Al alto costo en atenciones médicas jamás negadas a inmigrantes haitianos que en el último balance del año que finaliza alcanzan los diez mil millones de pesos, sigue sumada la vulnerabilidad de una frontera que no tiene a nadie cuidando el orden desde el otro lado y a la que hay que hacer valer sangrando el presupuesto de defensa con el asentamiento de tropas de refuerzo que requieren una logística mayor pagada por contribuyentes dominicanos.
Como deterioro adicional aparece la violencia de bandas disfrazadas de manifestantes que en los límites geográficos asestan duros golpes con bloqueos de paso a los acarreos desde aquí, mayormente de alimentos. Suministro vital para masas depauperadas sometidas cíclicamente a brutales interrupciones como la que hace poco dejó sin combustibles a todo Haití en el transcurso de semanas.
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Impedir con una anarquía negadora de civilización el envío terrestre de bienes arrastra a gruesas pérdidas a productores dominicanos que tienen en Haití importantes cuotas de mercado que en el pasado requirieron inversiones y financiamientos locales ahora en juego por el desastre adyacente.
País que en tiempos normales es segundo socio en consumos para esta economía. Ahora es un problema social, político y de orden público montado sobre una correa de transmisión hacia el oriente de la isla que tiene que defenderse de secuelas crecientes por indecisiones e inacciones de la comunidad internacional.