¿Una cosa o la otra? No, la que quieras

¿Una cosa o la otra? No, la que quieras

En esta media isla nueve de cada diez jóvenes tiene presencia en las redes sociales; solo en Facebook hay casi cinco millones de usuarios, no es de extrañar esta cifra porque aquí hay más celulares que habitantes. Hoy es muy difícil, casi imposible, mantener intacta la dualidad de lo personal, lo laboral y lo profesional. Desde que Google dice algo de ti ya eso te hace público.

¿De qué va esto? Sucede que la ambigua sociedad en la que vivimos no comprende que un profesional del derecho tenga tatuaje, que una doctora sea modelo de bikini o que un periodista sea fisiculturista. Quien alcanza un status profesional o laboral se ve obligado a dejar de hacer muchas cosas para evitar la crítica voraz en las redes sociales, y eso no está bien.

Recuerdo una vez en una sala de redacción que un colega me criticó porque suelo vestir cómodo, ligero, a mi estilo. Me decían con sarcasmo “tu no vistes como periodista” y cuestioné sobre cuál es la vestimenta ideal de un comunicador. Al verlo –y ver al resto- comprendí que un saco y una corbata eran el uniforme impuesto por “la clase” para representarle con dignidad.

Al otro día fui con traje y corbata, él me felicitó por el cambio y le respondí: “Yo no necesito vestir así para ser periodista porque eso se lleva dentro de la cabeza, no sobre ella. Tengo una personalidad definida y me vestiré como me sienta cómodo sin faltar a la ética laboral”, me quité el traje, la corbata, remangué mi camisa y seguí mi faena. A él lo cancelaron pocos meses después, creo que fue el día que lucía el mejor traje de la sala.

También recuerdo a una colega brillante, por dentro y por fuera. Ella es la encargada de comunicación de una entidad estatal, es la imagen y figura de esa organización. Mientras está en la oficina viste acorde a su posición, pero cuando tiene tiempo libre sale a ejercitarse en ropa cómoda y si va a la playa luce traje de baño, que muy bien le quedan.

Hace poco fue criticada duramente por una seguidora que le cuestionaba ser una mujer tan inteligente y sensual, como si una cosa no pudiera ir de la mano con la otra. Ella supo responderle con argumentos válidos: “En mi trabajo visto para ese escenario, en mis redes sociales, que son privadas, subo las fotos que considere prudentes sin caer en el morbo. Sí, soy sensual, pero eso no quita que no pueda hacer bien por lo que me pagan. Puedo ser una buena profesional y lucir bikini”.

Le pasó algo similar a otra conocida, esta vez una propietaria de una agencia de viajes que vende experiencias turísticas y vacaciones. La naturaleza de su trabajo le exige visitar hoteles, villas, campamentos, centros ecológicos, el campo y todo espacio destinado a la recreación turística, pero se cuestiona si sube o no una foto en traje de baño para evitar las críticas de terceros.

Ella, que también tiene un cuerpazo, se cohíbe para mantener impoluta su imagen profesional y la de su marca, pero… ¿hasta qué punto compartir una foto en bikini le puede perjudicar o favorecer? En mi caso pienso que quien me vende un servicio o producto debe consumirlo y si ella me habla de lo divertida que es la piscina en tal hotel sin bañarse en ella, simplemente no le creo. El problema no es compartir o no la foto sensual, es la intención y la composición.

Atiende…

No es lo mismo subir una foto vendiendo tu cuerpo a otra donde expones con sutileza tu figura, pero dejas espacio a la imaginación y manejas el protagonismo con el entorno. Cuando se cuenta con los atributos físicos no hay que hacer mucho esfuerzo para llamar la atención, basta con manejar los ángulos, la iluminación, la composición del espacio, el enfoque y el encuadre. El principio minimalista precisa que menos es más y eso se confirma en las fotos, sobre todo en las que el protagonista lleva poca ropa. Mientras más sutil y simple es la toma, mayor el impacto.

La estimada Patricia Sánchez, especialista en aspectos laborales, confirma que una empresa puede despedir a un empleado si éste no acata el código de vestimenta de la misma. Cada entidad tiene reglas y si esa es una, hay que asumirla porque a nadie se le obliga trabajar para tal o cual marca, sino le agradan las reglas solo deje el empleo y siga su camino. Del otro lado, si usted les exige a sus dependientes que vayan de tal o cual forma, debe proporcionar las herramientas para eso (uniforme, calzado, indumentarias) o los recursos.

Ahora bien, hay que ser coherente y consciente de los espacios y tipos de fotos que se comparten, aunque las redes sean privadas (que no existe eso). Si tu oficio influye directamente con las acciones de otros (maestra, policía, gerente, político, funcionario) es recomendable manejar bien lo que se sube. No es que dejes de compartir tus momentos de disfrute personal, pero saberlo hacer a un punto que no se vea vulgar ni le genere insumos a los que esperan verle partirse la madre para asumir su puesto.

Hay un punto medio en el diario vivir, puedo estar en la oficina en la mañana y en el escenario por las noches si ninguna de las dos acciones afecta mi desempeño particular. La sociedad quiere forzarte a asumir un estilo de vida encajonado, si eres una cosa no puedes ser la otra y eso no necesariamente es lo correcto ni lo saludable. Tener un tatuaje no me hace mal cirujano, tener un piercing no me hace mal arquitecto, tener un pie menos no me incapacita para ser la imagen de un banco.

Lo que cada quien haga con su cuerpo es decisión de esa persona y no debería ser objeto de crítica laboral si eso no afecta su desempeño ni altera la paz colectiva. Ser imagen pública no puede obligarme a dejar de usar bikini, ser comunicador no puede obligarme a dejar de andar en motocicleta, ser funcionario no me obliga a dejar de ir al gimnasio. Si en la oficina debo llevar zapatos, en la calle déjeme usar mis tenis cómodos. No queremos vivir con patrones añejos, somos auténticos y ya. Como diría El Dotol: «Te afecta, mastica hielo».