Visto el horrendo final causado por agentes policiales a la vida de la arquitecta Leslie Rosado, el asesinato meses atrás de los esposos de devoción religiosa Elisa Muñoz Marte y Joel Díaz, que conmovió con horror tanto a la sociedad como el Gobierno, no resultó el detonante de acciones concretas e inmediatas que reforzaran el sentido de seguridad.
Al menos a partir rotundas instrucciones y reconvenciones para desterrar instintos homicidas y de uso irresponsable de las armas de fuego en las tropas de la institución, aun cuando se juró cambiar mentalidades y hábitos «cayera quien cayera». Las voces de mando siguen teniendo fracasos.
Ha seguido cumpliéndose esporádicamente tras los hechos de mayor conmoción, el esquema de actuación que brutalmente puso fin a la existencia de predicadores en Villa Altagracia, a cargo de agentes sin conciencia del deber ni de límites, ajenos a su obligación de solo disparar bajo situaciones extremas de peligro para su propia vida o la de otras personas en los escenarios, sin obligaciones de matar por simples y unilaterales instrucciones a distancia.
Alejados estos «gatillos alegres» de la insoslayable obligación que rige a todo ciudadano de conocer la ley, haciendo inexcusable ante los tribunales las violaciones a los derechos humanos por alegada ignorancia, mucho menos cuando el Estado recluta y debe instruir a la gente que manda a la calle a proteger conciudadanos. La fuerza del orden está, según lo visto, concurrida de alguna forma por individuos armados que desconocen las características del rol que se les asigna.
Como si el personal de mayor contacto con los viandantes y ocupantes de vehículos no estuviera bajo ejercicios de autoridad y liderazgos que resalten la incompatibilidad entre la aplicación irracional de la fuerza y la efectiva misión de perseguir el crimen.
Transformar a la Policía implica objetivos de mediano y largo plazos, pero son tan sangrientos sus antecedentes y algunos oscuros episodios por omisiones de altas instancias, que la aplicación vertical de directrices inteligentes y efectivas puede surtir efectos saludables inmediatos.
Las altas jerarquías no escapan a su deber de moldear conductas
Con voluntad política se ha puesto fin antes a los incontrolables
Los homicidios tras simples accidentes merecen sanciones ejemplarizadoras