Y aún no ha pasado lo peor

Y aún no ha pasado lo peor

Bonaparte Gautreaux Piñeyro

Y aún no ha pasado lo peor. Cuando el presidente Salvador Jorge Blanco pronunció esa frase expresó lo más que puede decir un mandatario sobre una situación delicada. Después de la Guerra de Abril de 1965, ninguna operación había sido tan cuidadosamente planeada y ejecutada como la poblada de 24 de abril de 1984.

Recibido por el presidente Ronald Reagan, quien lo escuchó decir que era un hombre de Abril de 1965, de inmediato se iniciaron las gestiones para castigar tal osadía. El rencor imperial, la oposición reformista e izquierdista, jugaron un papel importante en la recogida de millares de llantas descartadas, botellas con gasolina y activistas pagados y no pagados. En cuestión de minutos, en una operación muy bien concertada, rompieron la quietud del día e iniciaron una rebelión que precisó de la intervención de las Fuerzas Armadas, entrenadas para matar.

La prensa de ayer trajo tres noticias muy significativas: “El dengue arrecia”, dice el Listín y HOY destaca “Puerto Rico necesita mano de obra de RD para reconstrucción” y “Médicos alarmados por los precios de las medicinas”. El dengue es un mal amigo de los dominicanos. En la década de 1940 mi padre, el maestro Julio Gautreaux, compuso un merengue uno de cuyos versos decía “el dengue está acabando”.

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Para 1940 también acababan la malaria (paludismo), tuberculosis, la parálisis infantil, la blenorragia (gonorrea), presente desde los tiempos del célebre amante Casanova, la sífilis y otras pandemias.

Las campañas de vacunación se sucedían y la gente acudía a ser inmunizada recordando lo que ocurrió en la década de 1920 con la epidemia que afectó a millones de personas en todo el mundo.

Quienes por razones y sinrazones se niegan a ser vacunados contra el covid, no deben ser atendidos en los hospitales públicos, cuando sean víctimas de la pandemia, puesto que son contaminantes en tránsito.

En la década de 1890 nadie sabe cuántos miles de puertorriqueños fueron a trabajar a Filipinas, entonces gobernada por España, Puerto Rico necesitaba dar salida a su mano de obra ociosa y sin especialización.

Miles de puertorriqueños vinieron a trabajar como picadores de caña en la industria que se desarrollaba aceleradamente. En Puerto Rico no había trabajo. Los boricuas se quedaron en Filipinas y en la República Dominicana. Hoy, por uno de esos giros de la historia, son los boricuas los que necesitan mano de obra, a la cual deben pagar salarios y prestaciones laborales iguales a las que pagan a los braceros en Estados Unidos.

Lo nunca visto, médicos prestigiosos se quejan de aumentos desmesurados de los medicamentos.