Por: Iván Ernesto Gatón
El nuevo orden geopolítico europeo, que cambiara Napoleón Bonaparte, con quien había firmado el Reino de España el Acuerdo de Fontainebleu, bajo el reinado de Carlos IV, quien tenía como valido a Manuel Godoy, el 27 de octubre de 1807, establecía el acuerdo para que franceses y españoles pudieran invadir conjuntamente a Portugal; pero acabó siendo la espada de Damocles que cayó sobre España, abriendo la puerta que dio acceso al espacio del separatismo hispanoamericano.
Las ideas liberales de la Ilustración fueron la fuente inspiradora del separatismo hispanoamericano, allí convergieron con admiración, emulación y rechazo en las revoluciones estadounidense (1776), francesa (1789) y haitiana (iniciada en 1791 y concluida en 1804).
Debemos destacar que, previo a suceder los hechos citados precedentemente, exceptuando la independencia de las 13 colonias que en América del Norte pertenecieron a Inglaterra, especialmente la revolución francesa, como demuestra el escritor dominicano Juan Bosch, en su obra Bolívar y la Guerra Social y la Guerra Social, existieron movimientos secesionistas en América; específicamente en Caracas, en el año 1781. Entonces, la nobleza criolla de Caracas (mantuana) solicitó, mediante una carta a Francisco de Miranda, a quien denominaba «hijo de la madre patria», interponer sus buenos oficios con potencias extranjeras, muy especialmente la inglesa, a los fines de obtener la ayuda que permitiera a los americanos alcanzar la independencia del Reino de España.
Las independencias de América Latina, surgidas de la gesta de Simón Bolívar y sus seguidores, han sido consideradas como precarias, debido a los múltiples problemas de desestabilización política y económica que sobrevinieron al triunfo liberador. El problema de los límites territoriales afectaba a casi todos los países, lo que implicaba luchas por el dominio sobre tierras, recursos naturales, vías fluviales, acceso al mar y población. Esta situación exacerbaba los enfrentamientos entre países vecinos y obligaba a que se tomaran recursos para invertirlos en las fuerzas armadas, lo que contribuyó al desarrollo del caudillismo y el militarismo.
El afán de riquezas entre gobernantes de las nacientes repúblicas fue aprovechado por los ingleses, quienes proporcionaron a las diezmadas arcas de los recién surgidos estados, usureros y abusivos empréstitos. En 1823, George Canning, cerebro del Imperio Británico, quien desde el Foreign Office (ministerio de relaciones exteriores) favoreció los movimientos nacionales y liberales en el mundo, celebraba sus triunfos universales. La era de la Pax Británica daba preeminencia a los economistas y calculadores antes que a los soldados.
Las especiales condiciones bajo las cuales surgieron las nuevas repúblicas americanas permitieron el avance del capital extranjero, mayormente inglés, convirtiéndolas en semicolonias de las potencias industriales europeas. Los europeos no dudaron en promover acciones que debilitaran, aún más, a los recién surgidos países y a sus gobiernos; alentando y promoviendo contiendas como las que se libraron entre países latinoamericanos durante el siglo XIX, como fueron: la guerra de la Triple Alianza, en la que Argentina, Brasil y Uruguay se enfrentaron a Paraguay (1864-1870), llamada por los paraguayos la Guerra Grande, promovida por los británicos, que no habían podido hacer caer a Paraguay bajo su tutela económica; y la del Pacífico o del Salitre, que enfrentó a Chile con Perú y Bolivia (1879-1883).
Los ingleses emplearon el enfrentamiento indirecto entre Perú y Chile en la Guerra del Pacífico para continuar manejando el negocio del salitre y el guano, que tenían buen precio en el mercado internacional. El guano suplantó a los fertilizantes de origen africano, que se habían agotado; y el salitre, además de ser buen fertilizante, era un insumo clave para la pólvora, los cañones y las guerras coloniales.
Los intereses geopolíticos de las potencias europeas y de los Estados Unidos de América partían de una visión estratégica que requería de poder y posicionamiento, para ser potencias globales; además de asegurar su acceso a las riquezas de otras zonas del mundo que les permitieran el crecimiento de sus respectivos países, en desmedro de los recién independizados.
Los círculos de influencia políticos y económicos europeos nunca dudaron de los beneficios que podían obtener de lacayos dotados de amplios poderes para controlar sus naciones y, por ende, proteger sus intereses; no es necesario hacer un arduo ejercicio memorístico para reconocer que, directa o indirectamente, fueron vitales para el desarrollo industrial de Inglaterra, Francia y Holanda los recursos minerales obtenidos de Potosí, Ouro Pre-to, Zacatecas y Guanajuato. Los referidos intereses europeos tuvieron como aliados, en gran medida, a dictadores de toda laya.
El surgimiento de los Estados Unidos de América como potencia mundial, en las primeras dos décadas del siglo XX, sustituyó en gran medida el apoyo que los ingleses dieron a sus acólitos dictadores de América Latina. La primera república americana, cuya unión nacional se consolida al finalizar la guerra de Secesión, iniciada en 1861 y que culminó en 1865, se benefició mucho de las rivalidades europeas; y con cautela y pragmatismo impuso una política al servicio de su proyecto nacional, en el que la visión continental jeffersoniana coadyuvó a la ampliación de sus horizontes imperiales con la aplicación de la doctrina Monroe, el destino manifiesto, el corolario Roosevelt a la doctrina Monroe, la política del gran garrote (big stick), la diplomacia del dólar de William H. Taft, la política del buen vecino del demócrata Franklin Delano Roosevelt y, en definitiva, la aplicación de las doctrinas del almirante Alfred Mahan, uno de los primeros ideólogos del imperialismo norteamericano y autor de la teoría del poder marítimo.
