MIGUEL GUERRERO () Parte II El paso de Betancourt por la República Dominicana dejó también huellas profundas en la conciencia política nacional. Más de cincuenta años después de esas vivencias juveniles, el ya presidente Joaquín Balaguer las recrearía con nostalgia en sus Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo.
En esa obra recuerda una conferencia ofrecida por Betancourt, apenas un joven de 21 años, en la “Sociedad Amantes de la Luz”, de Santiago, la segunda ciudad del país, ante una concurrencia adulta en su mayor parte, que congregaba la élite intelectual y política de aquella época.
La conferencia versó sobre los horrores del presidio y la dictadura de Juan Vicente Gómez. Según Balaguer, la pintura que hizo entonces de la situación de los presos de la dictadura venezolana “causó honda impresión en el público. La forma patética en que describió la situación de los prisioneros en esas ergástulas, dio lugar a que muchos asistentes, en los pasajes más dramáticos, interrumpieran al orador con exclamaciones de asombro y con aplausos calurosos. Cuando terminó su disertación, fue frenéticamente aclamado por el público que llenaba el salón y por la numerosa multitud que invadía los alrededores”.
En común nada tenían el dictador Trujillo y el presidente venezolano, mucho menos en la percepción personal del ejercicio del poder. Trujillo había dicho: “Y seguiré a caballo…” Era la más feliz de sus frases originales como gobernante. Pronunciada en ocasión de uno de tantos homenajes organizados por sus aduladores para reclamarle su permanencia en el gobierno, se la había exaltado en canciones, poesías, artículos, conferencias y estatuas de bronce, diseminadas por todo el territorio de la República.
No se podía negar que en conferencias, discursos y hasta libros, el “Jefe” había dejado un legado de ideas con el que se había tejido, a lo largo de casi tres décadas de opresión y personalismo autoritario, el andamiaje ideológico que pretendía dotar de estructura doctrinaria una tiranía que sólo se justificaba y explicaba en la ambición desmedida de un hombre violento e inescrupuloso. Pero todo aquello era falso.
Tratábase de literatura prestada. Era la cuota de denigración que él exigía a los intelectuales dóciles alrededor suyo y a los cuales humillaba constantemente removiéndolos, situándolos en desgracia temporal, exponiéndolos esporádicamente al escarnio a través de intrigantes insinuaciones de un Foro público diario que hacía de El Caribe el más temible torturador moral del régimen. De cuanto había salido de su mente condicionada desde pequeño para moverse en el campo de la conspiración y la intriga éste “seguiré a caballo” era la más pura y resaltante producción intelectual que Trujillo legara al país.
Lo demás, los discursos oropelescos, las tesis sobre economía, sus opiniones sobre el desarrollo, la salud, la educación, los recursos naturales, eran conceptos ajenos, prestados y bien pagados unas veces, robados en el amplio sentido del vocablo en otras. Betancourt, en cambio, poseía los perfiles de un gran pensador político. El rasgo más notable de su personalidad lo constituía la flexibilidad que le había impedido permanecer estancado con doctrinas e ideas que la evolución del pensamiento dejaba atrás en la historia.
Difícilmente un joven exiliado como él hubiera escapado al influjo de las corrientes del pensamiento marxista. No obstante, en el fondo fue un reformador que combatió el fascismo sin caer en las redes del totalitarismo leninista. Tal vez sea preciso recurrir a sus propias observaciones sobre el discurrir político venezolano y su participación en él para entender el proceso de evolución y adaptación que caracterizó la vida de este hombre. Entre sus papeles y escritos, merece citarse, a los fines de comprender a plenitud esa evolución personal, el texto titulado Las promesas y los hechos, redactado entre el 4 de julio y el 27 de agosto de 1964.
En este texto, Betancourt admite su simpatía marxista de los años treinta como algo natural a “tantos hombres y mujeres” de aquella época. Pero esencialmente, el marxismo fue para él más que nada un instrumento eficaz para ayudarle a interpretar fenómenos históricos y procesos sociales que “antes sólo confusión me producían”. Lector de Hegel, Marx, Engels y otros autores de la corriente materialista, llegaría a sostener que esas mismas lecturas le condujeron a apreciar con sentido crítico al propio marxismo y “a no aceptar todas sus conclusiones, como quien admite verdades reveladas”.
Según Juan Liscano, co-autor de Multimagen de Rómulo, Betancourt distinguía clara y fundamentalmente la diferencia entre “un espíritu crítico abierto, en búsqueda de respuestas, capaz de servirse del análisis marxista, sin alienarse de él, y la actitud general de quien al seguir el mismo camino, termina aceptándolo todo en bloque, teoría y práctica, para sumirse en la autocensura y el servilismo o bien insurge tras años de servicio, contra la fe aceptada, en acto de herejía emocional”. ()Texto de la conferencia dictada por el periodista y escritor Miguel Guerrero, el miércoles 20 de octubre en la sala Max Henríquez Ureña de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU).