Lo fortuito, lo no agradable, lo lamentable, lo trágico. Todo llega de repente, inesperadamente e inexorablemente.
Momentos que «uno piensa» pudieron evitarse «si tan solo» uno se hubiera demorado o adelantado unos segundos más, o no saliera a ningún lado.
Todo en nuestra vida está encadenado a «esos momentos» en los que uno vive, porque son la consecuencia de conocer a otros, de ambicionar cosas, de «buscar» lo mejor para nosotros.
Esa cadena es inevitable porque usted necesita vivir. No se trata de quedarse en su cama o sentado bajo un árbol. Igual lo puede hacer, pero «las cosas» pasan en donde usted menos lo imagina.
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Este latido va dirigido a todas las personas que han perdido a un familiar o amigo de forma repentina.
Siempre nos queda «el pensar» que se pudo evitar «si tan solo»…
Recuerdo que una tarde tomé el carro desde la capital a Santiago y, en el camino, me detuve unos instantes a tomar una cerveza. Continué por la autopista Duarte, cuando de repente veo un inmenso camión salir volando desde un monte al costado de la carretera, directo a mí.
En cuestión de segundos calculé que, aun a la poca velocidad que iba, no me aplastará; solo sentí el remenión que causó su aura ventosa rozando mi auto por la parte trasera, para terminar estrellado entre las dos vías.
Continué mi camino pensando que si me hubiera tomado dos segundos menos en retomar la marcha cuando fui por la cerveza, no estuviera contando este cuento, pero necesitaba experimentar la experiencia.
Muchas cosas «fortuitas» me han acontecido que me han indicado que «mi tiempo» llegará, cuando tenga que llegar.
Podría cansarles contándoles anécdotas, «fuera de esta tierra», que son las que me «autorizan» a decirles «las reflexiones» que suelo latir en estos latidos…
Todo tiene una causa o propósito, incluso el bebé recién nacido y muerto al instante. Toda causa obra en efectos que forjan la «tenacidad» de quien recibe «el fuetazo».
Bien hacemos en reflexionar lo inexplicable y las «causas absurdas» de dichos acontecimientos que graban un hondo dolor a quienes les toca.
El tiempo suele mostrarnos «los por qué», aunque muchas veces no los veamos. Continuamos navegando en penas sin percibir las «constelaciones» de la vida.
Una vía dolorosa que termina en un misterio tan extraño como la vida misma. Mi experiencia de la muerte fue otro regalo que me hizo aceptar los imprevistos de la vida.
Nadie muere, sino que en verdad retorna de donde vino. Retornamos sanos y felices ante el calvario percibido. Un lugar tan exquisito que aún sigo preguntándome el porqué elegimos pasar esta agonía…
Usted que ha pasado por «esos dolores» tenga la certeza de que volverá a ver a todos sus seres amados y entenderá que mal hizo en «dudar» de continuar viviendo su experiencia por la ausencia del que nunca murió, regresó. ¡Salud!