La lógica electoral se estructura alrededor de sumatorias que no guardan relación con calidad ni competencia. En el trayecto, matemáticas victoriosas tienden a obstruir el verdadero sentido de los cambios anhelados bajo la desfachatez de que conseguir la meta representa una aspiración esencial de todo objetivo político. El dilema de un auténtico gobernante radica en dejarse orientar por el sentido de lo atractivo para las mayorías, sin percatarse que el juicio de la historia nunca emite sentencias favorables a los que hipotecan sus convicciones en interés de simplificar su conducta a lo estrictamente popular.
Cuando los factores de poder direccional su actuación en la prédica electoralista, las conquistas de adversarios no resultan gratis. De paso, el presupuesto nacional se transforma en la fuente de cooptación que, pintado de abultamiento de la nómina, incremento de presupuesto municipal y designación de familiares, provocan un destape en capacidad de derrocar cualquier resquicio ético del otrora discurso diferenciador. Políticamente, inicia el destape, y de ahí, a la tragedia de creer que la sociedad no observa a los excesos, es un trayecto muy corto y de seguro destino a la derrota moral.
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No nos tomen de bobos. Un salario de 120 mil pesos en un apartado municipio del Sur, bajo la sombrilla de un programa social es una burla en tres direcciones: irrespeta la naturaleza de los esfuerzos orientados a compensar los sectores empobrecidos, la cuantía recibida patea la media del ingreso de los empleados del sector público y envía la fatal señal de premiar la indolencia partidaria.
En un país con 2.3 millones de empleos formales, el 29.7% adheridos al sector público y 77% de ciudadanos que reportan a la TSS reciben salarios sin alcanzar 30 mil pesos mensuales, todo premio salarial nacido en la arena del afán electoral sirve de sello incuestionable a la podredumbre de nuestra clase política. El PLD enseñó una modalidad que parece entusiasmar la franja pragmática del PRM, consistente en asociar el sentido de conquistas políticas por la fuerza del presupuesto nacional. Y hacerlo tiene riesgos incalculables porque despoja al gobierno de la fortaleza ética que, catapultó el triunfo, y arrinconó moralmente a un partido con 30 años ejerciendo falsamente el monopolio de la decencia.
Las sumas oprobiosas pueden entusiasmar una franja que no termina de entender que la sociedad cambió. Ahora bien, los resultados de interpretar éticamente una nación desde una perspectiva acomodaticia, envía a los tribunales a los que desconocen el carácter pasajero del poder. Al final las lamentaciones, con horas terribles frente a los jueces.