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He aquí la condena de Bobadilla por Balaguer: «… hombre sin ideales, y, lo que es peor, sin escrúpulos, no sintió la grandeza del principio que enunciaba, y fue, sin duda, entre los creadores de la República el menos apto moralmente para erigir aquel monumento a la libertad humana. Si se compara este manifiesto, escrito con mentalidad de funcionario adocenado, con el que redactó Núñez de Cáceres para proclamar la independencia de 1821, será fácil medir la inmensa distancia que separa a los autores de ambos memoriales: el uno escribe con la frialdad de un notario que repasa tranquilamente las causas de la operación que va a protocolizar cumpliendo más con un deber propio de su oficio que con un deber de conciencia; y el otro, en cambio habla como un hombre poseído por la fe en sus ideas y arrebatado por el orgullo de la nacionalidad que trataba de arrancar a la noche de la esclavitud y que hervía desde tiempo atrás en su corazón con toda la fuerza de las pasiones encadenadas.» (“Los próceres escritores”. Buenos Aires: Gráfica Guadalupe, 2ª ed. 1971, pp. 37-38 [1947]).
¿Hubiese escrito Balaguer este juicio sobre Bobadilla si hubiese sabido que fue Sánchez, ayudado por Mella, el autor del Manifiesto de enero de 1844? Lo dudo. Balaguer solo ve en Bobadilla al notario frío, sin fe en la república, al prohaitiano al acecho de un protectorado, oportunista, sin ideales y escrúpulos. Pero, ¿y no fue Balaguer el notario frío y sin ideales del trujillismo y de los norteamericanos? Creo que su condena a Bobadilla fue porque este último no tuvo tiempo de ser trujillista, dictadura de la fe ciega en el nacionalismo, el autoritarismo, el cinismo y el crimen como razón de Estado.
Rufino Martínez es también otro historiador que por inercia sigue lo afirmado por Rodríguez Demorizi en 1938, sin aportar prueba documental escrita, oral o testimonial de que Bobadilla fue el autor del Manifiesto del 16 de enero de 1844 (“Diccionario histórico-biográfico dominicano”. Santo Domingo: De Colores, 1997), 67), tal como han hecho los demás historiadores tradicionales, quienes descartaron lo afirmado por Manuel Joaquín del Monte, Thomas Madiou y José Dolores Galván, secretario de Sánchez, en el sentido de que el mártir de El Cercado fue el redactor de dicho documento, consignado en el libro de Ramón Lugo Lovatón, Sánchez, t. 2(Ciudad Trujillo: Montalvo, 1947).
El juicio de Rufino Martínez sobre Bobadilla parece seguir la tradición de liberales y conservadores como Balaguer: «Como afrancesado, de los que dudaban de la capacidad del país para sostener por sí su Independencia, era un hombre sincero, consecuente con el impulso emancipador del año 1821, al cual asistió como actor. Además, no se había extinguido en su pecho el sentimiento de odio o desprecio a España que lanzó Núñez de Cáceres en una empresa aventurada, pero honrosa por el principio que la alentaba. Sirvió al régimen haitiano con entera franqueza, prefiriéndole (sic) al [régimen, DC]colonial (…) Habló con ardoroso apasionamiento contra España, fustigándola como si lo estuviera haciendo Núñez de Cáceres (…) En la llamada ESPAÑA BOBA, tenía puesta la mano en la vida pública, apareciendo, o haciéndole aparecer de todas esas fases como político de oficio y palaciego que estuvo con todo el mundo y no estuvo con nadie.» (Diccionario, p. 68).
Creo que los juicios de Rufino Martínez sobre Bobadilla, desde la página 68 hasta la 72, contienen la objetividad necesaria, sin la ideología del sentido de la historia, de lo que fue este hombre público, que prefirió los haitianos a España, a Santana en vez de Báez, a Cabral en vez de Luperón y otra vez a Luperón en vez de Báez en 1868-1871, año este último de su muerte en Puerto Príncipe. Y existe una dimensión sicológica de la personalidad de Bobadilla que explica su afrancesamiento: su cultura libresca de los códigos franceses y su vínculo por matrimonio con una “noble” francesa arruinada: Marie Virginie Demier d’Obreuse, venida a la parte oeste escapada de la rebelión de los esclavos contra los amos de Haití.
Hay una frase de Rufino Martínez que redime a Bobadilla en aquel contexto del siglo XIX: En su enfrentamiento con Santana, le dijo lo importante que era “el respeto a la ley como valor social” y un segundo aserto del Tucídides dominicano acerca de Bobadilla: que no era hombre egoísta: Su afán de ordenar jurídicamente aquel Estado clientelista y patrimonialista, centralizado administrativamente bajo la tutela del autoritarismo de unos y otros, debe ser vista como una preocupación legítima, hija quizá de su conocimiento del Acta de Independencia de los Estados Unidos. Pero todo esto está muy lejos de la pretensión del Manuel Otilio Pérez [y] Pérez, por más neibero que sean él y su sacralizado personaje, de encumbrarle a la categoría de creador y organizador del Estado dominicano, acción que corresponde únicamente a Juan Pablo Duarte en cuanto a inventor de la idea y a Santana en cuanto al orden dictatorial. Y gracias a Duarte pueden despotricar contra él los malandrines que en el pasado conculcaron nuestras libertades o los que hoy aspiran a conculcarlas.
Este círculo vicioso que es la historia dominicana, al igual que la de los demás países de América Latina, obligados a dar vuelta en la noria del clientelismo y el patrimonialismo, generadores de la corrupción y la impunidad, gracias a la falta de conciencia política y de conciencia nacional, solo puede resolverse por la vía que planteó hace un siglo Américo Lugo, el cascarrabias para algunos historiadores del partido del signo, y es, como hemos planteado en “Política y teoría del futuro Estado nacional dominicano” (Santo Domingo: Editora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, 2013), pero “helas”!, como dicen los franceses, para lograr esta meta nos faltan todavía 483 años como mínimo. Mientras prosigue el desfile de coetáneos de todas las instituciones públicas y privadas regalando cajitas de Navidad a la cohorte de mendicantes agradecidos, como decía la Ramonina Brea al estudiar el fenómeno del clientelismo y el patrimonialismo en nuestro país.