“Testigo de la luz de Jeannette Miller: una elegía a la otredad inasible”

“Testigo de la luz de Jeannette Miller: una elegía a la otredad inasible”

Jeannette Miller

FRAY JIT MANUEL CASTILLO DE LA CRUZ, OFM

“Soy, de vuelta, esta solitaria cosa que morirá algún día”.

El título que he escogido para este artículo está inspirado en un verso del escritor dominicano José Alcántara Almánzar que aparece en su prólogo al poemario Polvo eres, de Jeannette Miller. En el último párrafo de mi escrito este título y el epígrafe con el que lo he iniciado nos revelarán la hondura reflexiva, el horizonte inspiracional y las preguntas existenciales que han guiado el quehacer poético de esta gloria de nuestras letras.

Palabras de alabanzas que no son gratuitas para Jeannette Miller, porque responden a una trayectoria escriturística finamente labrada; no solo por la cantidad de años durante los cuales la ha desempeñado, cuya primera publicación se remonta al año1962, ni por la extensión de su producción literaria, que solo en su arsenal poético cuenta con los títulos: El viaje, Fórmulas para combatir el miedo, Fichas de identidad/Estadías, Fernando Peña Defilló: mundos paralelos y Polvo eres, sino sobre todo por la calidad lírica, filosófica y literaria que esta exhibe en cada uno de sus poemarios.

Con razón, nuestra autora es considerada como una de las más egregias figuras de la Generación del 60 en la literatura dominicana. Además, la podemos incluir en el grupo más selecto de las mujeres creadoras de nuestro país junto a Salomé Ureña de Henríquez, Aida Cartagena Portalatín e Hirma Contreras, entre las que se destaca por la originalidad de sus versos, por la intrepidez de sus planteamientos poéticos y por la fina sensibilidad con la que encara cada uno de los temas que aborda. Ahora bien, ella no solo se ha descollado en la esfera nacional, sino que ha trascendido al ámbito internacional. Y no solo por sus aportes en el mundo de la poesía, sino también por su incursión en el ensayo, en la narrativa, en la crítica literaria y en la historia del arte, con producciones en las que igualmente ha desplegado sus alas en alto vuelo y que contribuyen a nuestra mejor comprensión de su pluriverso poético.

En esta ocasión deseo acercarme a este pluriverso tan suyo enfocando algunos aspectos de la forma en que esta concibe el tema de la identidad, donde su estro poético nos aguarda con reveladoras sorpresas. Cuestiones que, sin embargo, en un trabajo tan corto como este apenas podemos apuntalar.

Lo primero que tenemos que decir es que, en sus poemas, Jeannette Miller descubre su propia identidad a la par que nos revela la nuestra. Entiendo que, como yo, cualquier lector avezado se sentirá ante un espejo por la forma como esta autora se define a sí misma en su quehacer literario en total desnudez y en su condición de transeúnte en esta dimensión de la existencia: “Yo soy la masa amorfa / consciente de la lira, / apurando su paso por la vida”. (“Muerta en vida”, Testigo de la luz, p. 254).

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Esto nos lleva a recordar que: “la literatura no solo representa la identidad cultural de la comunidad o colectividad desde donde emerge, sino que ella misma crea identidad”. Tesis que Sergio Mansilla Torres demuestra contundentemente en su artículo “Literatura e identidad cultural”. Esta conciencia es uno de los regalos más significativos que Jeannette Miller nos ofrece en Testigo de la luz. Pues en esta antología poética, ella nos sitúa frente a una propuesta identitaria que, sin desdeñar su aspecto íntimo y sagrado, desborda una visión esencialista e intimista de la identidad para adentrarnos en una perspectiva relacional e histórica, que rescata su dimensión política, en cuanto problematiza este tema, al visibilizar identidades silenciadas, que son consideradas como subalternas por el pensamiento dominante. Con lo que nos convida a superar los clichés sobre nosotros mismos y sobre los otros para asomarnos a lo que podemos llamar la “otra historia de la historia”.

Hablar de identidad en la obra poética de Jeannette Miller es confrontarnos con la soledad en la que ella habita tan plácidamente y con las inquietudes existenciales que allí nos aguardan y en la que emergen las más disímiles e inimaginadas fuentes de sentido para nuestras vidas. Así lo podemos experimentar en uno de sus poemas:“¿A dónde vas? / ¿qué clase de pregunta te come? / ¿Qué angustia te aguarda / que no te cansas nunca?” (“¿A dónde vas?”, Testigo de la luz, p. 267).

Inquietudes, que como vemos en este último verso, nos conectan desde este adentro tan hondo con los demás. Primero, con ese desgajamiento interior que nos hace sentir divididos; y desde ahí, con el otro al que descubrimos como llamada a salir del propio encierro que nos aísla y nos abisma: Porque se me va la vida frente a estos bloques sordos / y soy yo mi propio eco, / mi única voz”. (“Mi propio eco…”, Testigo de la luz,p. 283).

