Se acercó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy caro, y lo derramó sobre la cabeza de Jesús mientras él estaba sentado a la mesa. Mateo 26: 7
Cuánto nos cuesta dar. Estamos tan acostumbrados a recibir, y tan solo eso queremos; que los demás nos regalen, siembren u ofrenden. Nuestro corazón se mantiene distante e indiferente cuando se habla de dar.
Cuestionamos, razonamos por qué no podemos dar, manteniendo una actitud a la defensiva, la cual justifica nuestros hechos. De esta manera, nuestra vida se vuelve miserable; por el hecho de solo pensar que no podemos hacerlo estamos sometiéndonos a los yugos de miseria, escasez y pobreza. Ser pobre no significa que no tienes; es una maldición que no te permite dar, aun de lo poco que tienes.
Tu mentalidad tiene que cambiar para entender que lo que dejas de dar no te hará más rico y lo que das no te hará más pobre. Ser rico nace de un corazón agradecido que nunca ve lo que no tiene, sino que ve siempre lo que tiene para dar.
El Señor necesita que nuestro corazón se derrame para darle lo mejor, lo que más nos cuesta, porque tenemos tanto que dar que no necesitamos que nos den.