Países como el nuestro, aunque con formas diferentes y épocas distintas, nunca han dejado de estar influenciados por comportamientos que muchos podrían definir como dubitativos o complejos. Que aunque no necesariamente se traten de dualidad de moral, se expresan de forma tan diferenciada frente a un mismo hecho o acontecimiento, que lucen así.
Porque para cualquier estadista, profesional, sacerdote o padre de familia, cambiar de opinión o decisión, según determinadas circunstancias, no se puede definir dentro de ese contexto. Un padre, por ejemplo, frente a la acción de sus hijos puede cambiar.
Ya sea por la intervención de la madre o porque se había formado una idea diferente frente a un hecho que parecía ser de una manera determinada, pero era de otra.
Igualmente, cualquier persona puede tener la idea de ir a un determinado lugar, adquirir algo o planear un proyecto, pero en muchas ocasiones, por cuestiones circunstanciales, luego de ponderarlas, puede cambiar de idea y adoptar una decisión diferente. Y eso se enmarca dentro de lo normal.
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Pero muchas de nuestras sociedades han estado sometidas a una serie de situaciones que la han llevado a mantenerse sumergidas dentro la complejidad del dualismo. A las que se les ha sumado como factor que incrementa la complejidad, el dualismo de creencias y valores de índole individual por conveniencias circunstanciales, que a su vez provocan en el plano social, dualismos de actitudes y comportamientos. Los cuales se constituyen en lo que muchos denominan doble moral. O sea, la capacidad de actuar en un sentido o en otro, según sea el área valorativa que se asuma como justificación del comportamiento.
Los resultados de actitudes similares, como características inherentes a la manera de actuar de determinados grupos o personas, han influenciado en una parte considerable de la sociedad. Lo que se ha convertido en obstáculo de su funcionamiento y una de las causas más profundas que han impedido construir democracias eficientes y practicar sanas convivencias sociales.
Lo han escrito pensadores humanistas: “toda moral implica valoración ética. Es decir, que implica el principio de lo bueno y de lo malo. Porque dentro de la moral tradicional de nuestros pueblos, la autoridad viene de Dios y es buena por principio. Pero cuando quienes la predican no enmarcan sus conductas dentro de los principios enseñados, se crea resistencia y hasta provoca rechazo”.
El dualismo, como se denominan esas actitudes, puede incluso desnudar, sin darse cuenta los actores, los cambios de actitudes, cuando de alguna forma entienden que les favorecen. Pero olvidando que los pueblos, aunque haya pasado algún tiempo, reaccionan y recuperan las memorias.
Hace unos años, cuando solo dependíamos de medios radiales, televisivos y escritos, y la mayoría de las sociedades no tenían acceso a ellas, era fácil practicar cambios inadvertidos de posiciones frente a acontecimientos importantes. Pero en la medida en que se han ido desarrollando las tecnologías y cualquier ciudadano de a pie es un reportero y disfruta de herramientas de comunicación al instante, hay que tener mucho cuidado. Porque, como dice la gente de pueblo, ya la pava no pone donde ponía.