El sistema partidario dominicano se ha distinguido por desenvolverse en sus principales componentes bajo aguda desigualdad entre los entes de dirección, inamovibles y excedidos de facultades, y las respectivas militancias a las que imponen decisiones con el favor a veces de un marco legal defectuoso. Con el derecho a cuotas de candidaturas las cúpulas mantienen su fortaleza, desde la cual lo mismo pueden ser defendidos los «intereses del partido» que los de proyectos personales. Bien posicionados (incrustados) y sin límites de tiempo para la vigencia, los dedos de alta jerarquía son casi únicos en trazar caminos.
El envejecimiento en algunos de los altos mandos entumece la política en parcelas importantes, troncha ascensos convirtiendo el usufructo y las ventajas de estar arriba en privilegios. Las “consultas a las bases” generalmente obligadas por reglamentos propios están sumidas en desuso y por una relación de causa y efecto las aspiraciones de los afiliados más simples a crecer y a ser escuchados están condenadas a un añejamiento interminable. La funcionalidad de la democracia interna de algunos partidos no está apoyada en leyes capaces de protegerla. La hibernación de los mecanismos de consulta se ha vuelto antológica en el partido de poder. Allí pocos suben; nadie baja. Existe una élite inmutable vista con respeto y bendiciones de una venerada guardia vieja descrita por ciertos chuscos como «Los dinosaurios».
A separar lapaja del arroz
Las nuevas tecnologías de la comunicación reparten el bien y el mal en distintas proporciones. Oportunidades esparcidas por toda dirección para que la gente exprese con palabras o imágenes reales o deformadas su verdad, su mentira o sus fines inconfesables. Todo a una velocidad de vértigo con riesgos de que alguna «fake news» desate los demonios y luego sea difícil recoger los pedazos de la patraña antes de que cause unos grandes daños.
El terrícola de hoy (véanse las cosas planetariamente) tiene que estar armado de lupas y pericias mentales para discernir bien todo al defenderse de las falacias o será víctima de ellas; por lo menos hasta que la inteligencia artificial sea capaz de atrapar las vilezas que cursan por la red sin frenar el buen dato. Hasta eso va a lograr el genio humano en favor de la comunicación digna.