Un septiembre cubierto de coral

Un septiembre cubierto de coral

Las tardes de septiembre entran siempre a mi balcón con una luz especial para regar mis plantas con rayos de sol menos hostiles y desafiantes que los de agosto.

Percibo, desde los primeros días de septiembre, que el asfalto cobra otro color y el cielo mira distinto, con un sutil arrebol.

Un Caribe apacible, si cabe el término para un trópico candente que siempre parece estar en llamas, ronronea en septiembre envuelto en melodías y sonetos. Sinatra acortando los días; Neruda levantándose en un beso; y Vallejo, hermético y tirano, teniendo ante sus ojos de Magdala toda la distancia de Dios.

Hecha de sapiencia y dulzura

Más allá de las musas de poetas y trovadores, septiembre es muchas cosas. Por estas latitudes septiembre 10 se viste para recibir el Día Nacional de los Arrecifes de Coral, fecha que honra el nacimiento de la doctora Idelisa Bonnelly de Calventi, primera bióloga marina dominicana que, hasta su muerte el 3 de julio de 2022, dedicó toda su vida a las ciencias marinas en la región del Caribe.

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Los peces mordisquean el coral en busca de alimentos selectos. Foto: Eladio Fernández

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La doctora Bonnelly de Calventi fundó la Escuela de Biología en la UASD y el Centro de Investigaciones de Biología Marina (Cibima); creó el santuario de ballenas jorobadas del Banco de la Plata y la Fundación Dominicana de Estudios Marinos (Fundemar).

Hecha de sapiencia y dulzura, y, como diría Mecano, “cubierta de sal y de coral”, la “Madre de la conservación marina en el Caribe” vivió una vida plena de pasión y respeto por la biodiversidad.

Fragilidad

Entender la fragilidad y la función vital de los corales en el ecosistema marino es entender la vida misma. No tuve real conciencia de ello hasta conocer a Fundemar y hacerme voluntaria y, posteriormente, miembro de la Junta Directiva de Reef Check Dominicana.

Más allá de mis acercamientos a los estudios técnicos sobre la salud de los corales, realizados periódicamente por los biólogos marinos de Reef Check, fue en mi novel rol de buzo cuando comencé de manera experiencial a comprender y a respetar estos “refugios opulentos de vida en medio de tramos del océano relativamente improductivos”, como les llaman Pam Walker y Elaine Wood a los arrecifes de corales.

En los febriles meses que siguieron a mi primera certificación como buzo, el carné de “Open Water” me dio licencia para participar en las “siembras” de viveros de corales en La Caleta y Palmar de Ocoa.
Certificada “eco- diver advance” tras “graduarme” del curso de identificación y clasificación de peces de la mano de Rubén Torres, presidente de Reef Check, sigo siendo miembro fundador de los “Barracudas”, agrupación de buzos interesados en la conservación de la vida marina, que en sus mejores días cooperó de manera voluntaria con el programa de control del pez león, el monitoreo de salud de arrecifes y la siembra de viveros de corales en La Caleta.

El descubrimiento de esta nueva pasión recreativa, que en las profundidades del mar encuentra la calma que no siempre consigue en superficie, le dio un nuevo sentido a mi vida.

Nada nos pertenece

Todo lo que se encuentra en el mar tiene utilidad para el ciclo de vida debajo del mar. Por tanto, le pertenece al mar. Una regla básica en el proceso de certificación y en la experiencia de las primeras inmersiones es no tocar corales ni ningún tipo de especie marina. Mucho menos hacer “delivery” con ellas. Su fragilidad está en nuestras manos.

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En aguas dominicanas encontré las primeras impresiones de un fondo marino asombroso y diverso en formas, colores, tamaños y texturas. Corales blandos, corales duros, peces alargados, peces redondos, peces achatados, cornudos, ganchudos, mansos, fieros, sinuosos y mentirosos. Estos últimos, diestros en el arte de camuflarse, por lo tanto, de mentir.

Tras las estupendas inmersiones en La Caleta sobrevino el ávido interés por ver nuevas y más grandes especies marinas que no siempre logramos encontrar en nuestro diezmado fondo local.

En el maravilloso santuario marino de Los Jardines de la Reina, en Cuba, desaté mi pasión por los tiburones, los sedosos (silkies) y los grises de arrecife, hermosos y lustrosos ejemplares que al segundo día de bucear entre ellos convirtieron mi pánico en admiración y, cuesta creerlo, en serenidad y calma.
De los inmensos farallones de Cuba pasé a las impresionantes formaciones de corales en otras islas del Caribe. Y estas, a su vez, me empujaron hasta las profundidades del Mar Rojo, en el lejano Egipto, y a las inigualables aguas cristalinas de Raja Ampat, en Indonesia.

Frente a las moles de corales saludables y llenos de vida es imposible no conmoverse hasta las lágrimas (total, es agua salada, como la del mar). Millones de kilómetros cuadrados de arrecifes de coral en los que conviven tantas especies coralinas. Eterno 10 de septiembre para que las futuras generaciones celebren en el país el legado de la doctora Idelisa Bonnelly de Calventi.

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