Lamentablemente, hemos llegado a una cultura de violencia machista que no para. La alta recurrencia nos ha llevado a percibirla dentro de la normalización. La familia, la pareja, la mujer y las niñas, son las víctimas y las más vulnerables.
Cada año se registran abusos sexuales, violaciones, incesto, malos tratos y embarazo en adolescentes.
La pobreza, el hacinamiento, la quiebra de la familia, la falta de fiscalización, de protección de niños y adolescentes, son las que crean las condiciones para que desalmados sociales dañen la vida y la salud mental de cientos de infantes-juveniles en nuestro país.
Los feminicidios, los golpes, acoso y maltratos contra las mujeres no paran, ni sensibiliza, ni produce una revisión de actitudes en hombres que son recurrentes y maltratadores crónicos y no recuperables.
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Ni el crecimiento económico, ni la movilidad social, ni la disminución de la pobreza genera bienestar psicoemocional, ni mejora la salud mental en parejas y familias de alto riesgo a la violencia machista.
En los estratos más bajos, donde la falta de educación y la inseguridad social es más cruel y deshumanizada: el hombre del patriarcado, de la cultura machista, el dueño y quien decide por su mujer y sus hijos, percibiéndolos como propiedad y como objetos, son los que determinan en nombre del “amor, la pasión y el sexo”, el destino de la mujer y los niños.
El perfil de hombre maltratador hay que identificarlo: un hombre posesivo, controlador, que acosa y amenaza, desconocedor y violador de derechos y normas, inseguro, agresivo, de baja escolaridad, con mal manejo de la ira y de los impulsos, con angustia de separatidad no resuelta; con problema de personalidad, abuso de alguna sustancias, problemas en la crianza e historias de traumas psicoemocionales o sexuales en su vida.
Más de seis de estos indicadores, nos encontramos frente a un hombre altamente riesgoso y propenso a maltratos, abuso o feminicidio contra la mujer.
En un porcentaje alto, los maltratadores dan señales, marcan territorio y muestran su falta de empatía, su frialdad y manipulaciones o amenazas contra su pareja. Además, del acoso, el hostigamiento, los controles y limitaciones que le impone a la pareja y a los hijos.
Los que cometen feminicidio han recorrido una historia intensa de vulnerabilidad con su pareja, la familia y la sociedad. Son los que establecen relaciones (amo-esclavo) de propiedad y de negación de derecho contra la mujer.
La justicia, la policía, la familia y la sociedad debe movilizarse, sensibilizarse y activarse como factores protectores para cuidar la vida de la mujer maltratada.
Esa normalización de la violencia machista se repite de la forma más brutal y cruel contra la mujer; dañando a los hijos, a la familia y a la sociedad.
Hay que activar los protocolos de prevención, y de protección, más casas de acogida de forma urgente para la víctima que denuncia y pone la querella en la policía.
Perder una madre, una hija, una hermana, una ciudadana en cualquier comunidad, es sufrir entre todos y sentirnos reducidos y afectados en nuestra salud mental. Si las mujeres aprenden a identificar los indicadores de marido de alto riesgo es la mejor prevención, para poner límites y distancia de este monstruo vestido de señor.