Mi más antiguo recuerdo de la palabra tatuaje podría venir de una canción. «Mira mi brazo tatuado con este nombre de mujer». Es una línea que recuerdo de la canción. Canción de marineros en la taberna del puerto. Parece que al principio fue eso. Y Sigue siendo así en muchos casos lo mismo en la piel de un hombre, que en la de una mujer.
También se usa el tatuaje en el manejo del ganado vacuno, al que aplican en su piel un hierro candente con las iniciales del dueño de la vaca o del toro. Y esa marca permanece. He oído decir que el tatuaje en los humanos no es tan doloroso como el de la marca de los vacunos. Y que se tienen, por un tiempo cuidados con esas quemaduras. No es igual para la gente. Aunque me parece que debe ser muy molesta esa agujita o esa cosa con la que se escribe en la piel de una persona el nombre de otra. O se dibujan y se pintan diversas cosas. Molesta, muy molesta sería para mi.
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Y debemos aclarar enseguida que esto del tatuaje al principio fue solo asunto de invadir apenas unos centímetros de la blanca piel de un marinero.
Que ahora ha cambiado mucho, como pueden verlo ustedes en esas noticias que vienen del desempeño del presidente Bukele poniendo las cosas en su lugar, en El Salvador, allí donde estaban tan torcidas. Ahora y no sólo en El Salvador sino también en USA, los tatuajes invaden gran parte de la completa anatomía de muchas personas.
Si han visto las fotos y vídeos de la lucha contra Las Maras en El Salvador, verán que ya no es, precisamente, el nombre de la amada tatuado en unas pulgadas de piel, sino también unas muchas trazaduras y líneas y locuras, tatuadas emborronando la piel de los bandoleros ahora reprimidos por el presidente Nayib Bukele.
Es cosa de locos, diría yo, y diría también usted que ha tenido el tiempo para leer mi descarga. No es cosa de locos porque lo que el presidente Nayib Bukele construye no es un manicomio, sino una cárcel gigante para estos bandoleros. Y en EE. UU. tengo la impresión que las noticias de El Salvador han abierto aquí algunos ojos. Digo de policías y otras autoridades, pues parece que también aquí han aparecido esos disfrazados o tatuados bandoleros.
Se me ocurre pensar que los hombres, y ahí entro yo también, pese a lo desvaído que ya voy, que los hombres, digo, adoptan poses y usan ropas y se afeitan de tal manera o de la otra, se dejan la barba, o se dejan tanto pelo en la cabeza, y hacen otras cosas porque creen que esto o aquello o lo de mas allá, les gusta a las mujeres. Lo cual me parece muy varonil y algo lógico. Pero no siempre conveniente.