En esencia, las principales razones que se aducen para unificar las elecciones presidenciales, congresuales y municipales están justificadas en que con ello se reduce el costo de la política y los tiempos de campaña electoral. Las otras son de orden técnico, se basan en que ahora tenemos una cantidad de los niveles de elección que evita los arrastres de otros tiempos, por lo cual, ya no es necesario la separación de las elecciones de los representantes en las referidas instancias del sistema de toma de decisiones políticas, como lo fue anteriormente. Es curioso, un tema clave de la política es enfocado en una perspectiva en la que los argumentos básicamente técnicos, económicos y procedimentales priman sobre los de carácter político.
Puede leer: De Venezuela, fascismo, complotismo e izquierda
Es cierto, el establecimiento de diversos niveles de elección evita el arrastre, al tiempo de hacerla más eficiente, aunque no necesariamente más democrática. Pero es discutible que la planteada unificación abarate la política o que limite el febril laborantismo político tendente hacia la búsqueda de un cargo público en el que maneje recursos. Todo proceso de reformas políticas se justifica porque con ellas se busca un fortalecimiento institucional del sistema o el régimen desde una perspectiva democrática. Eso permite hacemos las siguientes preguntas: ¿contribuye la unificación de las elecciones municipales con las presidenciales y congresuales al fortalecimiento de la democracia local?, ¿no impediría esa reforma un más profundo y detallado debate de los temas de carácter local, aquellos que impactan directamente en la cotidianidad de la gente?
Además, ¿contribuye o no a una mayor participación de la población en las elecciones locales? Sabemos que las elecciones presidenciales concitan más interés que las otras. ¿En ese sentido, ese interés general no limitaría la discusión de los temas de carácter local, además de los esfuerzos de descentralización para hacer más eficiente y democrático el Estado? ¿No estarían los candidatos a puestos locales inmersos en la vorágine de la precampaña del candidato presidencial de su preferencia, limitando el tiempo de calidad que deberían dedicar a sus propuestas de gobierno local? Por otro lado, es necesario consignar que los procesos electorales, además de ser un método para promover la participación y la representación políticas constituyen un momento de pedagogía política…y cívica.
Las elecciones locales son momentos para que la población se involucre en las cuestiones propias de su cotidianidad. Por consiguiente, si ellas se celebran en el contexto de las discusiones de temas generales, a veces determinantes del destino del país de que se trate, se limitaría su función integradora de la comunidad en la discusión sobre los temas y particularidades en que forjan sus identidades. Por eso, en los sistemas electorales de la casi universalidad de países, las elecciones son separadas, incluso en algunos que tienen elecciones generales, congresuales, regionales o provinciales y hasta comunitarias, como en Europa, éstas se separan porque todas tienen un particular significado. A eso deberíamos apostar…y tener paciencia.
Con ello se busca fortalecer la democracia local y, por consiguiente, la democracia en sentido general. Y esto nos lleva a los argumentos más equívocos sobe el tema, a la idea de que es estresante tantas elecciones y que son caras. Aquí lo son porque la clase política ha viola unos calendarios electorales innecesariamente largos. En algunos países de la región algunas campañas son menos de 40 días, en Francia recientemente la campaña fue de tres semanas, Mientras más largas son, mayores serán los gastos y con mayor fuerza se expresará la desigualdad en cuanto a recursos. Si aquí son particularmente largas no es sólo por lo largo en tiempo que permite la ley, sino porque los partidos más grandes no la observan. Hay demasiado dinero de por medio. Esa es la cuestión.
Nada garantiza que el proselitismo electoral no durará cuatro años, sería de relativa baja intensidad, pero igualmente corrosivo y de distracción. La política tendrá un alto costo para el país mientras tenga esa alta y oscura tasa de retorno del dinero que la generalidad invierte para un puesto. Eso no lo elimina la simultaneidad de las elecciones. Podría ser un paliativo, pero no soluciona el problema de fondo. Los candidatos a los diversos puestos harán campañas durante cuatro años, no sólo cuanto se decrete el inicio formal de las campañas. Y, lo que es peor, los candidatos a puestos locales y sus partidos tendrían que hacer e impulsar sus propuestas simultáneamente con la puja del candidato presidencial que en el imaginario colectivo es el que “cuenta”. Un lastre.
Durante la crisis del 94, provocada por el fraude contra Peña Gómez, se hicieron algunas modificaciones constitucionales, una de ellas fue la separación de las elecciones municipales de las presidenciales. ¿Una casualidad? No, fue una exigencia de ese líder, como expresión de su vocación reformadora forjada en la arena de la política internacional. La unificación de esas elecciones con presidenciales en la Constitución del 2010 fue un acto de contrarreforma pura y dura. Ratificarla en la de este 2024 sería un error, una decisión política sin poner al centro la esencia política de la cuestión. Debe consignarse la separación de las elecciones y que la realización de las municipales no supere los cuarentaicinco días.