Expansión del capitalismo y la ruta de la seda
Tradicionalmente, América Latina y el Caribe, por asuntos históricos, políticos, geográficos, económicos y financieros, han estado más vinculadas a Europa. A esta pertenecieron como colonias, a partir de la época de los descubrimientos, de finales del siglo XV. Y finalmente está la hegemonía estadounidense en la región, desde la aplicación de la doctrina Monroe.
Desde la plena expansión del capitalismo, en el siglo XIX, aprovechando el colapso de antiguas potencias y la rivalidad entre estas, la región de América Latina y el Caribe no había tenido el escenario propicio para llevar a cabo labores tendentes a maximizar sus relaciones con otras zonas del planeta.
Es a partir de la década de los años 70, con la diplomacia del pin pong, que la administración Nixon y el gobierno de la República Popular China sostienen un proceso de acercamiento que da paso al establecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y un país que bajo el manto de la guerra fría era considerado enemigo. A partir de este punto de inflexión, los países de América Latina (además de la República de Cuba) comienzan a establecer vínculos diplomáticos formales con el gigante asiático.
El nivel de intercambios económicos, políticos, culturales y financieros de China con América Latina, en el cual se incluyen la construcción de infraestructuras que permitirán un mayor y rápido flujo de comercio, indican la estrategia del gobierno chino de una nueva ruta de la seda que incluye la América del Sur.
Tradicionalmente, desde que se iniciara el moderno sistema mundial, Europa y Estados Unidos fueron los principales socios comerciales desde el sur del río grande hasta Tierra de Fuego. Hoy en inversión extranjera China es el segundo mayor socio de los países ubicados en el referido espacio geográfico, habiendo desplazado a la Unión Europea; y en lo referente al intercambio comercial es el principal socio de Brasil, Chile, Perú y Uruguay.
Además, China tiene suscritos tratados de libre comercio con países como Chile, Costa Rica y Perú. Concluyendo, los países latinoamericanos que se han unido a la nueva ruta de la seda son Panamá, Uruguay, Ecuador, Venezuela, Chile, Bolivia, Costa Rica, Cuba y Perú.
Con la suavidad de la ruta de la seda se ha ido imponiendo un cambio en el orbe geopolítico que ha ido reconfigurando los cuatro elementos más importantes, según Zbigniew Brzezinski: poder militar, poder económico, poder tecnológico y poder cultural. La región es parte importante de ese nuevo esquema, el grupo de los BRICS, nombre que diera el economista estadounidense Jim O’Nell a potencias emergentes como Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. También está la Organización para la Cooperación de Shanghai, donde se encuentran países como China, India, Irán, Kazajistán, Pakistán, Kirguistán, Rusia, Tayikistán, Uzbekistán. Los BRICS también poseen el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD), cuya presidenta actual es la exmandataria brasileña Vilma Rousseff; así como también el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, que debe ser visto en la perspectiva de un nuevo centro financiero de la economía mundial, localizado en el área Asia-Pacífico y con una determinante influencia china.
La guerra de Ucrania, que marca un hito importante en las relaciones internacionales contemporáneas, ha permitido desde la perspectiva geopolítica que se cumpliera uno de los temores de uno de los hombres más influyentes de la política internacional depués de la segunda guerra mundial, el ex secretario y asesor de seguridad de Estados Unidos de América Henry Kissinger: que Pekín se encontrara más cerca de Moscú que de Washington y Moscú más cerca de Pekín que de Washington D. C.
En América Latina se encuentra la mayor reserva de biodiversidad del planeta: de petróleo, de litio, cobre; 40% del hierro y otros importantes minerales, más una gran cantidad de tierras fértiles, lo que la hace una región estratégicamente importante. Por tal razón, en este nuevo orden geopolítico, asumiendo una perspectiva histórica universal y en un mundo que ha pivotado al Asia, una alianza geopolítica estratégica entre los Estados Unidos de América con América Latina y Europa (teniendo a España como principal puente de vinculación) sería la senda más indicada para una oportuna alianza transatlántica.
En este nuevo escenario no solamente hay que tomar en cuenta a China, la cual, desde la perspectiva de la trampa de Tucídides es la némesis de Occidente porque es la potencia en ascenso que amenaza la hegemonía estadounidense, y por ende de la alianza transatlántica; sino también a India, el país más populoso del planeta y que aporta más de un 8% al producto interno bruto de la economía mundial; a Turquía, con su neotomanismo de manos de Recep Tayip Erdogan; y a la teocracia de los ayatollahs iraníes quienes buscan su espacio en el mundo actual.
España y el mundo hispanoamericano, que históricamente han estado vinculados por profundas raíces culturales, ante el nuevo escenario internacional que nos presenta la incontrovertible necesidad de asumir el giro geopolítico del mundo contemporáneo, necesitan un cambio en la mentalidad de los actores geopolíticos, que asuman ese rol de visionarios que comprenden bien los procesos históricos que marcan nuevas rutas y que en medio de esa lucha eterna y universal por el poder no seamos condenados a ser un simple peón del sempiterno gran tablero de la geopolítica mundial.