Le preocupaban las consecuencias que a su juicio tendría la resolución para miles de dominicanos de ascendencia haitiana y junto a otros sacerdotes y migrantes participó en caminatas, se movilizó en la Junta Central Electoral, publicó artículos en la prensa y se integró a entidades católicas opuestas al dictamen.
El padre Jit tuvo tiempo para esas manifestaciones y le sobró para ejercer su vocación, escribir libros, realizar investigaciones históricas, filosóficas, sociales, impartir cátedras universitarias, ofrecer retiros de espiritualidad, prematrimoniales, de sanación y liberación y, principalmente, buscar respuestas a las necesidades del barrio donde nació, Villa Duarte, transformado en sus estructuras físicas y en el comportamiento de sus moradores gracias, en gran medida, a sus iniciativas.
En el cura se conjugan la intelectualidad y el compromiso social y una gran espiritualidad que es la razón de su vida. Haber nacido pobre es la experiencia más hermosa de su productiva existencia. Vino al mundo el 18 de junio de 1974, hijo de Manuel Castillo y Secundina de la Cruz.
A los 13 años conoció la vida de San Francisco de Asís y se enamoró “de lo que inspira esa propuesta y de la experiencia de Dios”. Agradece su ingreso a la Orden Franciscana al padre Martín Lopetegui, que le guió en sus primeros pasos.
Fit Manuel Castillo de la Cruz impresiona por su sencillez y entrega a los pobres, sus luchas para desarrollar y mejorar el sector de su infancia y elevar la moral de sus pobladores. Lo que antes fue nido de drogas hoy es casa de superación personal y de oración, como la capilla de Santa Clara, por ejemplo, depósito de robos y consumo de drogas ahora convertida en casa de fortalecimiento de la fe, estudio de la Palabra, celebración de la Eucaristía.
Jit Manuel, de tan altos vuelos literarios, arraigada lucha por el respeto a derechos de los haitianos y decidida integración a las comunidades eclesiales de base junto a los padres Pablo Mella, Abraham Apolinario, “Casanza”, es un celebrado predicador del amor, para quien el Señor “es el todo”.
“La salvación que Dios nos ofrece abarca las dimensiones físicas, emocionales, relacionales, psíquicas y la trascendencia de la relación con Dios”, significa con capacidad de expresión, sin rebuscamientos gramaticales o conceptuales.
Haber visto la luz en un entorno con tantas carencias como los alrededores del Faro a Colón, detrás del “muro de la vergüenza”, es el misterio de su sensibilidad humana.
Lo ordenaron sacerdote en la parroquia Nuestra Señora del Rosario. Allí hizo sus primeros votos, su profesión solemne y permaneció siete años como párroco, el primer religioso nativo en ocupar esa posición.
Había sido monaguillo y luego de recibir catecismo hizo su primera comunión cuando ya sus amiguitos lo habían abandonado porque buscaban otro rumbo que él no adivinaba, entonces, que enderezaría hasta que “en el servicio del altar”, en el encuentro con Dios, comprendió que debía unirse “a los gritos y dolores” de su gente.
Comenzó un proceso de evangelización unido a la gestación de “células de vida” en lo que antes fueron “espacios de muerte”.
Operó centros de capacitación para oportunidades de empleo, artesanía, técnicos en computadora, auxiliares de venta, contables, generadores de pequeñas empresas. Creó la Pastoral de la Salud logrando servicios de médicos y enfermeras y construyó un dispensario parroquial. Saneó la Cañada del Diablo, hizo aceras para discapacitados, proporcionó paleteras a ancianos, fundó una Pastoral haitiana en la que se estudiaba el tema de los migrantes en la Biblia. Se comenzó a celebrar misas en creol, surgieron casas para acompañamiento de enfermos mentales, el Torneo de Vitilla Barrial, campamentos infantiles de verano. “El Señor, dice, ha permitido articular muchas fuerzas para el proceso. Yo fui un primer instrumento”.
Dormía menos de cinco horas porque también ofrecía ejercicios espirituales a religiosas y sacerdotes, sostenía diálogos “de acompañamiento y discernimiento” e impartía retiros de sanación interior y crecimiento personal.
Fue docente en el Centro Bonó, en la Universidad Católica Santo Domingo, en el Centro de Teología San Ignacio de Loyola hasta que se ausentó del país en 2014. Cuando viene se lo disputan grupos ansiosos de recibir la Palabra.
El intelectual.
El padre Jit Manuel Castillo de la Cruz está ahora de moda por la publicación de su libro “La interculturalidad, Un nuevo paradigma de evangelización para un mundo postmoderno, plural y multiétnico” pero al igual que Juan Bosch, Marcio Veloz Maggiolo y otros autores, ofrece su versión sobre Judas en “El apócrifo de Judas Izcariote”, “una metáfora de la misericordia y del amor del Dios”.
El guardián de la Custodia Franciscana del Caribe asentada en Puerto Rico, publicó además “Procesos de integración intercultural de estudiantes universitarios haitianos en la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA)”. Este y el primero fueron sus tesis para la maestría en Teología pastoral en el Instituto Teológico Franciscano, Petrópolis, y para la tesis de doctorado en Ciencias de la Educación en la Universidad de Sevilla. Es autor de artículos publicados en revistas y periódicos.
Teólogo y filósofo que enseña en Sabana Seca, municipio de Toa Baja, Puerto Rico, tiene otra maestría, pero en Divinidad, y más estudios teológicos en Río de Janeiro, Brasil. También es licenciado en filosofía de la Universidad Central de Bayamón.
Vicario de la iglesia San José Obrero en Sabana Seca, Jit Manuel imparte clases de eclesiología postconciliar y antropología teológica en esa academia y es vicecustodio de la Custodia Franciscana del Caribe Santa María de la Esperanza. También es el encargado de la Casa de Formación de los Procesos Temporales.
Ha llegado lejos, se le observa, y aunque cita el salmo que expresa que el Señor saca de la basura al pobre y hace que se siente entre príncipes y herede su trono de gloria, no se envanece. “No es que busque esa gloria, voy a los contextos donde el Señor me va sembrando para que vea lo que Dios quiere de mí e intentar llevarlo adelante, y el Señor, que da la tarea, nos capacita para cumplirla. Él ha tenido a bien mirarme para ser parte de ese pueblo”.
Agradeciendo la suerte de haber tenido como forjador al franciscano Darío Carrero, agrega que “Dios alza a todo aquel que se hace consciente de su pequeñez y nos da la grandeza, no la humana, de fantasía, sino la gloria auténtica que brota del servicio y de la entrega”.