentado contra el Congreso de los Estados Unidos en 1954.
El paisaje emocional empuja Irene Vilar a salir de la isla para estudiar en la Universidad de Siracusa. “Lo único que quería era escapar y asumir el control absoluto de mi vida y de mi cuerpo”.
(…)” A los 17 años, se enamoró de su profesor de literatura, un filósofo argentino exiliado en los Estados Unidos que no quería tener hijos y que consideraba que las mujeres que deseaban entregarse a una carrera y a una vida auténticamente libre debían permanecer estériles. Doce de los quince abortos que practicó fueron durante esta relación”.
La entrevista es larga, impactante. Queda la sensación de que esa relación abuela-nieta es imposible. Como si vivieran en dos mundos radicalmente opuestos.
“El libro es una maternidad imposible no sólo en lo personal; es una historia de tres generaciones de mujeres que vivimos maternidades imposibles: mi abuela, mi madre y yo. Mi abuela murió hace dos años, a los 92. Y fue muy doloroso para mí, porque ella decidió desheredarme.
La cláusula del testamento dice: “Desheredo a mi nieta por haber difamado al movimiento nacionalista de Puerto Rico”.
En Galería de mujeres indago la historia de heroísmo y destrucción en la vida de mi abuela. En ese libro presento a Lolita como una figura trágica. Lo que rompió la relación con mi abuela fue que traté de meterme en las fisuras y en el costo de la construcción de mitos.
El movimiento nacionalista en Puerto Rico es muy romántico, fundamentalista, dogmático. En ese sentido es medio facho, casi de derecha, cuando pretende ser de izquierda. La tragedia de mi abuela es parte de la historia de la mujer oprimida puertorriqueña. Me desheredó porque escribí dos libros sobre dos de los tabúes más grandes: el suicidio y el aborto”.
(…) “La mayor ironía es que mis fantasías literarias comenzaron cuando conocí a Lolita en el entierro de mamá; la dejaron salir de la cárcel para despedirse de su hija”.
Cuando redactó la primera versión de Galería de mujeres, la llamó a Lolita y le confesó: “Lo siento… no puede ser una biografía; esto es lo que me está saliendo. Son tres vidas, nuestras vidas”.
Lolita le replicó: “Si tú escribes ese libro, el movimiento no te lo va a perdonar”.
Santo Doming, 7 de enero 2020.