Tu ombligo es un ánfora redonda donde no falta el vino. Tu vientre, montón de trigo cercado de lirios. Cantar de los Cantares, 7:3
Otrora enlace entre circulación fetal y placenta materna, el ombligo constituye el residuo del cordón umbilical plasmado en el centro del abdomen de los seres humanos y muchos mamíferos vivíparos, incluyendo los cetáceos. Representa el vínculo directo a través del cual la criatura en formación recibirá de su progenitora la nutrición esencial para sobrevivir; sus venas y arterias podrían considerarse pues, el más íntimo nexo entre nuestro origen y aquello que después seremos.
La presencia de células madre en el cordón umbilical ha con- llevado a que la Medicina expanda el campo de la donación tisular con fines terapéuticos, ya que estas son capaces de mutar a diferentes líneas celulares de forma similar a la médula ósea, hoy son empleadas en trastornos hematoncológicos como la leucemia, ejemplo por antonomasia. Aún más, el ombligo moderno ha facilitado la proliferación de cirugías “mínimamente invasivas” a través de laparoscopías que, mediante un instrumento óptico tubular, permiten rápido acceso al otrora oculto espacio de la cavidad abdominal ahora expuesto a la vista del médico en los quirófanos de cualquier hospital.
Místicas
En una de las pocas obras pertinentes al tema que nos ocupa, el ombligo como centro erótico, el ítalo-mexicano Gutierre Tibón argumenta que según el Rig Veda del hinduísmo el germen del mundo descansaba sobre el ombligo de lo increado; que este constituye el centro del existir en tanto que encarna un paralelo entre el microcosmo humano y el universal. Centro que es sacratísimo lugar de la creación, único punto donde es posible la comunicación simultánea con la morada de los muertos y la de los dioses, consideración evidenciada incluso desde los remotísimos tiempos helénicos del Delfos antropomórfico y la Tierra antropocósmica.
En la cosmogonía tibetana y de ciertos aborígenes australianos, el ombligo deberá ser cubierto a fin de no perder energía ni absorber malos espíritus en el caso de los primeros, y evitar constituirse en espacio de entrada de los Muris, “gérmenes de los niños” capaces de embarazar a las mujeres, en los últimos. La sexualidad sagrada taoísta, por su parte, ubica junto al ombligo el Chin Qi que acumula la energía perdida durante la eyaculación o el flujo menstrual, similar al calor interno proveniente de los cierres musculares pélvicos —el Agnien el anciano sánscrito védico—fuego ascendente que enlaza las energías corporales y mentales.
Tras haber hecho emblema del vientre de María en el cual lo divino abraza a lo humano gracias al Verbo hecho carne y donde la concepción del niño Dios ha excluido todo rastro biológico, la cristiandad suprimirá la placenta y el cordón como partícipes del nacimiento virginal de Jesús. No habrá rol protagónico alguno para la preñez anatómico-uterina; en consecuencia, el ombligo será en lo adelante apenas símbolo cuyo cambiante significado estará a merced de los hombres.
Semióticas
Como primera herida que rasga el devenir de los mortales, Oriente y Occidente, insistimos, harán del ombligo sempiterna alegoría del nudo principio-ser; ya lo sabían nuestras abuelas cuando preservaban para la posteridad el ónfalo marchito de sus nietos. Lo cuidaban también los patriarcas del México ancestral quienes, con el propósito de garantizar humor y carácter pletóricos de dulzura, untaban de miel el ombligo de las púberes. Por igual, para preservar su estética, era costumbre entre los habitantes del Medioevo colocar esferas metálicas sobre él a fin de adjudicarle belleza.
En el ya mencionado texto de Tibón, se argumenta a favor de un amplísimo cuasi inverosímil simbolismo del ombligo como “centro de la respiración y la rosa de los vientos, como representación del útero y el falo, delicado principio mujeril identificado con Selene, contradictoriamente androgénico, y connaturalmente femenino. Sol, Luna, y también estrella Polar, eje del Universo”. Paseo de las delicias, como le han llamado algunos, los vecindarios del ombligo trazan límites entre el goce táctil y las emociones moduladas por los plexos neurológicos de los sistemas urinario, digestivo y reproductor, ejes de la voluntad y fuerzas interiores que dirigen nuestra determinación espiritual. Así, ese espacio entre ombligo y pubis acogerá la gesta erógena acontecida en la piel de los cuerpos sexuados prestos a la aventura del disfrute.
Cabe anotar, por otra parte, que, desde los estertores decimonónicos, el Occidente moderno siempre sospechó el potencial del ombligo transformado en fetiche ya que, según nos recuerda Carlos Monsiváis, “este no debía mostrarse porque en él se encontraba un pequeño agujero por donde podía entrar el pecado”. No en vano la Asociación de Productores Cinematográficos estadounidenses redactó un Código del Pudor, vigente desde 1930 hasta los años 60 que prohibía explícitamente a las actrices enseñarlo en pantalla. El dictador Francisco Franco hizo lo propio extendiendo dicha prerrogativa a revistas y periódicos, e incluso, se cuenta, exigiendo que los ombligos fuesen borrados de documentos oficiales.
