A quienes hemos nacido en pueblos, por momentos nos ha asaltado la inocente presunción de que Santo Domingo, la ciudad capital, no tiene dolientes, gente que la ama, que la siente suya. Por eso ha tomado cuerpo la falsa creencia de que los relatos de costumbres proceden solo de la vida rural o pueblerina. Santo Domingo también tiene hijos que la celebran y la cantan y se duelen de su ciudad, que se constituyen en voceros y son capaces de reivindicar su memoria, porque el capitaleño ostenta su vínculo entrañable con la urbe natal.
Para asemejarse a la memoria de los pueblos, la de la Capital nos llega fragmentada, dadas sus dimensiones y su densidad poblacional. Francisco Moscoso Puello, con su novela Navarijo, asume la memoria de un sector de igual nombre en la entonces pequeña ciudad. Retrotrae sus recuerdos del barrio donde se crio y recrea las vivencias que lo vinculan con la tierra. Mayor amplitud tienen las narraciones de César Nicolás Penson, autor del conjunto de relatos titulado Cosas añejas. Mario Emilio Pérez también ha sido un cronista parcial de la vida capitaleña porque ha centrado sus historias en su barrio de San Miguel. Nuestro gran novelista Marcio Veloz Maggiolo ha demostrado, en múltiples textos, que llevaba a Villa Francisca en el corazón.
Julio César Marmolejos reivindica su porción de ciudad, que no es otra que Villa Juana, a la cual parece decirle: “Estoy aquí para justificarte”. Esta pintoresca barriada está enmarcada entre las calles San Martín (sur) y Pedro Livio Cedeño (norte), Samaná (este) y Máximo Gómez (oeste). “El sector de la Capital que lleva por nombre Villa Juana se formó allá por los años 1930, luego del paso del ciclón de San Zenón, que azotó la ciudad de Santo Domingo con los pobladores de los barrios de San Carlos, villa Francisca villa Duarte”. Así empieza el autor la introducción.
Villa Juana en mis recuerdos representa las memorias de este hombre, pero es también el estilo de vida de un sector que constituye un órgano importante en ese cuerpo geográfico- sociológico que es Santo Domingo, la capital de la República Dominicana. El papel de la memoria y de la anécdota como auxiliares de la historia, aunque no haya sido incluido en la nomenclatura de la ciencia historiográfica, no deja de ser importante. Tengo la presunción de que los historiadores menosprecian la anécdota y no siempre los autores de obras narrativas de ficción andan buscándola como materia prima para sus textos.
La anécdota es una fuente de conocimiento parcialmente valorada. Se trata de un relato breve basado en un suceso extraordinario, curioso o divertido. Inicialmente circula en forma oral, pero a partir de su contenido y de la persona involucrada en el hecho que la origina, la anécdota llega a constituirse en material para libro, para lo cual es indispensable la aparición de un autor provisto de aguda visión de la realidad social y a la vez dotado de entendimiento para emprender un trabajo que implica sentido sociológico, histórico y literario.
Para suplir esa deficiencia de la anécdota, resultan altamente importantes los libros como el que ha escrito el profesor Marmolejos. Compuesto de una mixtura de hechos reales y notorios a partir de los recuerdos, las apreciaciones e, incluso, las tergiversaciones en las que pueda haber incurrido el autor. Este tipo de narraciones, sustentadas en vivencias, resultan un género híbrido entre historia y narrativa literaria.
Marmolejos no ha ocurrido presentando sus historias como cuentos, sin embargo, todo lo contenido en su libro constituye insumo importante para la composición de obras literarias narrativas. Pero él, despojado de pretensiones estilísticas, ha preferido ofrecerlas como sus vivencias, sus recuerdos de Villa Juana. De por sí, observar lo que ocurre en su entorno hace a una persona diferente con respecto a sus vecinos y relacionados. Es decir, que a todos los villajuanenses no se les ha ocurrido ni se les va a ocurrir contar sus vivencias en la dinámica barriada.
El cuento es un género muy complejo, quizás el más complejo de la creación literaria, por lo exigente de su estructura, hay que decirlo: es el género literario más reglamentado. Como ocurre en la poesía con el soneto. Las narraciones de Marmolejos resultan tan libres como el artículo de opinión, donde se mezclan hechos con valoraciones personales y permiten apreciar la personalidad literaria del autor y su visión del mundo y de la sociedad.
El profesor Marmolejos cuenta sus historias con naturalidad y apego a la realidad social, el ambiente bajo en el cual ocurrieron los sucesos evocados, incluida particularmente la pesada atmósfera de la dictadura trujillista. Es necesario que más obras que recogen las memorias de barrios y pueblos sean dadas a la luz, pues siempre representan un aporte al conocimiento de la sociedad dominicana, como del individuo dominicano.
No podemos olvidar que la historia local se suma a la nacional, porque también recoge la repercusión de hechos nacionales en contextos geográficos menores. Es incuestionable que el carácter local contribuye a conformar el carácter nacional, y la anécdota, por lo que expresa de la realidad social, favorece la caracterización de una fracción de patria, digamos así, sirve también a la tipificación de la fisonomía nacional.
Por eso, el libro de Julio César Marmolejos representa una contribución valiosa para el conocimiento de la fisonomía del pueblo dominicano.