La búsqueda de la identidad personal confronta a nuestra autora con su ser mujer y, con ello, con todos los roles estereotipados que a las mujeres se les asigna en una sociedad machista y patriarcal. Esto es lo que la lleva a encarar la situación de la mujer en nuestro país y en el mundo como una invitación a despertar para una toma de conciencia de su propia dignidad como prerrequisito para que juntas puedan construir supropio destino: “y quisiera / vivir en un país sin modas, competencia / sin tener que temer por la comida / sin que me utilizaran para el sexo / sin creer que soy libre / porque disputo a un pendejo su fama de poeta o de pintor / o qué caramba”. (“Jeannette”, Testigo de la luz, p. 283).

Esta conciencia de sí misma en su femineidad, se decanta en el sueño de un amor humano que se concretice en reciprocidad y complementariedad que, sin embargo, en un contexto como el nuestro resulta imposible. Por lo que su pretendiente es incapaz de encarnarlo lo mismo que ella, la eterna enamorada que anhela vivirlo en sus versos: “Amor, / palabra oscura, / deshabitada luz, / ojo de agua, / saliva de miel, / silencio eterno”. (“Imposible VIII”, Testigo de la luz, p. 306).

En la poética de Jeannette Miller, la cuestión identitaria no se agota en la relación interpersonal, ya sea esta amistosa, pasional o amorosa, sino que se expande a la sociedad, con una mirada sublime sobre el dolor de los marginados y excluíos que se vive en carne propia. Con estos ojos es que esta autora se acerca al pueblo de “Estebanía” en un poema homónimo que refleja una sensibilidad social hondamente profética: “Casitas de cartón recortadas por colores alegres / disimulan la presencia / de la muerte tímida / que vuelve los cuerpos en carroña, / la muerte a plazos que nos espera a todos / en estos pueblos de sol y sal / donde el polvo anuncia la mortaja”. (Testigo de la luz, p. 271).

La profecía que Jeannette Miller encarna en su escritura es denuncia y anuncio. Denuncia de las situaciones de muerte que imposibilitan la vida. Anuncio que preludia la esperanza de que otro país mundo es posible. Así lo vemos en el poema que lleva por título “Isla o promontorio”, en el que este dilema se evidencia como una clave hermenéutica interpelante: “Creación que se testimonia aquí, / isla o promontorio, / territorio de almas y de angustia. / La tierra como una mujer desnuda. / El hombre despojado de su derecho a vivir”. (Testigo de la luz, p. 270). Su criticismo con las desigualdades sociales y la injusticia no le impiden que ella pueda admirar la celestial belleza de nuestro paisaje. Lo que trasluce un espíritu contemplativo que ha conseguido entrar en sí mismo a través del cosmos. De ahí que ella lo describa con la ternura de quien ama sin perder de vista la precaria situación de quienes habitan este idílico entorno: “En el país de los pájaros y la luz / claras latitudes al poniente, / arena y canto en cada tiempo, / días de claridad, / largo tiempo de azúcar y de ritos, / ancho tiempo de espinas”. (“Primer tiempo”, Testigo de la luz, p. 165).

Desde la búsqueda de la propia identidad personal y colectiva en el plano intramundano, expresada como un permanente deseo de superación y trascendencia, Jeannette Miller avanza hacia la pregunta por el “totalmente otro” como Rudolf Otto se refiere a Dios, consciente de su incapacidad para reciprocar un amor tan gratuito como incondicional: “¿Qué maldición antigua me persigue? / ¿Qué golpeo permanente me sangra hasta la sequedad, / hasta este momento de desear el sueño? / ¿Por qué no puedo entregarme a Dios? / La mañana me hiere. / He salido de mí para ser otra”. (“¿Por qué?”, Testigo de la luz, p. 276).

Quisiera terminar este escrito citando unos versos de dos poemas suyos, cuyos títulos justifican el título que he escogido para este artículo. Pues el binomio que estos conforman (“Elegía”, “Imposible”) nos revela que en la poética de Jeannette Miller, la inquietud por la identidad es siempre un proceso relacionar inacabado, en cuanto búsqueda del otro en todas sus manifestaciones. Por lo que, a mi modo de ver, la metáfora que nace con esta simbiosis dice más sobre la forma como esta poeta concibe su identidad y la nuestra, que todas las imágenes e ideas con que yo intente sugerirla, a la par que revela la intrínseca contradicción que constituye nuestra naturaleza humana: “Esa relación de miedo y noche, / tú y yo / que ya no somos. / Este juicio de mí misma y de ti, / saber que podemos existir el uno sin el otro”. (“Elegía”, Testigo de la luz, p. 288). Porque al fin de cuentas: “Nadie como tú ha logrado / simplificar el amor hasta la nada”. (“Imposible VII”, Testigo de la luz, p. 306).