Después de la pela de calzón quitao que recibió en las elecciones municipales a manos del oficialismo, cualquiera podría pensar que el gesto descortés de los legisladores de la oposición de no asistir al salón de la Asamblea Nacional para escuchar el discurso de rendición de cuentas del presidente Luis Abinader obedece más a la vergüenza que sienten por la derrota sufrida que a la intención de protestar por las supuestas irregularidades en los pasados comicios, que hasta que demuestren con pruebas lo contrario es tan solo una torpe excusa para justificar un fracaso que por sus dimensiones no hay forma de ocultar.
¿Qué consiguieron con eso? ¿Qué lograron demostrar, además de su inmadurez política y mala educación democrática? Apenas un titular que se perdió entre las páginas de los periódicos, que ayer dedicaron gran parte de sus ediciones a reseñar los aspectos más relevantes del discurso del presidente Luis Abinader, el gran protagonista, por razones obvias, de la jornada.
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No era ese el escenario para continuar con la cantaleta de que el Gobierno utilizó el Presupuesto Nacional para favorecer a los candidatos del oficialismo, sobre todo si no han hecho ninguna gestión para recoger las pruebas de sus denuncias para llevarlas ante el fiscal electoral, ni tampoco para seguir llorando sobre la leche derramada de la alta abstención, que han querido utilizar como chivo expiatorio y culpar a otros de lo que únicamente es su responsabilidad por haber perdido la conexión con las expectativas de los ciudadanos.
Esa incapacidad para ejercer la autocrítica y reconocer los errores para poder estar en capacidad de enmendarlos es, hoy por hoy, el principal obstáculo para que la oposición pueda salir del bache en que se encuentra. Mientras tanto el tiempo corre, implacable, en su contra, y ya le arrebató la posibilidad de una alianza a nivel presidencial para la primera vuelta, que podría ser la única que necesite la reelección para imponerse con holgura.