Violencia sicológica atenaza la cotidianidad de los dominicanos

Violencia sicológica atenaza la cotidianidad de los dominicanos

Es mucho más que el miedo que nos encierra y nos lleva a poner alarmas y candados. El acoso es terrible, los costos incalculables. La criminalidad  que amenaza la vida y pone en riesgo los bienes no solo nos  arrebata el sosiego,  roba tiempo y dinero, los  cuantiosos recursos invertidos en armas y estrategias de protección insospechadas, cambia hábitos, conductas y actitudes personales, coarta la libertad de transitar, condiciona la diversión, en fin, degrada la calidad de vida.

El costo humano en aflicción y dolor es inmenso,   los gastos en seguridad y  atención sanitaria, en enfermedades causadas por el estilo de vida que fomenta la violencia en la socialización son astronómicos, además del absentismo laboral,  las pérdidas en la producción,  lo que resta a la economía al perturbar el clima de inversiones.

Altos costos.  La avalancha de crímenes y otros actos delincuenciales tiene altos costos personales, sociales y económicos, conmina al Estado a destinar sumas millonarias al control y represión del delito, a la asistencia sanitaria de heridos y mutilados, de pacientes con traumatismos diversos, desviándolos de áreas esenciales como la educación, reduciendo el gasto social. 

No se prioriza la prevención, más efectiva y económica que la intervención punitiva, y se requieren más cárceles, más hospitales, más policías y vigilantes privados, mayores dispositivos de seguridad.

Método fallido.  La política criminal se concentra fundamentalmente en la represión, sin enfrentar una serie de condicionantes, de factores desencadenantes de acciones delictivas que con efectivas políticas preventivas pudieran desactivarse. No se revierten los factores estructurales que generan violencia, al no aplicarse estrategias  que aborden las causas profundas con  políticas sociales, económicas,  judiciales y policiales.

Se desestiman o minimizan y la violencia aumenta, asociada al narcotráfico y el crimen organizado,   al porte de armas. Se fortalece con la irrupción de nuevos grupos sociales y modalidades delictivas distintas,  sofisticada  tecnología y movedosas  formas de organización criminal.

Crece el pánico. Intercambios de disparos y ajustes de cuentas, balaceras por un punto de drogas, un hombre se tira del puente,  la mujer asesinada, una niña o una anciana violadas,  robo de carros, ruidos ensordecedores. Eso y más, en una atmósfera de violencia que a  todos nos envuelve, asfixia, agobia,  generando angustia, tensiones, ansiedades.  Como sabrás es el tema recurrente entre parientes y amigos que se sienten acosados, agobiados, pues además de las víctimas dejadas a su paso, la violencia genera un proceso de victimización indirecta en los otros, provocando en la gente un un fuerte impacto sicológico.   Es lo que ocurre a  dominicanos y dominicanas a quienes la criminalidad no da tregua dentro ni fuera del hogar, lo que sucede a Juan, a Elena, a muchos  que narran cómo la delincuencia les van cambiando la vida. Es el caso de Arturo, un amigo que se siente enjaulado entre barrotes  que revisten puertas y ventanas.

Un hombre de paz.  Te contaré la historia de  Ernesto, un hombre de paz cuya pregonada convicción de que nunca portaría un arma se quebró aquel día en que los ladrones violaron su casa. Ese día compró un revólver, como hacen miles que legal o ilegalmente adquieren armas de fuego para uso personal y de  empleados.  Un nuevo gasto en adición a lo  invertido en  circuito cerrado,  alarma o  guachimán, cristales blindados  cadenas y candados, verjas eléctricas y otras modalidades, miles de previsiones insoslayables para proteger residencias, comercios, iglesias y hasta las tumbas.Pues bien, Ernesto compró el revólver pero te diré que lo percibe a su lado como un nuevo enemigo, al que también le teme. Sabe que el arma es un riesgo, sobre todo cuando  la sangre se le altera con la química de la ira al recibir agresión tras agresión en el caótico tránsito y el acoso sicológico en el trabajo, más aún si al llegar halla ocupado su parqueo.

Y confiesa apenado que siente deseos de golpear, de  disparar.

