Entre el denominado «Descubrimiento» y las luchas por la Independencia de España, median dos siglos en que nada se cuenta de las mujeres indígenas, excepto notables excepciones en la resistencia activa, como guerreras, contra la colonización, como la cacica quisqueyana Anacaona, quien recibió con asombro y amabilidad a los colonizadores, para observar horrorizada su maltrato de la población indígena. Ello la condujo a convencer a su esposo, el cacique Caonabo, a rebelarse, incendiando el primer fuerte que se estableció en la isla: El Fuerte Navidad, y a sus 47 habitantes. Esto le costó la horca, y la quema de su comunidad, con 80 caciques, por el comendador de la entonces Hispaniola: Nicolás de Ovando.
Como ella actuó Bertolina Sisa, esposa de Tupac Katari, en Bolivia, entonces Alto Perú, (quienes por cierto nacieron en SICA SICA), y la hermana de esta Gregoria Apaza, pero al margen de estas excepciones en la lucha armada, las mujeres indígenas pasaron a la historia por su resistencia pasiva a la colonización, vía el suicidio en masa de las esclavizadas para evitar la condena de su descendencia a la esclavitud.
La invisibilidad
Ha tenido que correr mucha agua bajo el puente para la transición de esta invisibilidad histórica a la emergencia de la mujer indígena como sujeto histórico, desde el obligado aprendizaje del Castellano y la alfabetización, al traspaso a una generación de transición, generalmente hijas y nietas, del liderazgo comunal y social, pasando generalmente de oficios como el servicio doméstico a la escuela secundaria y la universidad, donde ya se ha graduado un grupo de mujeres lideresas indígenas como abogadas y defensoras de su cultura, tradiciones, etnia y sobre todo el medio ambiente.
Hoy, las más conocidas han recibido el Premio Nobel Alternativo por su defensa de la Madre Tierra, y por ende de toda la humanidad.
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Las indispensables
Tanto Honduras como Brasil lideran el listado de los siete países latinoamericanos y centroamericanos con el peor récord medioambientalista. Honduras saltó a la opinión pública con el asesinato de la Premio Nobel Alternativo Berta Cáceres, por su defensa de las aguas de su país contra la construcción de una hidroeléctrica que las contaminaría. En Brasil han ido asesinados ya 454 luchadores y luchadoras por el medio ambiente y por su ministra de Agricultura, quien ha ganado notoriedad mundial con su sobrenombre o apodo de «Mis Deforestación», y su afirmación de que las tribus indígenas son «enemigas del progreso».
En Panamá, donde doce por ciento de la población es nativa y pertenece a uno de los siete pueblo reconocidos como indígenas, las mujeres tienen cinco veces más riesgos de mortalidad materna y 86% de la población originaria vive en extrema pobreza. En el hermano país, dos mujeres de la tribu Emberá, madre e hija, ocupan roles de liderazgo: la madre como primera cacica de su tribu y la hija como la primera mujer abogada.
Sara Omi, la hija, fundó en el 2018 la Coordinadora de Mujeres Indígenas Lideresas Territoriales, y la Alianza Mesoamericana de Pueblos y Bosques. En el 2021 creó las Manos de Todas, una microempresa de artesanías y el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas (Opinia). Esperamos que su defensa del río Gualcarque, fuente de agua de los indígenas Lenkas, y cercano al Departamento hondureño de La Paz, no le provoque la muerte, como a Berta.
En El Salvador, la mujeres indígenas Lenka, Kakamira y Nahua Pihil, impulsaron una reforma constitucional logrando el Artículo 63 de la Constitución que crea un marco jurídico para reivindicar los derechos históricamente negados a los pueblos indígenas. Trabajaron en la formulación de una Política Intercultural para Pueblos Indígenas, y en la creación de una Mesa Indígena de Cambio Climático para la protección del medio ambiente y recursos naturales, a pesar de que aún hoy no se le reconoce el derecho a la tenencia de la tierra.
En Costa Rica, Yahaira González Rojas, de la cultura Borua, creó una Asociación Comunal de Mujeres Indígenas: ACOMUITA, para el resguardo de las semillas y alimentos, de los abonos transgénicos, y la lucha contra el cambio climático. Las mujeres indígenas organizan cada año La Feria de la Semilla y hoy luchan por tener una diputada en el Congreso.
En Nicaragua, dos hermanas, la Cunningam, de la tribu MIhkita, participaron en la Corte Internacional de Derechos Humanos, en la primera causa judicial de los pueblos indígenas que no creen en la demarcación ni titulación de la madre tierra, en una lucha contra una concesión estatal a una madeira que atentaba contra su cosmovisión de que a la madre no se le desmembra ni se le vende. Lottiee creó el Centro por la Justicia y los Derechos de los indígenas de la Costa Atlántica, conformada por 404 comunidades.
En Ecuador, Nemonte Nenquino, de la tribu Waoranis, lideró la defensa de 500,000 hectáreas de bosques húmedos de la región amazónica contra la extracción petrolera y su solicitud al mundo de que no las dejen solas en su lucha por la Amazonia, pulmón de la humanidad, dio la vuelta al mundo.
En México, la apicultora maya Araceli Pech Martin, llamada «Dama de la miel», lideró una batalla de diez años contra la Monsanto (hoy Bayer) por el uso de pesticidas cancerígenos y abonos transgénicos en el cultivo de la soya, y su masiva deforestación y contaminación del Yucatán. El Gobierno mexicano revocó el permiso a la Monsanto en siete provincias de México, que es el sexto productor mundial de miel.
El 11 de mayo pasado, en Ottawa, en la primera reunión organizada por el Sistema de Integración Centroamericano (SICA), por iniciativa de la embajadora de Panamá Romy Vásquez, de lideresas indígenas de Centroamérica, (donde treinta por ciento de la población es indígena, vive en 43 territorios y habla 65 lenguas), sobre Procesos de Toma de Decisiones en sus Territorios, vía una plataforma virtual, también participaron representantes de Belice y República Dominicana, y la población nativa del Canadá.
Fue emocionante escucharlas, conmoviéndonos con su inmensa capacidad de resistencia, permamencia y organización de sus comunidades, su educación y la de sus descendientes, la salud comunitaria y la no violencia, hasta su reconocimiento político como ciudadanas con deberes.
La espera, su espera, no solo ha valido y vale la pena, sino que las ha convertido en nuestra gran esperanza para la sobrevivencia del planeta y por ende de toda la humanidad.
Como vemos, la lucha de la mujer evoluciona desde los temas estrictamente relacionados con la sobrevivencia alimentaria, a la lucha contra la violencia doméstica, los derechos reproductivos y la igualdad salarial en el trabajo remunerado. De esas luchas han progresado a temas que abarcan no solo lo individual o inmediatamente comunal, sino nacional, como demuestran las indígenas chilenas y bolivianas, Mapuches y Aymaras, ahora luchando por una representación en los Congresos de sus respectivos países y por su participación en la formulación de políticas nacionales de desarrollo que reconozcan los aportes de la población femenina, y que ya no solo las abarquen a ellas sino a todas las mujeres de sus países.
¡Quien iba a decir que de ellas depende ahora la salvación del planeta para toda la especie humana!
Ellas han vuelto convertidas en millones, como pronosticaron Túpac Katari y desde luego Bartolina Sisa.