Cuando un colega me comentó el otro día que un importante funcionario del gobierno, presidenciable para mas señas, declaró en una entrevista por televisión que dentro de tres años la gente se habrá olvidado de la reforma fiscal y volverá a votar por el PRM en el 2028, lo único que le respondí fue que quien le regaló esa bola de cristal a ese funcionario le hizo una maldad, convencido de que las alturas del poder suelen nublar el entendimiento de los mas lúcidos, haciéndolos propensos a sufrir esa clase de espejismos; ven lo quieren ver, no la realidad de lo que miran.
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Y en política, como sabe cualquiera, ese es un error del tamaño de una derrota electoral, siempre dolorosa, sobre todo si te expulsa del poder donde todo se puede, empezando por hacerse millonario de la noche a la mañana. De muestra el botón morado del PLD, convertido en un tarantín que no es ni la sombra de la formidable maquinaria electoral que permitió a los peledeístas gobernar el país por veinte años. Pero dicen que nadie aprende en cabeza ajena, y algunos ni siquiera con sus propios tropezones, y la vida y la política están llenas de ejemplos que no es bueno ni saludable imitar.
El problema está en que esos políticos ni siquiera se dan cuenta de lo perdidos que están embriagados por el éxito o los resultados electorales, pero esa es una realidad que puede cambiar de un día para otro; y si hay algo que puede provocar ese cambio es que le metan la mano en el bolsillo a la gente o que le arrebaten el bocado que va a llevarse a la boca. Lo que se teme pueda suceder con la reforma fiscal que nos quieren vender, sin lograr convencernos primero de que el sacrificio valdrá pena porque se le dará buen uso al dinero recaudado.
Porque ahí es donde está el verdadero problema: no hay confianza. Y es que la experiencia nos ha enseñado, a golpe de frustraciones y desengaños, a no confiar en los políticos que administran el Estado, que hoy dicen una cosa pero mañana hacen otra muy distinta.