URBANAS
Dominicanidad y reciclaje

URBANAS <BR>Dominicanidad y reciclaje

En un vuelo desde no recuerdo dónde hacia República Dominicana, en el asiento delantero al que un servidor y guía de ustedes ocupaba, venía un dominicano dando cátedras de una materia en que la gente de Quisqueya se ha dado especialmente buena: la de denostar los valores de la dominicanidad.

Realmente, somos exquisitos en el arte de echarnos abajo cuando nos comparamos con los nacionales de otras latitudes. Todo lo que se da fuera de los 48 mil kilómetros de terruño, siempre resulta mejor.

Sin temor a equivocarme, pienso que lo único extranjero que no consideramos superior es lo haitiano, y no me atrevería a dudar que en parte se debe a lo tan dominicano que Haití se ha vuelto a través de la historia… me refiero, obviamente, al Haití que abunda en el lado nuestro de la isla.

Pues el asunto es que aquel dominicano del asiento delantero era uno de esos tantos. El hombre, por lo que se extraía de su cátedra, era una especie de conferencista que venía de dar una conferencia en un país de esos en torno al tema del reciclaje.

El carajo aseguraba ante un público alcahuete y cautivo, que los dominicanos no sabemos reciclar, que poseemos una cultura de tirar todos los envases, y se degustaba poniendo de ejemplo a los extranjeros, especialmente a los norteamericanos y a los europeos, quienes, según su docta observación, organizaban todos los envases vacíos en fundas de equis color, ayudando con eso muchísimo al medio ambiente.

Si la memoria no me está haciendo otra de las suyas, recuerdo que el discurso se empinaba a resaltar que gracias a esta actitud de reciclaje de los ciudadanos de esos otros países, el mundo se estaba salvando de la hecatombe; mientras que, por otro lado, por la barbarie de los dominicanos, “que no saben ni lo que es reciclar”, se le está haciendo un daño enorme a la naturaleza.

Quizás porque nuestro hombre hablaba demasiado alto, o porque me pareció haber encontrado al fin con quien embullar el tedio de estar como quien dice varado a 39 mil pies de altura,  decidí interrumpirle.

Empecé por recordarle que precisamente son los países del antiguamente llamado primer mundo los que, con la producción y consumo de utilidades y pendejadas de toda laya, tienen descalabrado el planeta.

Luego le dije que los dominicanos sí éramos buenos en materia de reciclaje, tanto, que podíamos darle cátedras en esa materia a gringos y europeos.

El amigo, asombrado, anotó que eso no era posible, y entonces yo avancé en mi discurso con el contenido que a continuación procedo a compartir con ustedes.

Los dominicanos somos maestros del reciclaje. Sin dudas pocos sabemos diferenciar entre la bolsa azul y la verde (a mí no me lo pregunten, pues en casi cinco años que viví en Nueva York jamás aprendí la diferencia), y visualmente no nos dice nada como  logo moderno del reciclaje.

Sin embargo, desde el tiempo de nuestros abuelos, incluso cuando la acumulación de envases vacíos no representaba un gran problema para el medio ambiente, ya reciclar era una costumbre dominicana.

Recuerdo que en las pulperías los clientes se turnaban para que les regalaran los “bidones” o grandes latas en que venía el aceite.

Lo mismo solía suceder con las latas de mantequilla o salsa. Estos envases, al llegar a la casa, eran convertidos en recipientes para almacenar agua, en zafacones o en calderos para ablandar habichuelas, entre muchas otras funciones.

Uno de los símbolos del hogar tradicional dominicano es el galón. El galón, o pote plástico, es un utensilio común en la industria. La fábrica envasa en ellos cloro, leche, detergente, en fin, casi todo lo que existe en forma líquida.

Una vez concluida su utilidad inicial, entre nosotros adquiere un valor a largo plazo, al constituirse en el almacenador de agua por excelencia. En los galones se guarda el agua para cocinar, para bañarse, para trapear, para beber.

Difícilmente encontremos una casa de la clase media hacia abajo en la que no se conserve al menos media docenas de galones para estos fines. De esta manera, reciclamos millones y millones de objetos de plástico.

Otro objeto que abunda sin número en las estanterías de toda clase de tiendas es la botella de plástico, sobre todo la que almacena refresco y agua.

Una vez vacías, los dominicanos solemos utilizar esas botellas para, cortadas por la mitad, fabricar hielo o usarlas como jarras; también nos sirven para guardar otros líquidos. Son incontables los millones de estos envases que se encuentran reusados en el hogar dominicano.

El dominicano tiene una tendencia a reciclar todo lo que ha dejado de usarse. Los costales de arroz y otros granos han servido para hacer ropa y hamacas.

Las guías telefónicas, hasta no hace mucho, eran convertidas para diciembre por nuestras hermanas en hermosas flores de líneas geométricas, las cuales adornaban las puertas para navidad, fecha en que dichas guías caducaban.

Las cajas de “wipes” se convierten casi automáticamente en joyeros. Las fundas plásticas del supermercado se convierten en bolsas de basura. En fin, la ingeniosidad del dominicano para reciclar es inmensa.

Debemos resaltar que el objeto reciclado en nuestro país tiene como fin el reúso. Esta característica hace que, aparte de evitar que el objeto se vaya a la basura, en el hogar no sea necesaria la adquisición de nuevos enseres.

Este detalle resulta, sin lugar a dudas, anti capitalista; pero eso no importa, si tenemos en cuenta lo anti natura que el capitalismo se ha vuelto. Los gringos y europeos deberían venir a República Dominicana para que aprendan con nosotros el verdadero sentido del reciclaje.

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