Uno tiene que preguntarse, aunque conozca de antemano la respuesta y esté familiarizado con el sentimiento de impotencia que la acompaña, cuántas veces mas tendremos que escuchar que una mujer fue asesinada por su pareja, expareja o pretendiente a pesar de las denuncias que presentó o las órdenes de alejamiento con las que se pretendió inútilmente protegerla de su verdugo.
Por eso volvimos a escuchar las quejas de los familiares de la mujer muerta a tiros junto a su madre y una hermana a manos de un cabo de la Policía Nacional en Los Alcarrizos, quienes denunciaron que la tragedia pudo haberse evitado si las autoridades hubiesen prestado atención, y actuado en consecuencia, a las denuncias de violencia por las constantes amenazas que recibía del cabo policial, adscrito a la Digesett.
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Otra doliente queja que, desgraciadamente, no servirá de nada, pues nadie se ocupará de indagar porqué no se le ofreció la protección que evidentemente necesitaba, como en tantos otros casos que también terminaron en tragedia, ni quienes son los responsables de que no se le diera el apropiado seguimiento a su caso. No me sorprendería que alguien me dijera que todo el sistema es el culpable de que estemos atrapados en un círculo vicioso en el que no paramos de contar asesinatos de mujeres, lo que equivale a decir que nadie es responsable ni habrá consecuencias mas allá de las muertes de esas mujeres.
Tampoco ha servido de mucho, aunque sea correcto el diagnóstico, identificar el machismo como rasgo común de los feminicidas consumados y potenciales, pues pasará mucho tiempo antes de que podamos ver un cambio en un rasgo tan enraizado en la psique del hombre dominicano, sobre todo si no se está haciendo realmente nada para que ese cambio se produzca. Sé que les pinto un cuadro desolador y desesperanzado, pero creo que presentar los problemas en su verdadera dimensión es la mejor manera de obligarnos a reaccionar y acometer su solución.