Lo velado y lo prohibido, recuérdese, han sido desde siempre ingredientes primordiales del deseo, alimento del erotismo invadido por el instinto y la pasión. No en vano Bataille decía que este empieza allí donde acaba el animal. Es Eros, en efecto, quien ha apropiado en nuestros días aquella icónica sede de la lujuria cuya exposición personificaba un otrora tabú. Hecho pedazos por el bikini en la “liberación onfálica” acaecida en las últimas décadas del pasado siglo, el ombligo contemporáneo es, decididamente, reverenciado objeto y sujeto sexual público. Cabe, entonces, incluir estas disquisiciones en el contexto de cualquier discusión sobre su logotipo; ello así porque además de patentizar la asignación que previamente le ha sido adjudicada, su existir posmoderno se debe, y es razón de ser, de una y única sola cosa: su transformación en fetiche.
Como fetiche (del latín facticius, inventado), el ombligo es motivo de veneración y poseedor de nomenclatura y tipificación aparencial (los hay ovalados, salientes, y hundidos; según indican las encuestas, los preferidos son aquellos con forma de T, verticales y pequeños); agujereado por el pirsin, es signo de rebeldía, esoterismo, rasgo social, o provocación tanto para famosas (Beyoncé, Kim Kardashian o Britney Spears) como para la tercera parte de las estudiantes universitarias estadounidenses que confiesan haberle perforado utilizando la cada vez más amplia gama de bisutería. Y qué decir de las popularísimas umbilicoplastías, intervenciones quirúrgicas realizadas a fin de cambiar su apariencia por razones puramente “estéticas”. Invenciones, en suma, que se han apropiado de nuestra única cicatriz corporal innata convirtiéndola en paradigmático material de culto.
Pictóricas
Giuliano della Rovere, Julio II, papa 216 de la Iglesia católica, implacable enemigo de la Casa Borgia mejor conocido como el papa Guerrero o el papa Terrible fue un reputado absolutista estratega; padre de varios hijos ilegítimos, paladín de la recuperación de los feudos perdidos por el catolicismo y propulsor de la Bula Romanux Pontifex creadora de las tres primeras diócesis en el Nuevo Mundo (Santo Domingo, Concepción de La Vega y San Juan de Puerto Rico). Fue además mecenas de las artes y responsable de asignar a Miguel Ángel la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina; este escoge nueve pasajes del Génesis para ejecutar la monumental encomienda destacándose entre ellos el fresco La creación de Adán, completado en 1511.
La obra de marras es el punto de partida del peregrinaje del Génesis contradicho en tanto que revela un detalle inconcebible que provocará profundos debates teológicos e históricos: ¿es posible pintar a Adán con ombligo si este vino al mundo gracias a la creación divina que prescindió de un embarazo humano? A partir de la obra de Miguel Ángel los artistas del lienzo hicieron lo propio época tras época sin cuestionar tal hecho: ni Durero, Vecchio, Tintoretto, Tissot, ni tampoco Botero, osaron reencarnar a nuestros padres originarios mostrando un abdomen desprovisto de ombligo.
Las explicaciones propuestas son múltiples: licencia papal otorgada por Julio II, imposibilidad de insinuar imperfección divina porque el Creador no podría haber concebido un Hombre desprovisto de tan ubicuo detalle anatómico, obligatoriedad de revelar nuestro lazo con la tierra, y un largo etcétera. Resalta, en este contexto, una idea abrazada por ciertos académicos que justificaría la mencionada contradicción: la tesis de invención “pro-crónica”. Concepto enraizado entre creacionistas, este plantea que Dios crea vestigios de un pasado inexistente a través de hechos ficticios (vis-à-vis, el ombligo) “con el propósito de reconciliar la naturaleza creada del Universo” —al igual que los árboles del Paraíso— en acto revelador de su grandeza.
Llaman la atención, eso sí, dos artistas cuyas obras desafían lo hasta ahora narrado: El Bosco, quien en su incomparable tabla El jardín de las delicias apenas sugiere un trazo de ombligo en los primeros pobladores de la Tierra, y la controvertida malograda británica Helen Chadwick, quien en el óleo One flesh subvierte la iconografía tradicional mostrando una virgen sobre la cual no hay halo divino sino una placenta. Sosteniendo en sus manos a una niña y tijeras dispuestas a cortar un largo cordón umbilical, esta madre rescata una imperecedera trinidad biológica irrevocablemente desafiante.
Críticos, antropólogos, e incluso el destacado columnista local José Luis Taveras, han escrito sobre los razonamientos aquí vertidos debatiendolo que algunos considerarían vacua e insulsa discusión. Mas, es justo citar la afirmación de Jorge Wagensberg de que en el encuentro de las grandes formas de conocimiento florecen jugosas contradicciones, como las del ombligo, en la cual Dios dicta la escena en el Génesis (revelación), Miguel Ángel la pinta (arte), y Adán luce su cicatriz inevitable (ciencia). Ante tal encrucijada, los pintores optaron por ciencia y arte en detrimento de la religión; sin embargo, acota el catalán, sorprende su abrazo a una solución única que soslaya semejante incomparable oportunidad para el ejercicio de la originalidad y la ironía.
Por mi parte, respetuosamente confieso preferir esquivar polémicas y acoger la intimísima pasión del pastor encarnado en aquel Salomón quien ansioso por apaciguar su sed en el ánfora umbilical, se rodeó de azucenas.