Theodore Adorno y su teoría estética

Theodore Adorno y su teoría estética

Theodore Adorno

Adorno refiere que si el arte es percibido de una manera estrictamente estética, no es percibido de una manera estrictamente correcta. Asegura que solo donde, también, se siente lo otro del arte como una de las primeras capas de la experiencia del arte, se puede sublimar el arte, disolver la implicación material sin que el ser-para sí del arte se vuelva indiferente. Puntualiza que todo pensar tiene que estar basado en alguna cosa, en algo. Añade que de un objeto en el pensamiento podemos suponer todo un corpus abstracto que parte desde el mismo objeto y lo hace infinito en el pensamiento; porque, aunque lo elimine del pensamiento, lo destierre de su país natal, no lo aniquila en sí mismo. Es el punto de partida de la dialéctica en aquella critica que hacemos de la propia razón cuando nos sobre vienen las contradicciones.

Para el 1966 escribe “La Dialéctica Negativa” en cuyo prólogo se nos avisa que es un atentado contra la tradición. Pretende proseguir el tipo de filosofía de Hegel, pero le da un giro. Adorno elimina la síntesis del método hegeliano (afirmación-tesis, negación-antítesis y síntesis). Lo que se presenta en la vida, lo que presenta la sociedad y es negado, debe ser enfrentado y resuelto sin buscar la síntesis (que es la combinación superadora de las otras dos ideas) ya que esta última significa ceder frente aquello a lo que nos negamos, a lo que solo nos toca enfrentarnos. El movimiento dialéctico del pensamiento deja las contradicciones enfrentadas a la realidad, no paliadas. Adorno no quiere la mismidad sino el conflicto entre lo que es (la situación problematizada donde el hombre se rinde a un todo) y lo que no es (la sociedad ideal). Hay algo que se afirma (tesis) que debe ser negada (antítesis), resuelta mediante el enfrentamiento. El sufrimiento que puede evitarse sería la realización de la humanidad desde la negación de la explotación, que se entiende como una utopía.

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Adorno refiere: “No hay arte que no contenga negado como momento aquello de lo que se aparta. A lo desinteresado le tiene que acompañar la sombra del interés más salvaje si ha de ser algo más que indiferencia, y bien podría ser que la dignidad de las obras de arte-dependa de la grandeza del interés al que le han sido arrancadas. (2020, p.23). Declara que la negatividad del arte es el compendio de lo reprimido por la cultura establecida, añade que, en el placer por lo reprimido, el arte asume al mismo tiempo la desgracia, el principio represor, en vez de protestar simplemente en vano contra él. “Que el arte exprese la desgracia mediante la identificación anticipa la destitución de la desgracia; eso, ni la fotografía de las desgracias ni la franca felicidad, describe la posición del arte actual, auténtico frente a la objetividad entenebrecida; cualquier otro arte se delata por el empalago de su propia falsedad” (2022, p.33). Expresa, además, que, en las obras significativas, lo sensorial se convierte (resplandeciendo desde su arte) en algo espiritual; igual que el espíritu de la obra da resplandor sensorial a la individualidad abstracta.

Después de la Primera y Segunda Guerra Mundial, de Auschwitz y de la Revolución Industrial, no se dieron los cambios que se esperaban, la gente no reaccionó como se esperaba, según Adorno quizás por falta de valor de una generación. Las investigaciones de la Escuela de Frankfurt, a la cual pertenecía, no lograron dar respuesta a la pregunta de por qué la gente no actúa como se espera que lo hagan. Ante la inacción el arte tiene la necesidad de convertirse en representación; arte contemporáneo en consonancia con el carácter sombrío del oscurecimiento del mundo. Arte de la disonancia, de la rememoración, de la crítica. Arte pintado de negro… Arte como demencia y como utopía. Arte para la decadencia de los mundos. La huella de lo no idéntico en las cosas. Lo que la naturaleza busca en vano el arte lo logra: la obra de arte como negación de lo existente. Para Adorno la disonancia (ausencia de proporción, conformidad o equilibrio), signo de toda modernidad, abre el camino a lo sensorial atractivo transfigurándolo en su antítesis, en el dolor. Para él es el fenómeno estético primordial de la ambivalencia. La relevancia de lo disonante según el filósofo procede de que ahí el juego inmanente de fuerzas de la obra de arte converge con la realidad exterior, que de manera paralela a la autonomía de la obra incrementa su poder sobre el sujeto. La disonancia aporta desde dentro a la obra de arte lo que la sociología llama su alienación social.

Entonces, advierte que el arte se ha abierto tanto que se ha vuelto nada. Todo es posible en un arte obtuso por su obviedad. Adorno tiene fobia a la cultura de masas, pero vivió el despliegue del arte pop y del arte abstracto. Vivió la aparición del Bauhaus y su paso a EE.UU. con todo lo que el cambio significó. Insiste en que el arte se ha expandido demasiado, ya no es evidente, ha perdido sus límites. Y con ello hay una pérdida de actitud. La ampliación del horizonte del arte donde todo vale ha resultado en su ahogamiento. La idea de aventura estética que conduce al viaje entre la partida y llegada se ha convertido en naufragio. La idea de un arte cada día más humano cayó en una sociedad cada vez más inhumana. Las vanguardias, por su lado se convirtieron en arte estancado, fosilizado y finalmente mercantilizado que por romper con tabúes creó otros; la libertad se convirtió en quimera. Y es que el proyecto de la modernidad que lograría la liberación del hombre, lo que ha logrado es disolver al individuo. Al decir que el hombre es la medida de todas las cosas él también se ha convertido en cosa. El sujeto en la sociedad de las cosas se ha convertido en una cosa más. Se desata en la modernidad el afán de dominio de las cosas. Y surge la tecnología que libera las fuerzas económicas y cada vez somos más una cosa.

Verdaderamente interesante resulta la experiencia estética que Adorno describe de la siguiente manera: “La conmoción por las obras significativas no emplea a éstas como desencadenantes de emociones propias, reprimidas. Pertenece al instante en que el receptor se olvida de sí mismo y desaparece en la obra: al instante del estremecimiento. El receptor pierde el suelo bajo sus pies; la posibilidad de la verdad que se encarna en la presente imagen estética se le hace presente. Esa inmediatez en la relación con las obras es función de la mediación, de la experiencia penetrante y amplia; esta se condena al instante y para ello necesita toda la conciencia, no estímulos y reacciones puntuales. La experiencia del arte, de su verdad o falsedad, es más que una vivencia subjetiva: es la irrupción de la objetividad en la conciencia subjetiva. Mediante esa experiencia la objetividad es mediada donde la reacción subjetiva es más intensa” (Adorno, 2020, p.323).

Culminemos con otros finos detalles sobre la experiencia estética adorniana: la experiencia no se parece al placer, sino que se trata de un estremecimiento, una advertencia de la liquidación del yo que estremecido comprende su propia limitación y finitud. Esto transforma el arte para el sujeto en lo que el arte es en sí mismo, en el portavoz histórico de la naturaleza oprimida, que es crítico con el principio del yo, el agente interior de la opresión. La experiencia subjetiva contra el yo es un momento de la verdad objetiva del arte.