Tengo miedo de permanecer inerte; mi temor no es a la transformación tardía, mi temor es quedarme sin hacer nada, quedarme inmóvil, quedarme en silencio y mirar desde lejos como se desploman los pilares de mi sociedad, de mi país. Tengo miedo que llegue el tiempo donde mis dedos no puedan tocar las teclas que generan ideas cargadas de pasión y de honestidad.
Siento una cagalera que se profundiza cuando pienso en la real posibilidad biológica de que un día mis ojos se fatiguen y no puedan ver en la pantalla un punto y una coma a una distancia de siete pulgadas. Tengo miedo de ver el tiempo correr, y de manera simultánea y paralela, ver el pueblo correr de sus derechos y de sus deberes debido a la fatiga emocional y al exceso de corrupción que destruye y merma aquella vocación que un día surgió en aquel corazón contestatario.
Tener miedo no es una debilidad, es una realidad insoslayable, está en cada uno de nosotros; por lo menos en mi propia experiencia, identificar el miedo es muy subjetivo y abstracto. Tenemos miedo de perder algo que amamos, miedo a que nos rechacen, el temor de no ser tomados en cuenta, miedo a vivir en pobreza, miedo de ser aniquilado, miedo al miedo, miedo al extranjero, miedo a pertenecer a un nuevo grupo, miedo de construir relaciones. Todo ese miedo se genera en aquel lugar llamado sistema límbico, ahí, justo ahí, están aquellas emociones ancestrales, étnicas y antropológicas.
De nuevo, tengo miedo a permanecer inerte, dejar que la historia domine la parte inherente de cada ser humano, de cada dominicano. Nuestra historia está cargada de traición, de odio, de etnias que fueron traídas en forma de cápsulas encadenadas y luego tiradas en un suelo dominado por un grupo de personas que nunca pensaron quedarse para construir y desarrollar el bello paraíso ubicado en el caribe.
Sí, ¿y qué?, no me molesta, no me avergüenza, expresar que tengo miedo de aquella sombra que hasta hoy nos domina. Así es, me asusta ver los años transcurrir y observar los mismos males, acciones antidemocráticas, tantas leyes insípidas, tantas teorías y discursos bañados de babas improductivas. Miedo a que no seamos capaces de pararnos al no cambio, miedo a desenmascarar mis raíces, el génesis tal cómo fue, tal como se originó. Pero el mayor de los miedos es el existencial, el miedo que aflora debido a una ausencia de identidad.
Tengo dos opciones, permanecer inerte o moverme hacia la acción;
Vivir en hibernación social o ser una herramienta de Transformación. Tomé la decisión, perderé el miedo.