Agobio.  Desde que se levanta está abrumado,  no hay agua, se fue junto al apagón, toma el diario que retrata la realidad: nuevos escándalos de   oficiales policiales involucrados en narcotráfico y  malversación de fondos, regreso de repatriados, contrabando y otros delitos que como la corrupción,  trata de personas y  lavado de dinero  caen en el campo de la criminalidad. Ernesto voltea la página: naufragan ilegales, un joven acribillado por policías, uno hoy, mañana otro y otro,  hasta sumar más de 480 en 2010, año ensangrentado con  homicidios, delitos sin fin, predominando   atracos y robos, despojo de armas y motocicletas, muertes  por riñas, venganzas, celos.

Las estadísticas muestran incrementos preocupantes, pero no reflejan el drama con toda su crudeza y crueldad. Los registros oficiales  son una fuente de información  fragmentada de la realidad criminal, no incluyen la violencia sumergida, las “cifras negras” o delitos no denunciados.

Violencia en el tránsito.  Al salir a la calle crece la tensión,  la sensación de selva urbana, de falta de autoridad, rebases, cruces  en rojo, la agresión de vendedores y limpiavidrios, expresión de la informalidad, una de las causas subyacentes de la violencia. Ernesto conduce a la defensiva, hay personas con actitud  agresiva, provocaciones, gente desesperada que viola el derecho del otro, algo salvaje, y se reviste  de paciencia para no ser víctima o victimario. Esa es parte de la violencia cotidiana que venimos sufriendo y  así, un choque, un accidente con tres muertos, otro y otro, y al final entre tres  y cuatro mil personas que anualmente pierden la vida. Eso y más, demasiado para la resistencia del sistema nervioso, crispado por la violencia sicológica, esa que se vive día tras día,  no se ve, no es tangible, pero es terrible, inmensa, intensa, un cúmulo de tensiones que  se somatizan y traducen en úlceras, hipertensión.

Otras presiones.   Al regresar a la casa se acumulan nuevas presiones, las deudas, el colegio,  la electricidad con  indiscriminadas alzas que  también asaltan los bolsillos en farmacias y supermercados, porque ya sabes, la violencia golpea con cada necesidad insatisfecha. Y así, cuando llega la noche,  ya está noqueado, quiere dormir pero el rugido de plantas eléctricas, la música estridente de  un colmadón se lo impide. Y se siente como fiera acorralada, un agresor en potencia. 

Zoom

El caos del tránsito vehicular, los accidentes a menudo  asociados a la conducción violenta, a alcohol y  drogas, es uno de los problemas más preocupantes en  materia de  seguridad.  El alcohol está presente en el 70% de las muertes accidentales. Las pérdidas  de vidas y prejuicios económicos revelan su importancia criminológica. Los costos  globales no se han cuantificado últimamente,  pero ya en 2002, cuando se hizo un estudio, sobrepasaban US$l,000 millones. En ese año los  fallecidos sumaron 4,035 personas, constituyendo la segunda causa de muerte, en tanto el total de accidentes de tránsito fue 44,547, con 5,300 heridos leves y 2,200 graves.

La violencia toma un cariz urbano

Pese al subregistro, las estadísticas muestran un cuadro dramático de la evolución de la violencia en el país. La Procuraduría General de la República reporta las siguientes cifras desde 2005, cuando  se exacerbó y condujo a diseñar programas como Barrio Seguro, de limitado alcance frente al alud delincuencial:

Año…………… Muertes violentas                   

2005          ……………………………    2,043                                  

2006            …………………………….2,144                          

2007        ……………………………..    2,111                          

2008           ………………………….. 2,394                          

2009          ……………………………  2,375

 Los muertos a manos policiales en esos años suman: 437, 295, 345, 455 y 346, respectivamente.

Hasta octubre de 2010 hubo 2037 homicidios, con  193 por acción policial, mientras la Comisión Nacional  de Derechos Humanos reportó para ese año  480 “intercambios de disparos”.

Contrario a como se percibe en otros estamentos del Estado y en otras instancias, la violencia en  RD es un problema  en crecimiento, afirma Sergio Sarita Valdez, director  del Instituto de Patología Forense.

__Las estadísticas nos lo dicen, especialmente la violencia homicida, que mantiene una constante: están matando más jóvenes entre los 17 y 29 años, y es una violencia esencialmente urbana, y en gente pobre, tiene un sesgo de capa social.  En la capital, fundamentalmente,   la inmensa mayoría de las muertes ocurren en barrios periféricos, en jóvenes pobres sin mucha escolaridad, una inmensa mayoría son desempleados, muchos con adicción a alcohol y droga.

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